La madre coraje de la calle Goya

Javier M. Faya
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La colombiana Adriana Colmenares, que se salvó por un minuto de la explosión de gas, relata junto a su hijo su dura experiencia

El piso en el que vivía esta familia (esquina superior izquierda) está en la otra punta del inmueble que sufrió la deflagración. - Foto: J. Tajes

Los que conocen a Adriana Colmenares Velasco dirán que es una mujer jovial que sabe levantarse de todas las zancadillas que le ha puesto la vida. Que no han sido pocas para esta colombiana de 58 primaveras que llegó a España en 2001 y se trajo al año siguiente a sus cuatro hijos, uno de ellos, Franklin, con discapacidad total. Su sonrisa la acompaña allá por donde va aunque las cosas vengan mal dadas. Pero eso fue antes del 1 de agosto.  

Está sentada con su hijo Manuel, de 38 años, en una churrería junto al LAVA y recuerda la pesadilla. La explosión de gas en el número 32 de Goya, en la que falleció Teresa Bergondo, que vivía en el 1ºC. En el 4ºD, justo en la otra punta del bloque, residían alquilados. Él acababa de ver una película de acción y ella había llegado de la calle, colocó el bolso sobre la encimera y... El infierno se desató. Aún recuerda cómo le dijo: «Papi, póngase los zapatos que nos vamos de aquí». Tras dos intentos infructuosos en los que bajaron envueltos en toallas empapadas de agua, los bomberos les rescataron. 

Ahora, dando «gracias a Dios» -el ascensor del que salió un minuto antes quedó destrozado-, se ve en una situación muy difícil: estuvieron alojados más de un mes en un hotel que les facilitó el Ayuntamiento pero el 'grifo' se cortó porque era el turno de los seguros y parece que no se responsabilizan con los inquilinos. «Aún no hemos tenido acceso a las pólizas», comenta Luis Samaniego, abogado de la sudamericana y de otros dos arrendatarios.

Lo único cierto es que Adriana y Manuel pagaron cuatro noches (320 euros) en ese hotel y tres en un hostal (105), «y un sueldo cristiano no puede con esto». «Fuimos los últimos en irnos del hotel», confiesa, al tiempo que se queja de que la trabajadora social les llamara constantemente para que lo abandonaran: «Entramos allí como príncipes y salimos como mendigos».

Mientras, el propietario de lo que fue su hogar señala que su seguro no protege al arrendatario y añade: «El alquiler finalizó el 1 de mayo, pero a fuerza de llorarme, se lo prorrogué hasta el 1 de septiembre, o sea que está vencido». «Los derechos adquiridos de Adriana hasta la fecha de finalización no se pierden», objeta el letrado.  

La renta era de 325 euros, un 'chollo' para un piso de tres habitaciones. Por eso Adriana y su hijo lo están pasando mal, ya que es imposible encontrar un inmueble como el que hallaron hace siete años. Sabe sufrir esta 'madre coraje'. Y pelear y pelear. Así logró que la Junta se hiciera cargo de Franklin, que vive en un centro en Palencia. 

Ella, que fue vendedora de colchones, camarera, limpiadora, interna y empleada del hogar, iba a ofrecer sus servicios en internet. Cree que se merece una oportunidad: «Necesito trabajar». Y luchar.