La realidad del 'rider' sin papeles, en primera persona

David Aso
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Un latinoamericano sin permiso de residencia, que reparte para Glovo en Valladolid desde hace meses con una cuenta de autónomo prestada, valora tener un trabajo por encima de sus precarias condiciones y aspira a regular su situación para mejorarla

Imagen de un repartidor de Glovo en la plaza de Zorrilla. El que comparte con este periódico su relato es otro que no fue fotografiado para preservar su intimidad. - Foto: Jonathan Tajes

Ricardo (nombre ficticio) es latinoamericano, tiene 40 años y dejó su país natal hace seis meses para instalarse en Valladolid, donde empezó a trabajar como repartidor apenas unas semanas después de llegar. Aún hoy no tiene regularizada su situación en España (está «tramitando» el permiso de residencia), pero relata a El Día de Valladolid que utiliza la cuenta de Glovo de un pariente que se la «alquila» sin cobrarle por ello; y lejos de quejarse por problemas como trabajar sin poder identificarse correctamente, o por circular sin la protección de un seguro frente a accidentes laborales, valora los ingresos que obtiene.

«No todos tienen la suerte de tener un familiar que les reciba como me pasó a mí», destaca durante su conversación con este periódico, poco antes de las 13.00 horas del pasado lunes, sentado en un banco de la acera de Recoletos mientras espera que le preparen un pedido en un local de la zona para llevarlo a un domicilio. 

Ricardo cree además que «alrededor de la mitad» de sus compañeros de Glovo en Valladolid se encuentran en una situación irregular parecida a la suya, sólo que «normalmente se paga un 25 o un 30% por alquilar una cuenta», mientras que en su caso no tiene que compartir ganancias con nadie. 

Por cada pedido cobra «de media unos cuatro euros», pero «si la distancia es larga pueden ser seis, siete u ocho también», matiza, y «en horarios especiales como un domingo por la noche, por un recorrido de la acera de Recoletos a la zona de Vallsur pueden ser 10 o 15», resalta. Así al final concluye que le sale «un promedio de 40 o 50 euros» por cada día de trabajo, que en su caso suele prolongarse «de 12 a 15.30 o 16.00 y de 20.00 a 23.00 o 23.30».

«Así he podido mandar dinero a mi mamá, que sigue en mi país», añade. Allí tuvo Ricardo varios negocios, pequeñas empresas, y aunque asegura que en ese sentido le iba «súper bien», la situación social y económica en general «era y es muy mala», con trágicas consecuencias por falta de medicación que Ricardo relata a El Día, aunque no se detallan por preservar su intimidad. «En cuanto a lo del seguro, aún no conozco cómo va. Sé que tengo que estudiarlo bien, pero debo trabajar», subraya. 

¿Y en este tiempo no se ha visto en problemas por que le haya parado la Policía por algún motivo? «Gracias a Dios de momento no», responde, mientras cuatro patrullas (dos de Nacional y dos de Municipal) coincide que llevan unos minutos a su espalda, a pocos metros, atendiendo alguna cuestión que no tiene nada que ver con él. «Puedo decir lo mismo de mí que de la gran mayoría de compañeros que conozco: vamos derechitos haciendo nuestro trabajo sin meternos en problemas», defiende.

La imagen de Ricardo dista mucho de cualquier tópico cuando se le ve alternar la aplicación de Glovo con la de Forex, el mayor mercado global de compraventa de divisas. «Estudié varios años las ondas de Elliot», afirma en alusión a un modelo teórico de análisis financiero. Pero aprecia sobre todo la posibilidad de regularizar «pronto» su situación sin dejar de trabajar para Glovo: «Se puede sacar una buena mensualidad, así que me gustaría tener mi propia cuenta, y si pueden ser varias mejor, para ganar un poquito más de dinero», concluye.