Lugar de origen: Gujrat (Pakistán).
Años en Valladolid: 19.
Profesión: Cocinero de kebabs.
Comida y bebida favorita: Arroz y agua.
Rincón favorito: Campo Grande.
Wagar Ul Mulk, Ali (Gujrat, Pakistán, 1983), arranca serio, prudente y desconfiado. Siente desconfianza y por ello de inicio también la transmite, pero la primera impresión no es la que cuenta en este caso. El problema era el idioma; casi siempre lo es.
Ali no va sobrado de español (y el periodista tampoco de alternativas), aunque se va soltando con un limitado pero insistente vocabulario de ensayo-error, mientras alterna la torpe conversación con la elaboración de unos generosos y apretados kebabs que suelen armar colas que desbordan el local cada tarde-noche de fin de semana. ¿Cómo puede un negocio de barrio atraer a tanta gente de fuera de La Victoria con la cantidad de opciones, en teoría similares, que hay en la ciudad? En ese punto de la entrevista, y más después de lanzarle tal pregunta, Ali se crece y ya confía: «Será por la experiencia», responde. «Yo creo que soy sociable. La gente me conoce, sabe que llevo tiempo y que el kebab que se coma hoy aquí le va a saber igual que el que pida otro día».
Aprendió a hacer kebabs hace casi 20 años en Portugalete (Vizcaya), su primera etapa larga en España, adonde llegó a finales de 2004 después de una extensa travesía por Europa: de Pakistán a Grecia, luego Italia, luego Francia y por fin España, su meta desde el principio, tras hacer escalas de «dos o tres meses» cada una «en casas de familiares y amigos» por esos países. Del suyo presume, aunque «allí no hay trabajo y lo peor que tiene son sus políticos». Aún va de visita «cada año y medio o por ahí», ya que además procuró ir ahorrando hasta terminar de costearse,«poco a poco», la construcción de una casa.
En Portugalete conoció a Zahir, entonces un compañero más, luego amigo y hoy «el dueño», que le llamó hace cinco años y le propuso venir a Valladolid. Estaba en Galapagar (Madrid) y antes también pasó por Logroño, Zaragoza, Torrevieja (Alicante)… Experiencias para comparar no le faltan: «Esta ciudad es muy tranquila y lo mejor es la gente, al principio un poco estrecha pero muy maja, como la de Grecia», destaca. De hecho, en su opinión, «aquí no hay racismo». «En Italia o Francia preguntabas por la dirección de una calle y no te decían nada, y en Valladolid puedo hablar de todo, salir...». Su tiempo lo pasa sobre todo en La Victoria, donde tiene su casa aparte del trabajo, pero también le gusta «pasear y hacer fotos en Campo Grande, o tomar algo con amigos por el paseo de Zorrilla». Que se quede en Valladolid más o menos tiempo «dependerá del trabajo» , pero será difícil que le falte mientras siga haciendo de la carne embutida en pan de pita una de las artes más populares de La Victoria.