Con demasiada frecuencia, mucha más que la deseada, y por distintos motivos que no vienen al caso, me veo obligado a hacer uso habitual de los servicios del sistema sanitario público. He utilizado los servicios de Atención Primaria (presencial y domiciliaria), los servicios de Atención especializada, los servicios hospitalarios, los servicios de Urgencias, los servicios de ambulancia, el 112, el hospital de día, los servicios de rehabilitación…Como ven, tengo la Tarjeta Plus.
En todas las ocasiones el tratamiento ha sido correcto y acertado por parte de todo el personal sanitario. Por supuesto que hay excepciones y, también, mala suerte ¿Dónde no?
Desde la llegada al Ministerio de Sanidad, en 1982, del siempre recordado Ernest Lluch, hemos construido, entre todos, un Sistema Nacional de Salud universal, gratuito y de calidad, donde está integrado el Sacyl junto a los otros 16 servicios autonómicos sanitarios, que es envidiado por muchos países de nuestro entorno y con una alta valoración de los usuarios. Algunos hemos tenido la suerte de pertenecer a él, participando en su creación, crecimiento, desarrollo y consolidación.
En la actualidad, como ya ocurrió durante la pandemia y como consecuencia del cóctel vírico que hay en el ambiente -algunos en ese afán de poner nombre a todo lo llaman tripledemia-, está siendo cuestionado y creo que severamente criticado por la saturación de ciertos servicios, especialmente los de Atención Primaria, los de Urgencias y las 'camas cruzadas' en algunas plantas hospitalarias. Es evidente que se deberían haber intensificado las campañas de vacunación, invertido más en el sistema y ampliado las plantillas de forma urgente, especialmente en Atención Primaria, pues la sociedad, afortunadamente, cada día es más exigente y la pirámide poblacional invertida consume más servicios y necesita más cuidados. Pero también es obvio que el derecho constitucional a la protección de la salud requiere completarse con el deber de los ciudadanos a autocuidarse para protegerse y proteger a la comunidad. La responsabilidad ciudadana está en primeria línea y más después de lo vivido con la covid, que ha incrementado la cultura sobre enfermedades infecciosas, pero que, por lo general, hemos olvidado aplicar y aplicarnos. Nadie se puede vacunar por nosotros, nadie sabe, salvo nosotros, si tenemos leve sintomatología infecciosa para ponernos la mascarilla y evitar reuniones familiares navideñas, nadie se puede lavar las manos por nosotros, nadie, salvo nosotros, sabe cuándo la situación requiere acudir a los servicios de Urgencias, nadie puede tomar Paracetamol de forma adecuada por nosotros… A nadie se le pide que se autoconfine, pero sí que se cuide y se proteja al tiempo que protege a los demás. Son prácticas sencillas y bien conocidas desde la pandemia. Es posible que la gente esté saturada de tanta vacunación frente a la covid, que nos hayamos relajado después de tantas tensiones y limitaciones durante la pandemia, pero en nuestras manos está que la historia no se repita.
En los últimos días, algunos hemos vivido en farmacias o transporte público situaciones difíciles de entender cuando nos hemos encontrado a algún ciudadano con virus hasta en el flequillo y con un lenguaje en el que la tos y los estornudos sustituían a las palabras, sin utilizar mascarilla y poniendo en riesgo la salud de todos, especialmente de los que la tienen más frágil.
Usando y poniendo en práctica esos sencillos cocimientos, evitaríamos nuevos contagios, se aliviaría mucho la presión en Urgencias, se desbloquearía la Atención Primaria y se reduciría el estrés del personal sanitario. Seguro que ellos nos lo agradecerían más que oyéndonos cantar a las ocho, desde el balcón, 'Resistiré'. Hagamos este último y fácil esfuerzo. Es el mejor aplauso.