La impotencia, el hambre y la desesperación de las víctimas del tifón en Filipinas las ha abocado en algunos casos a la violencia: seis días después de la catástrofe, cientos de miles de personas siguen sin tener acceso a agua potable y comida, rodeados de montañas de escombros en un enorme territorio devastado y al que no llega la ayuda humanitaria que están enviando desde el extranjero.
Ante la angustia por no poder llevarse nada a la boca en casi una semana, en la localidad de Alangalan, situada en la asolada isla de Leyte, miles de personas asaltaron ayer un almacén gubernamental de sacos de arroz. Una pared del recinto se derrumbó, provocando la muerte de ocho personas, según informó un portavoz de la Oficina Nacional de Alimentos, Rex Estoperez. Según explicó, en el almacén había 129.000 sacos de 50 kilos de arroz cada uno, lo que supone unas pérdidas económicas de 22 millones de euros. Estoperez apeló a los que se llevaron dichos productos a que los compartan con otros damnificados y que no los vendan.
Mientras tanto, la cifra oficial de fallecidos por la catástrofe asciende a al menos 2.344 personas, tal como indicó la agencia de Protección Civil, que tan solo informa de los casos confirmados y no proporciona estimaciones. Se cree que hay numerosas víctimas bajo los escombros, por lo que, por el momento, dificulta hacer un balance total. El pasado martes, el presidente del país, Benigno Aquino, auguró que el número final rondaría los 2.500 muertos, si bien admitió que hay todavía 29 comunidades con las que no se ha logrado contactar desde el viernes.
El principal problema al que se enfrentan las autoridades sigue siendo poder llevar alimentos y agua a los damnificados. La gente se encuentra cada vez más desesperada. «Por favor tengan comprensión, nunca hemos afrontado una catástrofe de estas dimensiones», pidió Rene Almendras, secretario del Gabinete. «Tenemos un sistema, pero no es perfecto», reconoció el director de Protección Civil, Eduardo del Rosario.
«Realmente es indignante. Parece que nadie tiene el mando en el Gobierno», criticó, por su parte, el diputado Carlos Zarate. «Las personas están muriendo de hambre o de diarrea», añadió. El alcalde de Davao, Rodrigo Duterte, fue más allá: «No ha sido Dios quien ha permitido esta catástrofe, sino el Ejecutivo».
Por su parte, desde Manila intentan enviar mensajes de optimismo. Aseguran que, cada vez más, los aviones de transporte llegan a las regiones afectadas. «Aterriza un C130 con material de ayuda en Ormoc», afirma el canal de noticias Official Gazette. «Se han repartido 22.778 paquetes de comida en Tacloban», proclama. En vista de la ingente cantidad de personas que precisan ayuda estos anuncios son como gotas en un un océano. Los nervios están a flor de piel y las largas esperas están desgastando a la gente. «Todo tarda demasiado, todos hablan y nadie hace nada. Deberían venir de una vez y poner fin a esta miseria», criticó Gerald Navarro, vecino de la ciudad de Ormoc.
De acuerdo con las cifras de Protección Civil, al menos 3.665 personas resultaron heridas. En la zona declarada de emergencia hay numerosos grupos de médicos y personal sanitario atendiendo a víctimas de forma ambulante. Ni siquiera en el hospital de Tacloban, que quedó anegado por el agua tras el paso del tifón, hay suficiente agua potable.
Para colmo, las fuertes lluvias dificultan, no solo las tareas de rescate, sino que frenan las labores de distribución de material.