Una vida bailando entre gigantes

D. Núñez
-

Álvaro Vargas lleva desde los 17 años bajo el gigante indio y se emociona al ver que le visitan niños con sus propios personajes

Álvaro Vargas lleva desde los 17 años bajo el gigante indio.

Un amigo le dijo hace ya algunos años que por qué no se animaba a vestirse como un gigante o cabezudo. Le pareció una buena idea para sacarse «un dinerillo» en fiestas a sus 17 años. Y desde entonces está vinculado al gigante indio. No escogió el personaje, sino que encajó su cuerpo con la estructura que tiene este gigante y ya no ha vuelto a «bailar» con otro que no sea él. El coordinador de Gigantes y Cabezudos, Álvaro Vargas, reconoce que hay pequeños que cuando les ven pasar sienten un poco de miedo, pero también se emociona cuando ve que otros niños que se acercan vestidos con sus propios gigantes y cabezudos al desfile. Son manualidades que hacen con las familias y están muy logradas. Espera que ellos sean el relevo generacional y nunca se pierda esta tradición.

Vargas tiene su trabajo durante todo el año y en fiestas coge unos días para dedicarse a este otro 'empleo'. Asegura que cuando era niño sentía una especie de «miedo y atracción a la vez» y lo sigue viendo en las caritas de los pequeños que les ven pasear. Algunos sonríen pero no les hace gracia que se acerquen. «Con los años hemos intentado que los personajes sean más accesibles a los niños para que se acerquen y vean que debajo hay una persona y que puedan tocarles cuando están parados». 

Explica que los personajes son todos igual de altos, pero las estructuras que hay debajo sí que se adaptan mejor a unos cuerpos que otros. Por eso, se atiende al gusto de cada persona cuando elige un gigante o un cabezudo, pero también debe tener en cuenta este otro detalle. Y es que los gigantes son cuatro metros de altura. Van siempre acompañados de dos personas porque la visión que tienen ellos es muy limitada y tienen que estar pendientes también de que la estructura no se tambalee. Son sus acompañantes los que avisan de si hay un bordillo o un resalto en el suelo o si debe esquivar un cable o ramas de un árbol. Mientras tanto, ellos «bailan». Con el paso del tiempo se coge maña y ese bailar se llena de vueltas y de pasos especiales, incluso con carreras. 

«Los gigantes y cabezudos es una actividad que tiene mucho público y muy fiel. Es una parte amable de las fiestas», asevera el 'gigante indio'. Afirma que no solo acuden los niños para verles, sino que van personas de todas las edades a verles pasear por las calles del centro. Tienen siempre gente en la puerta del Ayuntamiento esperando a que salgan y también hay vallisoletanos esperando en la plaza que toque ese día en la que harán sus bailes. Son afortunados. «Es muy bonito». 

Pero, ¿en qué consiste el trabajo de un gigante? Vargas señala que sin los dulzaineros no podrían hacer sus recorridos con la misma alegría y festividad. Son parte fundamental del pasacalles. También resalta que el gigante no es como ponerse una mochila que llevas encima y lo transportas de un sitio a otro. «Aprender a bailarlo es jugar con el equilibrio para que vaya hacia adelante o atrás sin hacerse daño y luego se suman las vueltas o corros y carreras». En total son ocho cabezudos y otros ocho gigantes, aunque estos últimos van acompañados de una o dos personas. Por ello, en el pasacalles salen entre 25 y 30 personas contando con los dulzaineros. 

El coordinador de esta actividad dice que una de las cosas bonitas que han pasado en estos años es que gente que iba a verles ahora forma parte de los gigantes y cabezudos. Esos chavales que sonreían al verles pasar, ahora están debajo de estos personajes. Y otra anécdota curiosa de estos últimos años es que se están acercando a los paseos niños con sus propios gigantes y cabezudos hecho de manualidades. 

Y aunque tienen mucho público, hay días y zonas que se dan un auténtico baño de masas. Eso ocurre en el Ayuntamiento y zonas cercanas a la Plaza Mayor a la hora de volver de los pasacalles. Es el momento en el que hacen bailes más especiales y se despiden del público, así que la gente acude a verles. Vargas tiene preferencia por la plaza San Pablo, «aunque todas tienen su encanto». Pero es cierto que el último día que suele ser en Cantarranas normalmente está abarrotada y casi no pueden ni bailar.