Cuando fuimos saharauis

SPC / Valladolid
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La Marcha Verde instigada por Marruecos en noviembre de 1975 dejó una honda impresión en los castellanos y leoneses que se encontraban en el Sáhara Occidental

La sensación diaria en noviembre del 75 era de tensión continua. Lo único que deseábamos es que no hubiera que atacar a la Marcha Verde, porque aquellas filas enormes estaban formadas por civiles. No podíamos ni queríamos disparar contra ellos. Pero Marruecos los fue empujando en la frontera, como el siroco que te pincha en el cuerpo». Atanasio García, de Fresno de la Polvorosa (Zamora), era hace 40 años el chófer del gobernador general del Sáhara, Federico Gómez de Salazar. Junto con decenas de hombres de Castilla y León, todos ellos entre 18 y 23 años, había sido enviado a filas en uno de los últimos reemplazos a este territorio que se encontraba bajo administración española.

La salud de Franco y la debilidad con la que el rey marroquí Hassan II veía el régimen, alimentó una situación criticada por muchos de los que allí estaban, principalmente componentes de la Legión, quienes se hubieran jugado su pecho para defender aquella provincia en la que sus habitantes contaban con el mismo DNI que un zamorano o un burgalés.

Es el caso del vallisoletano Luis Portillo, que estuvo en «primerísima fila» frente a 350.000 marroquíes que habían invadido parte de un territorio que era español, una maniobra simbólica del régimen norteafricano para presionar a España mientras aprovechaba para entrar en el Sáhara por otros pasos fronterizos. El verde que representa en las costumbres islámicas la paz y la buena voluntad no se trasladó al desierto, porque Hassan II atacó al pueblo saharaui.

Portillo se muestra en declaraciones a Ical «muy decepcionado, incluso tanto tiempo después, porque fue una vergüenza del Gobierno español». «Nos traicionó a nosotros y a los saharauis por un paripé simbólico con la Marcha Verde. Fue todo política. Casi sin tirar ni un tiro se lo dimos al pueblo marroquí, mientras esperábamos a que la gente se acercara poco a poco. Dio la sensación de dejarlos a la deriva después de haber hecho una fuerte inversión», recuerda.

«Los saharauis quieren su independencia, tienen su bandera y no se sienten marroquíes. Ellos defienden que era suyo de siempre y que no han ocupado nada. Es su nacionalidad, su cuna», comenta.

Las minas de fosfato de Bukraa y los ricos bancos de pesca, también deseados por Marruecos, desataron este episodio que fue el principio del fin de la colonización española, que cedió su administración a Marruecos y Mauritania tras los Acuerdos Tripartitos de Madrid, el 14 de noviembre y de los que este fin de semana se cumplen justo 40 años.

Pero mientras en los despachos se decidía el futuro del Sáhara, incumpliendo la resolución de Naciones Unidas, los soldados mantenían una postura de espera ajenos a la realidad. «En esos días dormíamos vestidos en las tiendas de campaña y con el armamento cargado en el cabecero de la cama. Los mandos te levantaban por la noche y te llevaban a patrullar por si la Marcha Verde se movía. Pero creo que sabía más mi padre en España que yo», sugiere José María Esteban, un vallisoletano que reside en León y que llegó en octubre del 75, «con todo el lío montado», tanto que sus primeras prácticas de tiro las realizó sin uniforme.

DE LOS ÚLTIMOS EN SALIR. Sólo estuvo unos meses y fue uno de los últimos en salir del Sáhara español. Su objeto era recoger todo lo que España poseía en los cuarteles desde la capital, El Aaiún, hasta Villacisneros, en el sur, actual Dajla, con una caravana de más de 20 kilómetros con camiones y jeeps.

Allí se embarcaba todo hacia Canarias porque el puerto era el más grande. «Me impactó mucho ver cómo en cada ciudad que atravesábamos se arriaba nuestra bandera e izaban la marroquí», lamenta. «A finales de febrero, algunos mandos, unos compañeros, tres cabras y cuatro perros nos subimos a un ‘caribú’ pequeño y volamos a Las Palmas», relata.

Esteban fue así de los últimos militares en abandonar el Sáhara en febrero de 1976, fecha en la que España comunicó a la ONU que terminaba su presencia y se consideraba exenta de toda responsabilidad en relación con la administración del territorio. En ese momento, el Frente Polisario proclamó la República Árabe Saharaui Democrática (RASD) como un gobierno en el exilio.

Durante los últimos días, al conflicto con Marruecos se sumó una venganza del propio Polisario, con el que los mandos españoles habían mantenido una situación de tira y afloja y que, resentido por la decisión de Madrid tomó represalias y envenenó los pozos de agua. «Ellos sabían que les habíamos dejado con el culo al aire», espeta Esteban.

Aunque Villacisneros era el «paraíso» del Sáhara, sin parecido alguno al resto, los soldados guardan un grato recuerdo de su paso por Smara, capital del siroco en la que había que guarecerse más del viento y de la arena que de los tiros.

Allí llegó con 21 años, en octubre del 74, José Díaz, un madrileño asentado en Valladolid. En Smara hizo su vida hasta la muerte de Franco, en las Tropas Nómadas, patrullando en jeep y en camellos -vendidos todos pocos días antes de entregar el Sáhara- en la frontera con Mauritania. Lo hacía por periodos de dos o tres meses y sin pisar el cuartel, aunque su labor era la de furriel, el que distribuía suministros y nombraba al personal destinado al servicio de la tropa correspondiente. Su primera idea fue apuntarse a la Brigada Paracaidista, pero finalmente optó por el camello.

Recuerda que en la primera de las salidas se situaron en una trinchera y se empezaron a escuchar tiros. «A lo mejor no iban ni dirigidos a nosotros. Pero claro, acababa de llegar y ¡ya el primer día así! Avisamos a la base, pero finalmente no pasó nada», ironiza ahora entre risas.

ENGAÑADOS POR TODOS. Uno de esos soldados oriundos del Sáhara a cargo de las fuerzas españolas en Smara es Hueida, que tenía sólo 17 años e integraba la Policía Territorial y que desde 2005 reside en Ávila. «Estuve con los españoles cuatro años. Siempre pensamos que si Marruecos entraba, como así fue, España actuaría y se dejaría hasta la última gota de sangre», recuerda en un perfecto castellano.

Su pueblo se sintió «engañado» por la ONU y por España, que «mientras decía que no se llevaba a los militares, se estaba replegando». Cuando las tropas se retiraron, estos jóvenes saharauis defendieron su ciudad de los soldados marroquíes. «Hubo muchos muertos. Ellos tenían buen armamento y eran 30.000; nosotros sólo algún fusil. No había salida», narra Hueida, quien recuerda que una de esas noches la mayor población huyó hacia el este «sin un destino claro».

Su nacionalidad era tan evidente, con DNI español, que cuando llegó a España le otorgaron los documentos necesarios sin oposición alguna. Preguntado por la esperanza del Sáhara Occidental, cree difícil celebrar un referéndum por la autodeterminación y cree que la única forma sería «negociar bajo el fuego, coger las armas»: «Nadie quiere morir y derramar sangre, pero si te obligan, hay que defender tu tierra. Es justo y legal».

Antes de que todo ello sucediera, Atanasio García continuaba recorriendo el Sáhara con su vehículo militar oficial. En once meses realizó más de 40.000 kilómetros. Destinado en Artillería, nada más clavar las botas en la arena le asignaron un coche con placa ET-52390. «Eso no se me olvida», comenta. Como anécdota, poco después de llegar «cayeron cuatro gotas, las únicas que vi, y los limpias del coche no funcionaban». «¡Cómo se puso la luna del jeep!», exclama ahora con una sonrisa.

Relata como en la Marcha Verde, desde el cuartel de El Aaiún se avistaban todas las columnas de gente y «daba respeto». Al igual que sus compañeros, no esconde la «pena» de abandonar el Sáhara, donde nunca más ha vuelto.