El desliz del asesino de Manuela Chavero

Sagrario Ortega (EFE)
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Eugenio Delgado, condenado a prisión permanente revisable por el crimen, se delató con un sospechoso balbuceo registrado en una llamada que condujo a su arresto hace cuatro años

El asesino, tras su detención, escoltado por dos agentes de la Guardia Civil - Foto: EFE

«Si lo has hecho tú, no la vas a enterrar en tu campo. No vas a ser tan tonto», comenta al teléfono la madre de Eugenio Delgado. «Ehhh (balbucea) seguramente no (balbucea)», responde el hijo. Es un retazo de una conversación intervenida por los investigadores en la que el verdugo de Manuela Chavero casi se delata, aunque la Guardia Civil ya le tenía cercado. 

A punto de cumplirse cuatro años de la detención de Delgado, condenado a prisión permanente revisable por el asesinato de Manuela, la mujer que en julio de 2016 desapareció en la localidad pacense de Monesterio, este detalle sale a la luz. 

La víctima, de 42 años, llevaba dos separada de su marido. Tras ello, comienza una nueva vida y, en absoluto secreto, tiene relaciones esporádicas con algunos jóvenes. 

Desapareció la noche del 4 al 5 de julio de 2016. Ya en la madrugada del día 5, Manuela mantiene conversaciones de wasap con dos jóvenes, pero no queda con ninguno. A la 1.55 de esa madrugada es la última vez que ella usa el móvil. 

Manuela tenía previsto ir el día 5 a Zafra a entregar unos papeles para hacer uso de la justicia gratuita en los trámites del divorcio. Iba a ir con su amiga María, pero no la llamó y ésta  pensó que se habría acostado tarde y se había arrepentido. No le sorprendió.  Pero sí a la hermana de Manuela, a Emilia. Estaba en un centro comercial de Sevilla y la llamó para preguntarle por una talla. Como no le cogió el teléfono, hizo lo propio con María. Ya preocupada, su amiga fue a la casa. 

 Con la llave del hermano, entraron en la casa. Solo tenía una vuelta echada, algo que hacía Manuela si iba a volver enseguida. Si no, echaba dos.  El móvil encima de la mesa, las luces y la televisión encendidas la ropa sobre la cama. No había signo alguno de violencia o robo. El hermano denuncia la desaparición.  

Testigos confirmaron que hizo la «rotonda», tras lo cual metió el coche en el garaje. Antes y después del «paseo» (sobre las 12 de la noche) llamó a sus hijos, que pasaban el fin de semana con su padre.

Primera línea de investigación: Un joven del pueblo 

Así comenzó una investigación por parte de la Guardia Civil. Y el primer sospechoso fue un joven de 21 años con el que Manuela había guasapeado esa noche y que no quiso quedar con ella alegando problemas de salud.  Las cámaras de seguridad situaron un coche «compatible» con el del joven muy próximo a la casa de Manuela, y a su teléfono móvil a unos 50 metros. 

En los interrogatorios, el sospechoso jura y perjura que estaba en el bar La Ponderosa y que de allí se fue a su casa. Cuando le ponen las imágenes, se reconoce por la camiseta de color naranja que llevaba. Su madre también corroboró que llegó a su casa sin problemas. 

Durante siete u ocho meses se tiró de esa línea, pero algo «chirriaba» a los investigadores. Y es que, además, las comprobaciones de los repetidores verifican que pasó cerca de la casa de Manuela, pero no le hubiera dado tiempo a matarla, ocultar el cadáver y llegar a casa a la hora que realmente lo hizo. 

Segunda línea de investigación: El exmarido    

Manuela pasaba apuros económicos y hay quien dice que había días que no tenía para comer. Trabajaba temporalmente y el exmarido no quería pasarle ninguna cantidad de dinero; él era la única persona con la que ella se llevaba mal.  

Se escudriñó de forma exhaustiva y durante mucho tiempo todo su entorno social, familiar, empresarial... Descartada su participación como autor material -estaba en Sevilla la noche de la desaparición-, se investigó la posibilidad de que fuera autor intelectual. Pero se descartó.  

Y finalmente, Eugenio 

Manuela mantuvo alguna relación esporádica con Jose, el madrileño, un joven que se había trasladado a vivir a Monesterio. Se conocieron trabajando para el Ayuntamiento.  El madrileño'se hizo amigo de Eugenio, un joven introvertido y con muy pocos amigos. Vivía solo. Sus padres se separaron y la madre y la hermana se fueron a vivir a León; su padre murió después. Residía próximo al cuartel de la Guardia Civil, pero tenía una casa cerca de la de Manuela que apenas usaba. Una vivienda que se la dejaba a Jose y su pareja para pasar algunos fines de semana. 

Cuando Manuela y El madrileño quedaban, Eugenio jugaba a la consola con el hijo de la víctima en la propia casa de ésta.  Su vida era un tanto rutinaria: por la mañana iba a la finca, trabajaba en las tierras y atendía a sus animales.   

Durante toda la investigación, los agentes se entrevistaron con él en varias ocasiones. Incurrió en algunas contradicciones, a las que no se les dio relevancia hasta que las pesquisas se centraron en él.

Una mentira de la que tirar 

Porque la UCO comprueba que mintió. Dijo que ese fin de semana estuvo en la playa en Huelva, que se fue el día 2 y regresó el 4 por la noche, pero se descubrió que a mediodía ya estaba en Monesterio. 

Por las intervenciones telefónicas los agentes se percatan de que quedó con dos amigos para robar viales de la carreteras y usarlos como bebederos para los animales. Fue detenido y la UCO aprovechó para hacer un volcado de su móvil. 

En él descubrieron contenidos de pornografía y contactos. Intentaba quedar con mujeres a través de alguna aplicación, sobre todo con prostitutas, pero muchas no quisieron ante mensajes como estos: «¿Por cuánto vendes tu dignidad? Quiero hacerte sangrar. Quiero una virgen anal». Un perfil sexual sádico, sin duda.

El asesinato  

Centradas en Eugenio las pesquisas, las cámaras analizadas recogieron en esa noche imágenes de un coche compatible con el suyo aunque con algunas diferencias en las llantas y las lunas. Y es que en noviembre -meses después de los hechos- cambia las ruedas y tinta los cristales. 

Los agentes aprovechan algunas circunstancias para intentar ponerle nervioso aunque no obtienen nada relevante. Pero recibe una llamada de su madre porque en televisión está saliendo en directo Monesterio y el caso. Es en esa conversación cuando se nota al sospechoso nervioso, con balbuceos continuos. Se siente presionado y decide hablar con un abogado penalista.  

 Tras esa reunión, llama a su tío por teléfono -es profesor de instituto- y a dos amigos porque tiene que decirles algo «muy gordo». Les cuenta por separado y en persona que el abogado le ha recomendado tres cosas: no hablar con nadie, dejar una nota y desaparecer.  Y les cuenta que la muerte de Manuela fue un accidente. Que se citó con ella para devolverle una cuna que había prestado a El madrileño y que circunstancialmente se golpeó en la cabeza. 

Cuando se lo decía al segundo de los amigos, fue arrestado. Eugenio colaboró y narró a la Guardia Civil que ese día volvía de Huelva con pescado y que como no le cabía en el congelador de la casa donde vivía, lo llevó a la otra. Eran las dos de la madrugada, vio luz en casa de Manuela y se acercó para decirle que le devolvía la cuna.

Juntos fueron a recogerla y al querer sacarla, tiraron de ella, Manuela se tropezó con las chanclas y se cayó. Quedó semiinsconsciente. A modo de sudario, la envolvió en un albornoz y una sábana y en la cabeza le puso una bolsa negra de basura porque sangraba. Ya muerta, se acordó que en su finca había un agujero donde poder llevar el cuerpo. 

Tras esta, ofreció otras versiones que no encajaban con la posición del cuerpo cuando fue hallado en la finca. Y él mismo se delató cuando en el registro del cortijo se acercó a los guardias para decirles que si se encontraba ADN suyo por restos de semen, era porque había mantenido relaciones sexuales «consentidas». Mintió.