Fernando Jáuregui

TRIBUNA LIBRE

Fernando Jáuregui

Escritor y periodista. Analista político


Yo no quería, de verdad, escribir sobre el 'caso Rubiales', pero...

15/02/2025

Por fin, el juicio más ridículo de la historia de los juicios ridículos -y ejemplos no nos faltan- ha quedado visto para sentencia. Me refiero, claro, al caso del expresidente de la Real Federación Española de Futbol, Luis Rubiales, y su beso a la futbolista Jenny Hermoso en plena celebración de la victoria del equipo nacional en el campeonato del mundo. Que llevemos meses en los que cualificados penalistas se pierdan en disquisiciones leguleyas acerca de si un beso en la boca es o no delito me parece tan esperpéntico como lo son tantos casos de forzado y falso rigor jurídico para sancionar conductas que no tienen, a mi juicio, trascendencia penal, sino ética, estética y moral. No, no pensaba haber escrito nunca sobre el triste 'caso Rubiales', porque me parece cosa de fuegos de artificio, pero un cúmulo de circunstancias me ha hecho replantearme mi rechazo anterior.

Por supuesto, de ninguna manera tome usted este artículo como una defensa de Rubiales. Creo que ese señor cometió suficientes tropelías no lo bastante investigadas ni, menos, sancionadas, a su paso por el cargo antes de desembocar en el famoso beso. Ser un jeta que se cree por encima del bien y del mal o tocarse en público los huevos, con perdón, es algo lamentable, como lo es mantener una conducta machista o prepotente. Pero dudo de que, así definido, sea delito, y muy riguroso o partidista tendrá que ser el juez que considere que el 'piquito' merece los dos años y un mes de cárcel que pide el fiscal para el expresidente de la RFEF. De la misma manera que, entrando ya en otros temas que me merecen similar consideración, muy anti (o pro, depende del lado desde el que se mire) tendría que ser el juez que condenase al hermano músico de Pedro Sánchez por el 'delito', entre comillas por favor, de ser un vago redomado y también, por cierto, un poco jeta.

Que sí, que, a mi modo de ver, nos empeñamos en magnificar como delitos conductas impropias, inapropiadas o abusivas, e incluyo en esta nómina a la mismísima mujer del presidente del Gobierno y sus 'actividades académico-empresariales', vamos a llamarlo así. Una juez amiga me reprocha que yo diga estas cosas por la radio, "erigiéndote en juzgador". No es eso: creo que los periodistas tenemos la obligación de dejar constancia de nuestras opiniones informadas, se adapten o no al gusto de los lectores, oyentes o telespectadores de nuestros medios. Apañados íbamos si tuviésemos que ser como Alcaraz para escribir sobre tenis, economistas para pronunciarnos sobre la inflación, norteamericanos sobre Trump o enfermos terminales para expresarnos sobre los cuidados paliativos, por poner apenas unos pocos ejemplos.

Y yo, la verdad, le dije a mi amiga la juez, veo reproche político y moral para algunas actividades, pero no cárcel, que debe estar reservada para otras cuestiones, algunas, por cierto, incluso quizá menos lesivas para la sociedad que algunos procederes trileros o que ciertas desfachateces conductuales.

Escribo esto porque advierto en España una tendencia creciente a hacer montañas de lo que podrían ser apenas desprecios, y estoy pensando también, por ejemplo, en Iñigo Errejón, que hay que ver la que entre todos armamos por sus desviaciones de conducta, quizá más propias de enfermedad que de maldad, y conste que tampoco, para nada, le defiendo: bien expulsado está de sus actividades políticas. Lo que me altera es que somos muy dados a montar la escandalera por lo pequeño, espero que usted entienda que no minimizo conductas repugnantes, claro, y dejamos pasar lo más gordo: violaciones de la Constitución, alteración dolosa de la legislación penal para favorecer a quien queremos que nos favorezca, incumplimientos de promesas electorales o mentiras puras y duras a la ciudadanía.

Así, quizá el 'caso Rubiales', que es alguien que, ya lo he dicho, no me gusta un pelo, debería hacernos reflexionar, incluso a los propios periodistas, sobre lo que es interesante y lo que es verdaderamente importante, que es, esto último, lo que siempre queda relegado, como bien saben quienes organizan griteríos sobre lo primero y tratan de imponer la opacidad total sobre lo segundo. Quédense Rubial y compañía con nuestro desprecio, que se acabará convirtiendo en olvido, y apliquemos el rigor de los tribunales a cosas mucho más inquietantes, que, tristemente, materia prima no ha de faltar.