30 años sin Rosa

Óscar Fraile
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La escritora vallisoletana Rosa Chacel murió el 27 de julio de 1994 después de una vida marcada por el exilio y el ostracismo al que fue condenada su obra durante décadas

La escritora vallisoletana Rosa Chacel. - Foto: Fundación Jorge Guillén

El 27 de julio de 1994, hace 30 años este fin de semana, la escritora vallisoletana Rosa Chacel fallecía en el Hospital Gregorio Marañón de Madrid víctima de una insuficiencia cardiorespiratoria. Se iba así, a los 96 años, una representante de la generación de 27 cuya obra fue condenada al ostracismo durante mucho tiempo, aunque sí que pudo paladear las mieles del reconocimiento en la última etapa de su vida. Así lo aseguró en una entrevista al programa de Televisión Española Cerca de ti un año antes de morir: «Me siento completamente compensada».

Aunque fue en 1930 cuando publicó su primera novela, Estación. Ida y vuelta, a la que después siguieron títulos como Teresa (1941), Memorias de Leticia Valle (1945) y La sinrazón (1960), no fue hasta después de su regreso del exilio, en 1977, cuando su obra empezó a ganar relevancia. Rosa, de algún modo, pagó durante los años de la Dictadura su compromiso con la izquierda al comienzo de la Guerra Civil, pues fue una de las firmantes del Manifiesto de los intelectuales antifascistas, además de colaborar con la prensa republicana y trabajar como enfermera.

Un compromiso que la obligó al exilio cuando cayó la República. Después de una breve estancia en Francia, Grecia y Suiza, Rosa, su marido y su hijo Carlos viajaron a Brasil, donde vivirían durante 30 años con algunos paréntesis en Buenos Aires, para que el niño no perdiera el contacto con su idioma. A pesar de que decía sentirse fascinada por los paisajes de Copacabana, donde residía, nunca acabó de adaptarse al país carioca.

Su vínculo con Valladolid

La escritora, una de las plumas más destacadas de la Generación del 27, nació en Valladolid en el seno de una familia liberal. Nunca pisó un colegio por su delicado estado de salud. Su formación corrió a cargo de su madre, maestra de profesión, quien le inculcó el amor por las letras. De hecho, a los tres años ya leía perfectamente y recitaba de memoria versos de José Zorrilla. Una infancia 'ilustrada' que tenía poco que ver con la del resto de niños. Y así lo reconoció ella en la citada entrevista: «A mí no se me llamó niña nunca».

Rosa vivió nueve años en Valladolid antes de irse a vivir con su abuela materna al barrio Maravillas de Madrid. Solo nueve años, pero nunca perdió el vínculo sentimental con su tierra natal. «Tenía una memoria histórica de su infancia que la relacionaba íntimamente con Valladolid y con el campo de Castilla», explica Carlos Pérez, su único hijo, que reside en Zaratán. Según él, su abuelo, el padre de Rosa, también tuvo mucha influencia para que esta brillante vallisoletana se dedicara al mundo de las letras. «Era un apasionado de la Ciencia, del desarrollo y de la tecnología, pero también era adicto a las historias fantásticas y le gustaba mucho Julio Verne», explica. Una afición que trasladó a su hija. En esa misma época, la madre de Rosa empezaba a leer la literatura que se desarrollaba como vanguardia en ese inicio de siglo XX.

El ambiente de casa despertó en la pequeña muchas inquietudes intelectuales. Ya en Madrid, inició estudios de dibujo y de escultura en la  Escuela de Bellas Artes de San Fernando, aunque no continuó por esa senda. Dice Carlos que lo dejó «por razones de salud», aunque Rosa reconoció en alguna entrevista que se dio cuenta de que había muchos profesionales de esta disciplina mejores que ella y que, ante la previsión de no poder estar 'en primera línea', decidió abandonar.

En la escuela de San Fernando forjó amistad con Valle-Inclán y conoció al pintor Timoteo Pérez Rubio, con el que se casaría en 1921. Por entonces Rosa ya era una habitual de los círculos intelectuales de la capital, que tenían su centro neurálgico en las tertulias organizadas en locales como el Granja del Henar, la Botillería de Pombo y el Ateneo de Madrid. Allí se codeaba con  autores como José Ortega y Gasset, Miguel de Unamuno, Ramón Gómez de la Serna y Juan Ramón Jiménez. En una época en la que no era tan habitual la presencia de mujeres en ese círculo.

Pese a todo, Carlos rechaza que su madre fuera una mujer «adelantada a su tiempo», como tantas veces se ha escrito. «Era una mujer de su tiempo», precisa. Una creadora que estaba muy comprometida con poner en valor todo el potencial femenino, tal y como quedó reflejado en la conferencia que ofreció en el Ateneo en 1921, titulada La mujer y sus posibilidades. «Hablaba sobre el valor intrínseco que representa para la humanidad la inclusión de la mujer en el mundo intelectual», dice Carlos. Un texto «revolucionario» que tuvo algunas respuestas, no muy amables, «entre determinados caballeros».

Esa época de creatividad quedó sepultada por el inicio de la Guerra Civil, que llevaría a la familia al exilio y a la obra de Rosa al ostracismo durante décadas. La autora tuvo muchas dificultades económicas durante su vida y solo en los últimos años se ha empezado a poner en valor su rico legado. ¿Tarde? «La historia es así, qué le vamos a hacer...», se resigna su hijo.