Arrabal de Portillo pierde uno de los seis alfares que mantienen en esta localidad, como en una aldea gala, este oficio de tradición secular. Andrés Pérez (Arrabal de Portillo, 1958) se sentó esta semana por última vez a su torno, en el que se inició con tan solo 14 años.
Andrés tomó el testigo de su padre, del que aprendió a modelar cacharros de barro, como les gusta llamar a los alfareros a sus productos tradicionales: cazuelas, pucheros, platos y menaje para asadores, restaurantes y uso doméstico, pero también botijos y jarros. Una esencia que ha mantenido casi hasta la recta final de su etapa laboral, donde se ha introducido nuevos diseños, con los que confiesa se ha sentido realmente satisfecho. Una evolución que llegó gracias a su colaboración en el proyecto Re_hacer del colectivo Néxodos, que propicia el contacto y la colaboración con artistas contemporáneos.
Cerrar una etapa laboral siempre conlleva momentos de añoranza y emoción. Y más cuando se trata del fin de recorrido de una tradición familiar que ha mantenido abierto casi un siglo esta alfarería. Ahora con calma, esmero y mucho cariño comienza la etapa de distribución de los últimos pedidos. También queda pendiente otra parte de la artesanía, la que destinará a regalos para familiares y amigos. Aunque algunas piezas especiales se quedarán en el domicilio familiar de los Pérez. En la selección no faltará un cántaro y un par de las piezas que realizó en los últimos meses.
Y es que Andrés reconoce que esta última etapa ha sido como un soplo de aire fresco en un oficio tradicional que apenas ha variado en las últimas décadas. De hecho, un paseo por su alfar muestra la simbiosis de maquinaria tradicional y moderna. El torno se ayuda ahora de energía eléctrica, mientras que el horno de leña tradicional mantiene su presencia aunque el grueso de la producción se cuece en otro eléctrico de grandes dimensiones. Lo mismo pasa con la arcilla, que no se recoge en las afueras de Arrabal de Portillo, ya que ahora se utilizan las arcillas refractarias y barro rojo de Zamora y La Bisbal (Girona).
Sin relevo
Andrés Pérez cierra su alfar porque no ha encontrado relevo generacional. Una situación que se repite en los últimos años y que ha motivado que ya solo estén activos cinco de los 40 que funcionaban a finales de los años 50.
Una situación que compromete la supervivencia y que hace que Andrés, como otros de sus compañeros, lamente que no se haya creado una escuela taller de alfarería para mantener el que era el motor económico de la localidad. De hecho, en el momento álgido del sector llegó a generar más de 400 puestos de trabajo directos en un municipio que no superaba los 2.000 habitantes, gracias a que la producción artesanal se distribuía por España.
Un proyecto para recuperar la huella silente
El proyecto Re_hacer del colectivo Néxodos no solo implica la colaboración de los alfareros con los artistas contemporáneos. En los cuatro últimos años, el colectivo ha trabajado para preservar y difundir la memoria de la tradición alfarera. En este tiempo han buceado en la historia de la actividad artesanal en la localidad y documentado fotográficamente más de una decena de alfares cerrados en las dos últimas décadas.
Una labor que ha realizado el fotógrafo palentino Javier Ayarza, que ha sido el encargado de inmortalizar los talleres que, a pesar de haber cesado su actividad, mantienen prácticamente inalteradas sus instalaciones, como si en ellas se hubiese detenido el tiempo. Un inventario visual del patrimonio material de la artesanía del barro que se ha recopilado en un catálogo.
El colectivo también ha realizado un mapeo sobre los antiguos alfares, que incluye una ficha detallada de cada uno de ellos. En el mapa aparecen localizados 42 talleres: los cinco alfares en activo, 18 ya clausurados, pero que mantienen, total o parcialmente, sus instalaciones, y otros 19 desaparecidos.