«Cuando alguien viene aquí ya deja de ser un cliente y pasa a ser un amigo». Belén Núñez conoce, casi solo por la voz, a la mayoría, por no decir todos, de los habituales de El Rincón de Lagunilla. Allí lleva seis años junto a su marido, Pedro González, y el hijo de ambos, Nico; pasando buenos momentos y también malos, como los de la pandemia. Aún se emociona al recordar los cierres por la covid, las pérdidas de producto y la respuesta de esos habituales, con llamadas de teléfono, mensajes de apoyo, peticiones de comida para llevar e, incluso, ofrecimientos de dinero para atenuar esas pérdidas. Habían abierto dos años antes de la eclosión de la enfermedad.
Fue el 8 de marzo de 2018 cuando levantaron la persiana de un local que había sido una especie de patio andaluz, al que tuvieron que darle más de un lavado de cara: «Nos lo encontramos verde entero». Por entonces, Pedro estaba trabajando en Medina de Rioseco y Belén en el hotel Meliá Recoletos.
Pedro lleva 40 años en el sector, desde que al poco de tiempo de llegar a Valladolid (es de Lagunilla, en Salamanca) comenzase a trabajar en el club social de El Pichón, «para poder comprarme una bici –logró el dinero para adquirir una Racesa–». Por entonces, él corría, federado, en el Castilla, junto a López Cerrón, entre otros.
Maestro Industrial de oficio, trabajó un año de especialista en Iberia para volver a la hostelería: «Porque me gustaba». Pasó por varios negocios hasta tener el primero propio, el Bar Félix, en La Rubia, donde conoció a Belén. Lo tuvieron siete años, dando un sinfín de comidas en una zona con mucha vida gracias a la ubicación allí de las Ferias.
Tras pasar por 'La Pera' se fueron a Tenerife una temporada. Volvieron y Pedro trabajó como jefe de cocina con Gabino, en calle Angustias, donde aprendió muchos de los secretos de los fogones (los otros con Goyo, que tuvo los restaurantes del aeropuerto y el Aeroclub). Y tras varios trabajos más e ir a Rioseco, le surgió la opción de coger el local de la calle Dos de Mayo, 5. El nombre no lo dudaron, como guiño al pueblo natal de Pedro, Lagunilla.
«Trabajamos mucho con producto de la tierra y de temporada. Por ejemplo, hemos acabado ahora con el bacalao y las alcachofas, y estamos con el espárrago», señalan, siempre dentro de una cocina casera y tradicional.
Cuentan con un menú a diario, por 14,90 euros, con seis primeros y seis segundos, con un guiso del día entre los primeros y uno del chef, entre los segundos. Espárragos, ensaladas, sopa, verduras y pastas no faltan entre los primeros. Calamares a la andaluza, pescado, cerdo, pollo y ternera, entre los segundos. Los fines de semana aumentan la calidad, con un menú con 2-3 entrantes al centro y segundo a elegir, por 25 euros. También tienen una carta, que cambian una vez al año, y muchos fueras de carta, como gambas, carpaccios, risottos o alcachofas.
A ellos se suman esos platos que va preparando a diario Pedro, como sangrecilla, mollejas de pollo, crestas de gallo, manillas de lechazo, oreja... «cada semana algo diferente, a veces de tapa y otras dentro del menú». Como los callos con pata y morro.
Destacan el cocido los miércoles (hasta que haga calor), la sopa castellana, el pulpo con patatas meneas y torreznos; el atún (en carpaccio, tataki o tartar); y los guisos; además de los risottos de boletus o calamares: «La gente siempre duda cuál pedir». Sin olvidar sus desayunos y almuerzos, donde sobresalen sus tortillas, una normal y otra... «de boletus, de queso de cabra, al ajillo o la de escombro, con callos, salchichón y jamón ibérico»; o los bocatines, como 'el de excursión', de atún. Además, Pedro, al frente de la cocina, cuida mucho el tema de la trazabilidad y la celiaquía.
Los domingos cierran (salvo éste, por el Día de la Madre, y alguno más como en navidades o en la carrera contra el cáncer) y abren con tres horarios diferentes: de lunes a miércoles, de 7.00 a 16.00; jueves y viernes, de 7.30 a 16.00 y de 20.00 a 23.30; y sábados, de 12.00 a 16.00 y de 20.00 a 23.45. Y tienen una capacidad para unas 35 personas, con dos coquetos apartados: «Son los más preciados».
El día funciona más con el menú y las noches con raciones. Con una clientela fiel y habitual... esos amigos de los que hablaba Belén. Porque ellos son familia, junto a María, «que es como si lo fuese» y sus clientes, pues eso, amigos.