La Catedral de Valladolid recrea el diálogo entre los "dos colosos" de la "imaginería policromada" que hacían "real lo sagrado", Gregorio Fernández y Martínez Montañés, a través de 70 imágenes distribuidas en seis capítulos con el objetivo de "instruir, deleitar y emocionar".
Una exposición, que lleva por título, 'Gregorio Fernández y Martínez Montañés: el arte nuevo de hacer imágenes', que organiza la Fundación Edades del Hombre, promueve la Junta de Castilla y León y en la que colabora la Archidiócesis de Valladolid hasta el próximo 2 de marzo y que convertirá a la seo vallisoletana "en el gran museo "de la imaginería policromada española".
Los dos comisarios de la misma, Jesús Miguel Palomero Páramo y René Jesús Payo Hernanz, han mostrado su satisfacción al culminar hoy un proyecto que surgió en 2019. "Desde 2019 venimos trabajando sobre la posibilidad de hacer una muestra en donde se compaginara la creación que se estaba haciendo a los inicios del barroco en Castilla, en Valladolid, fundamentalmente, el gran centro productor artístico en aquellos momentos, y la Sevilla, de comienzos del siglo XVII. Cuando en 2020 tuvo lugar la gran exposición de Martínez Montañés en el Museo de Sevilla, ya nos quedamos totalmente claros de que había que intentar contraponer la figura de Montañés y la figura de Martínez", ha detallado Payo Hernanz.
Una muestra que nace con el objetivo de "instruir, deleitar y emocionar". "Instruir porque sigue un carácter pedagógico y didáctico. Deleitar porque esperamos y deseamos que todo el mundo esté contento después de haberla visto", ha significado Palomero Páramo que se ha detenido para explicar con más detalle el tercero de los objetivos, el de "emocionar".
En este concepto, el comisario de la exposición ha apelado a la "emoción" a través del material de las obras: la madera policromada; la "emoción" que se consigue reuniendo las "grandes obras" de toda la "historia universal", algo que se ha conseguido aquí con los "dos colosos" Gregorio Fernández y Martínez Montañés; "emoción" por "ese propio sentido que tuvieron los clientes al encargar estas obras".
"Y emoción" por el paralelismo entre lo que sucedió en Valladolid y Sevilla en la época en la que convivieron estos maestros, con la "gran peste de 1600" y la catástrofe provocada por la DANA en Valencia. "Aquí nos surgen unos artistas que ante este momento necesitan a la población, porque esa peste, en un momento determinado, se dice que es producida por los vicios sociales. Entonces el Dios que existe en ese momento, con una cara y con un rostro absolutamente apocalíptico, hay que desecharle porque se necesita un tipo de imagen que recupere la confianza de los hombres. Y aquí nos surge Gregorio Fernández y aquí nos surge Martínez Montañés, haciéndonos un nuevo tipo de rostro de Dios", ha explicado el comisario de la exposición.
Un tipo de rostro, ha ahondado Palomero Páramo, que se sigue manteniendo en los "momentos actuales, hasta el punto de que el sevillano o el vallisoletano no saben rezar a otra cara que no sea la que estos hombres y la fisonomía que estos llevan a cabo".
"Es un rostro que, bajo la apariencia del natural, esconde una idealización del bien. Es el bien lo que tratan de representar. ¿Y cómo es ese el bien? Son, en principio, imágenes altas de estatura y esbeltas de cuerpo, porque tienen que seguir una proporción armónica, que son las nueve cabezas. En segundo lugar, son hombres bellos, porque la belleza es sinónimo de la divinidad. Y Cristo nos dice en las Escrituras que era el más hermoso de todos los hombres. Y, finalmente, porque deben de provocar la devoción. Provocar la devoción, que es la gran diferencia que hay entre un escultor y un imaginero", ha argumentado.
Hacer real lo sagrado
Por su parte, Payo Hernanz ha incidido en que la exposición contrapone "estos dos grandes personajes, los dos más importantes escultores del siglo XVII español, en sus semejanzas, pero también en sus diferencias". "Tienen muchas concomitancias, pero también tienen una manera distinta de plantearse y de acercarse a ese intento de hacer que lo sagrado se haga real", ha apostillado.
Y eso se consigue a través de esas 70 piezas, "entre esculturas, pinturas, obras documentales", donde también se evidencia el "rastro dejaron las obras de estos "maestros". "Es una exposición sencillamente estilística, en donde hablamos en primer lugar de cuál es el origen estético de estos profesionales, el origen estético de estos maestros, después cómo ambos de manera diferente van contribuyendo a la creación de ese estilo naturalista, después cuáles son sus grandes tipos, los grandes tipos que han desarrollado, y cuáles son los grandes sucesores", ha descrito.
En este punto, ha incidido en que el estilo de Martínez Montañés y el de Gregorio Fernández "no se extingue con ellos, sino que se mantiene". "En Sevilla está bien entrada la segunda mitad del siglo XVII, y en Valladolid incluso podemos ver algunas piezas que remedan el arte de Fernández a comienzos del siglo XVIII. Tal fue la huella y la importancia que tuvieron estos dos grandes titanes, que no llegaron a cruzarse en vida, pero que sin duda alguna ellos se conocían de oídas, y que estuvieron también insertos en algún pleito, en algún concurso como el concurso del Gran Retablo de la Catedral de Plasencia, que se llevó Gregorio Fernández", ha concluido.
Capítulos
Son seis los capítulos en los que están divididos la muestra que se exhibe desde hoy en la Catedral de Valladolid. La pila bautismal donde se bautizó Montañés y la Lápida Sepulcral de Gregorio Fernánez, así como legajos indicativos de partida de nacimiento y defunciones, reciben al visitante que se adentra a través de un laberinto de imágenes policromadas y documentales en el mundo de estos dos maestros.
El capítulo uno recoge obras de Pompeo Leoni, Francisco Rincón o Pablo de Rojas que van moldeando lo que será el estilo de ambos. El segundo de los capítulos refleja la vida en Valladolid y Sevilla de los escultores y como estas dos ciudades suponen una oportunidad para emprender su carrera y para poder conocer a otros maestros, estilos y técnicas y donde sobresalen el San Cristóbal de Montañés o el Ecce Homo de Gregorio Fernández.
El tercer capítulo muestra como el Concilio de Trento influye en su obra. Aquí se confrontan creaciones como San José con el Niño Jesús; San Juan Bautista y San Juan Evangelista o San Pedro y San Pablo que permiten al visitante analizar estilos.
El capítulo cuarto permite comprender y valorar el gran papel de los policromadores de las tallas de los escultores protagonistas. Cada maestro tiene al suyo, Gregorio Fernández a Diego Valentín Díaz y Martínez Montañés a Francisco Pacheco.
El penúltimo de los episodios refleja obras de Juan de Mesa, Andrés de Solares o Manuel Rincón, escultores en cuyas obras se ve la huella que dejaron los dos grandes maestros tras pasar por sus talleres.
La exposición se cierra "a lo grande" con la serenidad y exquisitez de Martínez Montañés y la solemnidad y monumentalidad de Fernández con obras como el Cristo atado a la Columna o el Descendimiento de la Cruz de Gregorio Fernández o la Cabeza degollada de San Juan Bautista sostenida por los ángeles y Niño Jesús Salvador del Mundo, entre otras, de Martínez Montañés.