Hay quien quiere hacer de las elecciones del próximo mes de febrero en Galicia una suerte de primarias. Como si Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, o la propia Yolanda Díaz, se jugasen su futuro político en función de conseguir uno o dos diputados autonómicos más o menos. Esas especulaciones forman parte del juego, en el que las encuestas se incluyen como un primer factor.
Pero la verdad es que Sánchez, cuyo partido va a salir presumiblemente algo debilitado de las urnas gallegas, no depende de estos resultados, ni tampoco la permanencia de Núñez Feijóo en la presidencia del PP nacional va a tener demasiado que ver, me parece, con el hecho de que su partido, con Alfonso Rueda, obtenga o no los 38 escaños que le darían la mayoría absoluta. Ni siquiera la muy gallega señora Díaz creo que tenga en peligro su cetro en Sumar si, como indican algunos sondeos, no obtiene escaño alguno. Hablo a corto plazo, claro; porque a medio...
Galicia es Galicia; lo que puede sonar a tópico, pero no lo es. Esta Comunidad es, ha sido siempre, un laboratorio político de primer orden, pero al tiempo es también una excepción permanente al funcionamiento belicoso de la generalidad de la política española. El clima político es Galicia es más remansado, atemperado por los aires atlánticos, por mucho que, desde Madrid, se intente exportar al noroeste la tensión y la crispación mesetaria: quien caiga en la trampa de esta crispación perderá, seguramente, las elecciones.
Y aquí me parece que la opción socialista, agitada por los huracanes del debate sobre la amnistía, se encuentra con un hándicap suplementario: ¿logrará Sánchez 'congelar' la inmensa polémica suscitada por sus concesiones a Puigdemont hasta el 18 de febrero? Lo va a tener difícil, por mucho que él y sus ministros huyan ahora de las comparecencias 'abiertas' con los periodistas y por mucho que traten de escabullirse -difícil intento- de las sesiones de control parlamentario al Gobierno en Congreso y Senado.
Ya este fin de semana, en el que los líderes políticos se vuelcan en tierras gallegas, tendremos una primera muestra de por dónde va a ir esta campaña electoral, sin duda menos complicada de lo que lo serán la campaña vasca, para las elecciones europeas y, sobre todo, para las catalanas, sean estas últimas cuando sean. O al menos eso, que la campaña gallega sea menos inflamada que otras que vienen, es lo que ahora se espera.
Y hay que reconocer que ninguno de los principales candidatos tiene perfiles especialmente pugnaces, y eso es de agradecer; solamente un fuego propagado por los pirómanos 'de Madrid' puede hacer que la política testicular mesetaria -aquí las cosas se hacen por mis santos, o no se hacen porque no me sale de- contagie a una Galicia que, para mí al menos, ha sido siempre, con las excepciones inevitables, un cierto modelo de comportamiento moderado y hasta caballeroso. Quizá, idiosincrasia al margen, la herencia remota de aquel hoy gran olvidado que fue Manuel Fraga, con sus grandes virtudes y sus enormes defectos.
Y atención, porque es en ese laboratorio gallego donde se van a ensayar, con el BNG, nuevas fórmulas para la izquierda, de la misma manera que antaño ya se ensayaron etiquetas nuevas en el comportamiento de la derecha. Es aquí donde hoy se centra mi atención. Porque donde los resultados gallegos sí pueden ejercer una cierta influencia a medio plazo es en la necesaria, inevitable, remodelación de las fórmulas de la izquierda española. Que esa sí que empieza a ser, cada día más, una asignatura pendiente.