Ocho de cada diez adolescentes de 14 a 18 años han consumido alcohol alguna vez en su vida, más de la mitad se han emborrachado en alguna ocasión y casi uno de cada cuatro lo ha hecho en los últimos 30 días. Son algunos datos del informe Estudes 2023 referidos a Castilla y León, y perfectamente trasladables a los menores vallisoletanos, que nos deberían poner en guardia ante un problema social que parece que no va a más en los últimos años (en 2012 el porcentaje era del 88,8 por ciento), pero que tampoco se reduce de forma significativa. El asunto es que no le damos la importancia que tiene debido a la tolerancia existente en la sociedad española al consumo de alcohol en nuestros momentos de ocio, celebraciones, fiestas y otros acontecimientos en los que cobra un gran protagonismo.
El Ayuntamiento parece que va a tomar cartas en el asunto para rebajar esos botellones que vemos todos cada vez que llega el fin de semana o algunas fiestas (carnavales, Virgen de San Lorenzo, Halloween, etc.). Las intenciones son buenas y seguramente sea necesario elaborar un mapa de los lugares más frecuentes donde se producen esas concentraciones de jóvenes, muchos de ellos menores, para consumir alcohol al aire libre, aunque casi todas sean bien conocidas por la Policía Local y por los propios ciudadanos. El concejal de Salud Pública, Alberto Cuadrado, pretende endurecer las cartas informativas que se envían a los padres cuando el niño o la niña son sorprendidos tomando cachis de cerveza o cubata en los parques, las Moreras o cualquier otro lugar y acentuar las intervenciones policiales. Todo ello acertado y, como ya he dicho, necesario, aunque nada de eso será suficiente para acabar con un problema social que tiene muchos más factores.
Igual que la educación no es solo cosa de los profesores, tampoco esto es únicamente un problema de las autoridades. O sea que, aparte de que el agente tutor incidirá en el consumo de alcohol cuando vaya a dar charlas a los colegios, los padres deben intervenir e implicarse con sus hijos para que no asocien indisolublemente el ocio y tiempo libre con el cachi, los chupitos o los cubatas. Hay que inculcar en los adolescentes diferentes formas de pasarlo bien sin necesidad de ingerir bebidas alcohólicas o directamente de emborracharse. Y eso es una tarea ardua, larga y a la que todos debemos colaborar, especialmente la concejalía de Juventud, que debe articular iniciativas atractivas para encauzar el ocio de los adolescentes sin tener que recurrir a beber.
Diferentes estudios oficiales cifran la edad de inicio en el alcohol a los 13-14 años, un momento en que la falta de madurez psicológica, propia de la adolescencia, dificulta el manejo de muchas sensaciones y efectos que produce este consumo. Disminuye la atención, la capacidad y el tiempo de reacción y dificulta la toma de decisiones. Aunque la mitad de estos menores considera que tomar cuatro o cinco copas los fines de semana no genera problemas de salud, los especialistas alertan de los graves efectos de una ingesta continuada sobre la salud física, psíquica y social al no haberse completado su desarrollo. Además de aumentar la probabilidad de ser dependiente del alcohol en la edad adulta. Todos estos daños se acentúan aún más con la extendida costumbre de beber en 'atracón' o 'binge drinking', un consumo intenso de alcohol (cinco o más consumiciones) que se realiza en un escaso lapso de tiempo (unas dos horas), localizado fundamentalmente en el fin de semana.
Para revertir esta situación que supone un tremendo problema, aunque no se vea así desde diferentes sectores, hay que combinar iniciativas educativas, sancionadoras, sanitarias y sociales. Y quizás habría que comenzar por desmontar las motivaciones que llevan a los jóvenes a este consumo, muchas veces incontrolado, de alcohol, que van desde la búsqueda de efectos psicoactivos hasta percibir una mejora en las relaciones con los demás, 'útil' en los momentos de fiesta para integrarse en el grupo y demostrar que se es adulto. Hay que dejar de aplaudir que un menor de 18 años tome una copita el día del cumpleaños de la abuela o que brinde con cava cuando llega la Navidad. Estas actitudes condescendientes no ayudan a los adolescentes cuando se relacionan con sus grupos de amigos fuera del ámbito familiar.
Y finalmente, también hay que poner el acento en los establecimientos, tanto los hosteleros como los supermercados, donde en muchas ocasiones se vende alcohol a menores a sabiendas. Es verdad que se han endurecido mucho las medidas en bares y discotecas y ahora andan más cuidadosos con que los jóvenes que accedan al interior hayan cumplido los 18 años, pero todavía hay mucha picaresca. Lo mismo sucede con la venta de alcohol de marcas blancas en las cadenas de distribución, donde en ocasiones se hace la vista gorda ante la compra por parte de adolescentes.