La salud mental ha sido algo de lo que no se hablaba durante muchos años. El pasado estaba lleno de cuerdos y locos, no había otra clasificación. Ahora sabemos que todos tenemos un poco de ambos estados, la mente es también susceptible de enfermar y de curarse. Lo sabemos y actualmente hemos vencido a muchos prejuicios que hacían llevar en silencio cualquier enfermedad de este tipo e incluso era tabú para la sociedad hablar de ello. Era como si no existieran, pero ahí estaban. Ahora, las estadísticas hablan de un importante incremento en los ingresos clínicos por depresión desde la pandemia, que si algo positivo tuvo fue sacar a la luz el debate sobre las enfermedades mentales. Por supuesto, que solo los casos más graves acaban hospitalizados y no son la mayoría de ellos, pero indica una tendencia creciente de estos problemas de salud que deben tomarse en serio por parte de las autoridades sanitarias y adoptar las medidas necesarias para la existencia de suficientes recursos humanos y técnicos.
Precisamente, a eso voy. Actualmente, una de las mayores carencias para el creciente número de personas afectadas por la depresión y otras enfermedades de este tipo, en muchos casos jóvenes, son las largas listas de espera para las consultas especializadas de psiquiatría o psicología clínica. La falta de profesionales es la principal carencia de Sacyl, que debería incrementar el presupuesto y dedicar mucho más esfuerzo a cuidar de la salud mental, ya que tiene una importante repercusión en la esfera biopsicosocial del individuo, influyendo en sus relaciones interpersonales, sociales, laborales y en otras áreas importantes del funcionamiento global de la persona.
Las deficiencias en la atención especializada provoca en muchas ocasiones que los médicos de familia tengan que abordar situaciones para las que no están suficientemente preparados, lo que conlleva una excesiva medicación que no siempre soluciona los problemas. No obstante, un paciente con depresión, por ejemplo, no puede esperar dos meses para ser atendido por un psiquiatra, que en muchos casos le deriva a un psicólogo, que supone esperar varios meses más. Esto provoca una deficiente atención, que en ocasiones se salva con la asistencia a consultas privadas que son de pago. Esta situación precisa de una actuación urgente por parte de la Consejería de Sanidad para ofrecer un servicio digno que atienda a los pacientes de enfermedades mentales con la premura y la diligencia que necesitan. No podemos seguir a la cola de la cola en número de psiquiatras clínicos (8,4 por cada 100.000 habitantes en Castilla y León, por detrás de los 9,7 de España y muy lejos de los 13 considerados necesarios para una ratio óptima) y a años luz de los recursos que manejan otros países europeos.
Indudablemente, la salud es uno de nuestros principales bienes y casi siempre condiciona no solo el presente, sino el futuro. Y esto debería tenerse en cuenta a la hora de darle prioridad a la atención de las enfermedades mentales, pues cada vez más adolescentes y jóvenes pasan por baches en su cabeza que conviene solucionar cuanto antes para que no queden secuelas en el futuro o, algo peor, para que no les lleve a conductas suicidas. Las pantallas, los móviles, la falta de responsabilidad… son causas de una problemática que desde niños provoca alteraciones en la conducta que pueden agravarse cuando llegan a la difícil etapa de la adolescencia. Aparte de la exigencia de una atención sanitaria para ofrecer soluciones a tiempo, la sociedad debe tomar nota de lo que está creando con una permisividad en casa, en el colegio y en otros lugares de ocio que a veces no favorece un crecimiento de la mente en concordancia con el físico.
No es fácil encontrar soluciones a las enfermedades mentales, pues cada caso es distinto, pero debemos aflorar el debate, hablar con naturalidad de ello y poner encima de la mesa la necesidad de impulsar de forma importante los recursos humanos dedicados a tratar estos problemas. Con ello iremos avanzando en un mundo mejor.