España celebra el domingo las decimocuartas elecciones generales de la democracia, una cita a la que están llamados a acudir más de 37 millones de ciudadanos que con sus papeletas, tal y como han señalado los políticos durante la campaña, intentarán con sus votos «desbloquear la situación» a la que ha llegado el país después de que tras el pasado 28 de abril las formaciones no consiguiesen alcanzar un acuerdo para dar forma a un nuevo Ejecutivo.
Superado ya el histórico bipartidismo, el futuro de la nación parece estar destinado a ponerse en manos de uno de los dos grandes bloques que protagonizan los comicios: por un lado, el de la derecha, en el que aparecen incluidos PP, Cs y Vox; y por el otro, el de la izquierda, con PSOE, Unidas Podemos y el recién llegado Más País como puntas de lanza, pero en el que, de cara a una posible votación de investidura, podrían entrar los independentistas catalanes, el PNV, Compromís, Bildu y los regionalistas cántabros y canarios.
La cifra de los 176 diputados que señala la mayoría absoluta del Congreso y que garantizaría superar el trámite de la elección del próximo presidente del Ejecutivo en primera ronda se antoja como imposible no solo para un único partido (el PSOE ganó las elecciones del pasado mes de abril con 123 diputados), sino también para los bloques. De ahí que para acabar con el desbloqueo que sufre España, el objetivo sea, al menos, superar una segunda votación, que requiere simplemente obtener más síes que noes.
Una situación de parálisis institucional que no viene solo desde la última cita con las urnas, aunque los comicios de abril supusieran la máxima ejemplificación de la falta de entendimiento de los partidos. El bloqueo se remonta a los comicios de diciembre de 2015, cuando se puso fin a la hegemonía en el Gobierno que, tras la pérdida de poder de la Unión de Centro Democrático de Adolfo Suárez, mantenían socialistas y populares. La irrupción de Podemos y Ciudadanos dejó ya entonces un Hemiciclo fragmentado que condujo al país a una crisis política que no se había vivido en la reciente Historia democrática de España. Seis meses sin Gobierno, con el Ejecutivo liderado por Mariano Rajoy obrando en funciones.
Fractura socialista
Los posibles pactos quedaron en papel mojado (algo que se volvería a repetir en el futuro, como se ha visto en los últimos meses) y, tras una investidura fallida de Pedro Sánchez, que dio el paso adelante pese a no ser el candidato más respaldado en los comicios, los españoles tuvieron que regresar a las urnas en junio de 2016, aunque el reparto de escaños apenas varió. Únicamente una polémica abstención in extremis del PSOE, que acabó con una fractura en las filas socialistas que se llevó por delante a Pedro Sánchez como secretario general del partido, permitió que Rajoy repitiera como inquilino de La Moncloa.
Sin embargo, la estancia del popular en el Palacio Presidencial no iba a llegar a los cuatro años que marca la ley. Después de que la sentencia referida a los primeros años de la trama Gürtel condenase al PP como partícipe a título lucrativo, el PSOE (donde Sánchez había regresado al poder aupado por la militancia), apoyado por Podemos, ERC, PDeCAT, Compromís, Bildu, Nueva Canarias y el que acabó por decidir la balanza, el PNV, derrocó al Gobierno (y el liderazgo de Rajoy en el PP, que eligió a Pablo Casado como sustituto) el 1 de junio de 2018 mediante una moción de censura. Arrancó entonces el Ejecutivo del Ave Fénix socialista, que pasó de defenestrado por su propia formación a líder del Gabinete.
Un Gobierno sostenido solo por 84 diputados que no llegó al año, ya que, tras ver rechazados sus Presupuestos, disolvió las Cortes y llamó a los españoles a las urnas el 28 de abril de 2019. De esa cita salió triunfador el PSOE, con mayor número de diputados (123) que en los comicios anteriores. Esa cifra, sin embargo, no le permitió alcanzar La Moncloa a pesar de las negociaciones abiertas con Podemos (42 escaños), que reclamó que el acuerdo fuese más allá de la investidura y se garantizase su entrada en el Ejecutivo. La propuesta fue rechazada por los socialistas en un primer momento, aunque con el reloj corriendo después de que fracasasen las primeras votaciones en el Congreso para hacer presidente a Sánchez, sí plantearon un Gabinete de coalición, que los morados no aceptaron al considerar que se les arrinconaba en Ministerios sin apenas poder.
El posible entendimiento con la formación de Pablo Iglesias fue la única salida del PSOE, que se encontró con un Ciudadanos cerrado en banda a cualquier negociación, lo que derivó en una crisis interna del partido de Albert Rivera.
Así se cumplieron los dos meses previstos por la ley y, de nuevo, las Cortes quedaron disueltas el pasado 24 de septiembre y convocadas las elecciones para el 10 de noviembre. Mientras, los españoles contemplaron, entre la sorpresa y el hartazgo, cómo los políticos no eran capaces de formar un Gobierno, obligándoles de nuevo a pasar por las urnas en busca del desbloqueo.
Los últimos sondeos
Sin embargo, a pesar de que las formaciones han hecho un llamamiento a los electores centrado, precisamente, en la necesidad de superar la parálisis institucional, las encuestas previas a la campaña exprés -que se estrenó en esta cita tras el cambio en la Ley- vaticinaron un nuevo empate técnico entre los dos grandes bloques que quizá solo se pueda romper con el apoyo de regionalistas, nacionalistas o independentistas, o con un cambio de planteamiento de las alianzas. Por ejemplo, el levantamiento del veto de Cs al PSOE.
Esos sondeos, cuya publicación está prohibida en España desde el pasado lunes, aunque algunos medios se hayan hecho eco, con el truco de la frutería y las oscilaciones en el precio de las frutas-partidos, de los que han visto la luz en Andorra, coincidían en varios puntos: la victoria del PSOE; el crecimiento del PP con respecto al 28-A; la ligera bajada de Podemos; el desplome de Cs; la consolidación en alza de Vox; la anecdótica aparición de Más País; el empate entre los dos bloques; el aumento de la abstención derivada del hastío de los votantes; y la suma importancia que tendrán los indecisos en el resultado final.
Dice el aforismo electoral al que se aferran muchos políticos en campaña que «la única encuesta que sirve es la de las urnas». Y es que el comportamiento de los votantes, al final, es absolutamente impredecible. Sobre todo, teniendo en cuenta que más de uno 30 por ciento de españoles no tenían claro al inicio de la campaña qué papeleta iban a elegir.
El nuevo actor
Precisamente, a los indecisos, que tienen claro que el domingo acudirán a sus colegios electorales, pero no saben a qué partido votarán, se han dirigido los políticos en campaña. Una campaña más corta de lo habitual -apenas siete días- y que, como ya ocurrió el 28-A ha tenido a uno de los últimos en llegar al Congreso, Vox, como gran protagonista. Y es que, por primera vez, al contar con representación parlamentaria, los dirigentes de la formación derechista han aparecido en entrevistas en medios públicos y, principalmente, en los debates electorales. Una visibilidad que, según aseguran desde el partido de Santiago Abascal, se notará en sus resultados en forma de una importante subida de escaños.
Unos diputados que podrían ayudar al PP a recuperar el poder. En Génova confían, incluso, en la victoria en las urnas, aunque la aritmética parlamentaria para llegar a La Moncloa puede fallar por culpa de la tercera pata del banco de la derecha: Cs. Los naranjas no se creen los sondeos y confían en la remontada de última hora. Mientras, en la izquierda, Podemos ha insistido en la campaña en el Gobierno de coalición que el PSOE sigue rechazando, pero que los números quizá le obliguen a aceptar para evitar una nueva repetición electoral que, a estas alturas del partido, nadie se atreve a descartar a la vista de la enorme distancia que separa a los líderes de los cinco grandes partidos, como se vio en el único debate de la campaña.