Unos grandes embajadores de Mucientes

M.B.
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Julio y José Antonio Romo nos abren las puertas de La Cueva, una bodega con más de siete siglos de historia en la localidad vallisoletana y donde 'manda' el lechazo

Los hermanos Julio y José Antonio Romo, en La Cueva en Mucientes. - Foto: Jonathan Tajes

A Mucientes ahora se le conoce por sus rosados o sus quesos; por los murales de Manuel Sierra; por el Aula Museo Paco Díez y por el propio barrio de las bodegas. Incluso tiene kombucha. Pero en los años 80 del pasado siglo la localidad vallisoletana no era tan conocida a pesar de estar relativamente cerca de la capital. Por entonces, Julio Romo y su mujer, Victoria Duque, emprendían en su pueblo natal con su segundo negocio hostelero, de nombre igual que el primero, La Cueva. «Nuestros padres tuvieron una bodega pequeña aquí al lado, donde daban tortillas de patatas, chorizo, morcilla, chuletillas...», recuerdan hoy en día Julio (hijo) y José Antonio Romo.

Tras 15 años en aquel establecimiento, localizaron otra bodega mucho más amplia (aunque no hay fecha exacta, puede tener unos siete siglos y mantiene tres vigas presadoras en sus 1.300 metros cuadrados, con 14 metros de profundidad). «Nuestro padre era albañil y la hizo él mismo con sus manos, como La Dama de la Motilla en Fuensaldaña», añaden sus hijos. 

Tras aquella reforma, La Cueva abrió el 17 de febrero de 1989 –en un par de semanas cumple 36 años–. Lo hizo con una oferta más o menos similar al primer negocio aunque, al poco tiempo de su apertura, le añadieron un horno que hoy en día, es uno de sus principales atractivos, ya que en Valladolid hay pocas bodegas subterráneas con horno de leña. En este caso, con dos.

Del horno se encargaba Julio y de la cocina, Victoria. Hasta hace algo más de una década, cuando el negocio pasó a sus hijos: «Desde pequeños hemos estado aquí, casi hemos crecido en la bodega». 

Así que ahora es José Antonio el que lleva la voz cantante en los hornos y en la cocina; y Julio en la sala. O mejor dicho, en las salas, porque este restaurante, con una capacidad para unos 350 comensales, cuenta con 6 salones, destacando el Victoria, en honor a su madre, con una capacidad para unos 180.

«Nuestro buque insignia es el lechazo asado, es por lo que se nos conoce; aunque seguimos dando tortillas, chorizo, morcillas y carnes y pescados a la parrilla», señalan.

Abren los lunes, martes y domingos para las comidas; y jueves viernes y sábados para comidas y cenas. Los miércoles cierran. Todos los días cuentan con cuatro menús, para dos personas, que van de los 90 euros a los 99: «El que más triunfa es el que lleva el lechazo asado, con jamón ibérico de bellota de entrante y una ensalada, más vino y postre». Los hay con pulpo y parrillada; con pulpo y chuletón; o con jamón y chuletón. 

Para los lechazos, José Antonio, que reconoce que ha aprendido los secretos del horno de su padre, enciende la leña a las ocho de la mañana para meter los cuartos (en el horno grande caben 60) y que se vayan haciendo: «Unas dos horas y media. El horno no tiene que estar más allá de los 180-190 grados». Aunque además de ese aprendizaje, es importante la calidad del producto: «Llevamos desde que abrimos con el mismo proveedor, Carnicería Santiago Simón de Cigales».

Sus clientes son de toda España, aunque principalmente de fuera de Valladolid: «Tenemos a mucha gente de paso, de Madrid, del País Vasco, de Cantabria... el pasado fin de semana vino una pareja de Bilbao a comer directamente lechazo. Llevamos casi 36 años y mucha gente ya nos conoce».

De hecho, la familia, natural de Mucientes, hace gala de ser muy buenos embajadores de la localidad: «Mucientes se empezó a conocer por la bodega».

Los hermanos Romo reconocen que los hábitos a lo hora de comer han cambiado. Hace años podían servir hasta 200 tortillas los fines de semana, y ahora dan unas cinco: «La gente prefiere comer carnes, como solomillo o chuleta, antes que las tortillas». 

Aunque ellos se mantienen fieles a la esencia de sus padres, en una bodega con mucha historia: «La gente que viene de fuera toca las vigas, pensando que son de mentira y nos dicen... si esto estuviera en Madrid...».