'No hay amor más sincero que el amor a la comida'. La frase se puede leer en una de las paredes del restaurante La Sal. Y la ratifica Nuria Santos, su jefa de cocina: «A los platos hay que darles cariño, amor... me gusta mi trabajo». Hace nueve años y medio, Nuria dio el paso de tener su propio negocio. Lo hizo junto a su marido, Chuchi Gutiérrez; su hermano Jose y su cuñada Maite. «Abrimos... el 8 de abril de 2015», recuerdan ambos. Con lo que van para diez años en la calle San José, la de la estación de buses, los últimos seis ya solos ella y Chuchi.
Antes de ese momento, Nuria recuerda que entró en una cocina a trabajar casi por casualidad, por su padre: «Me dijo un día de ir a ayudar al 'Don Pelayo'. La idea era estar tres meses y aquí llevo, 30 años». En el mesón estuvo once de esos treinta años: «Entré pelando ajos y cebollas, fregando cazuelas... no sabía ni cocinar. Y poco a poco, luego también con cursos, fui aprendiendo». Tras el Don Pelayo estuvo otra década en el Miguel Ángel, en Parquesol, hasta que surgió la opción de pasar a ser también empresaria: «Mi hermano fue el que me metió la idea, comentándome que debíamos abrir un restaurante. Vinimos un día a comer siete personas a este local y vimos que estaba en traspaso. Poco después llegamos a un acuerdo y abrimos ese 8 de abril de 2015». Primero los dos matrimonios, Nuria y Chuchi y José y Maite. Unos años más tarde, ya solo los dos primeros.
Cambiaron el nombre anterior por el de La Sal, porque les gustaba y porque querían algo corto; y comenzaron con su propuesta gastronómica, basada en un menú del día (14 euros) y uno festivo (22 euros), con casi una decena de opciones de primeros y otros tantos de segundos. «Aunque tenemos una carta, más basada en el picoteo, lo que funciona es el menú, tanto a diario como los fines de semana», reconocen desde La Sal, centrados en estas propuestas aunque también abiertos a encargos (como el lechazo).
El menú es fijo «porque así nos lo piden los clientes. Aunque nos gustaría cambiarlo, es imposible quitar algún plato, así que de momento lo mantenemos así». Eso sí, desde sus inicios han ido incorporando algunas creaciones, como tres tipos de cachopos, destacando el 'a la plancha relleno de cecina, queso de cabra y cebolla caramelizada'. Dentro de los menús sí varían los platos del día y, los jueves, siempre incorporan el cocido por el mismo precio (14 euros).
Entre sus imprescindibles hay que destacar el arroz negro (cada día pueden hacer entre 1 o 1,2 kilogramos), las berenjenas rellenas de carne, esos cachopos... los pimientos rellenos, la ensalada de cecina, el revuelto castellano de ibéricos o el solomillo al roquefort. Pero si hay un plato por excelencia es el rabo guisado: «Vienen de todos los barrios y de algún pueblo a probarlo». Y de ello da buena fe Gele, uno de sus clientes, que acude desde La Pilarica a ello. «Se hace a fuego lento, durante 3-4 horas, y podemos hacer entre ocho y diez kilos a la semana», añade Nuria.
Aparte cuentan con tres menús especiales para dos personas, por 33,5 (con bacalao a la vizcaína como plato principal), 38 (con el rabo de toro al vino tinto) y 41,5 euros (con el cachopo a la plancha). Y los jueves son 'jueves de tapas', con ocho creaciones, por 3 euros con vino de la casa, caña o agua: «La verdad es que pese a no estar en una ruta de pinchos, nos está funcionando muy bien. Sobre todo en invierno, porque somos más un restaurante de invierno».
Con una capacidad para unos 60 comensales entre barra y comedor, abren todos los días de 11.00 a 16.00 y los jueves, viernes y sábados también de 20.00 horas a cierre. Reconocen que si hubiera más negocios como el suyo por la zona en la que se encuentran podrían beneficiarse de las rotaciones de clientes, pero no se quejan, al estar cerca de las estaciones (sobre todo de la de bus) y de un hotel. «Aquí hacemos cocina tradicional castellana», señalan Nuria y Chuchi, que cuentan con la ayuda de Silvia (cocina) y Ana (comedor).