En La Vanguardia, Pedro Sánchez declaraba que "incorporar a la gobernabilidad a Junts y a ERC fortalece nuestra democracia". En Madrid, en una manifestación multitudinaria, masiva, un Núñez Feijóo acompañado por la casi totalidad de los presidentes regionales, miembros de la ejecutiva nacional y alcaldes, se mostraba absolutamente contrario a la amnistía y totalmente a favor de la igualdad.
Exigía que el derecho a decidir lo tuvieran los españoles, no los independentistas; miraba hacia Europa para que detuviera iniciativas del gobierno que son contrarias al derecho europeo, y exigía respeto al gran esfuerzo realizado por nuestros mayores para transformar el país.
Donde Sánchez veía la importancia del diálogo con partidos independentistas, Feijóo veía cesiones con los que comprar los apoyos necesarios para mantenerse en el gobierno; donde Sánchez clamaba hace días para levantar un muro contra "las derechas retrógradas", en su intervención madrileña Feijóo se colocaba en al otro lado de ese muro y construir puentes entre todos los españoles.
Las dos Españas quedaban perfectamente definidas en este domingo en el que Sánchez, con sus declaraciones, intentaba restar protagonismo a la manifestación del PP en la Plaza de España. Habría que preguntarse si la elección del lugar tenía que ver con el nombre, o con la amplitud del aforo. Se trata de una de las grandes plazas de la capital.
El presidente de gobierno reivindicaba que la gobernabilidad con los independentistas les llevaba a sumarse al proceso democrático. Eso no lo inventó Pedro Sánchez, sino Manuel Fraga hace una cuarentena de años, cuando integró en Alianza Popular a partidos de extrema derecha.
Aquella experiencia con una derecha radical que consideraba a Fraga un político no tan español como ellos, por sus tentaciones centristas, no es equiparable a los socios que se ha buscado Sánchez. Partidos de distintos perfiles ideológicos, a los que une poco más que sus ansias de independentismo, de dejar de ser españoles. Por las buenas o por las malas. Las malas, a través de métodos que la ley considera terrorismo, y que Sánchez pretende obviar a través de una amnistía que hoy, más que nunca, divide en dos a la sociedad española.
Por no mencionar que la justificación de Sánchez a sus alianzas, podría ser bien acogida si no fuera porque hace pocos meses decía lo contrario de lo que ahora defiende. Lo que confirma y reconfirma que su asociación con partidos de los que abominaba no tiene que ver con afanes de regeneración democrática, sino con necesidad: sin su apoyo, que venden muy caro, perdería el gobierno.
También el PP ha buscado alianzas de gobierno. Con Vox. Pero el partido de Abascal apenas ha exigido más que unas consejerías de escaso peso en la gobernabilidad de las regiones. Es una de las razones por las que Vox se está desintegrando: su influencia en España es irrelevante. Nada que ver con el poder de los socios del sanchismo, que ponen y quitan leyes y pretenden cambiar, a conveniencia, la Constitución.
A eso le llama Pedro Sánchez "fortalecer nuestra democracia".