«En España conocí por primera vez lo que es la libertad»

Óscar Fraile
-

El sirio Ibrahim Alfahd vive con su familia en Valladolid desde 2017: «Decidí irme después de sacar de los escombros de un bombardeo a un niño de la edad de mi hijo»

Ibrahim Alfahd llegó en 2017 a Valladolid. - Foto: Jonathan Tajes

«Es difícil, porque a veces quieres borrar el pasado». Eso es lo que responde Ibrahim Alfahd cuando se le pide que recuerde algunos episodios de su vida en Siria. Han pasado siete años desde que llegó a España, y, aunque a veces le gustaría olvidar ciertas cosas, le resulta imposible hacerlo. Hasta el año 2011 él tenía una vida más o menos estable en su Idlib natal, al noroeste del país. Dueño de una empresa de construcción y reformas, solía trabajar en Siria y en Líbano con relativa frecuencia. Con apenas 30 años tenía muchos de sus sueños cumplidos.

Pero en ese fatídico 2011 todo se empezó a torcer. Las protestas populares contra la dictadura de Bashar al-Ásad, dentro de un movimiento global conocido como la Primavera Árabe, hicieron mella en la estabilidad del país. Y en su negocio, por supuesto. «La gente pedía cosas sencillas, como poner coto a la corrupción, ni siquiera reclamaba derrocar el régimen», recuerda. Pero la respuesta fue una represión brutal que terminó con muchos manifestantes muertos. Y un recrudecimiento de la violencia que desencadenó en una guerra civil que comenzó en marzo de 2013.

En estos dos años el sustento de Ibrahim se esfumó. La empresa de construcción fue reduciendo su actividad para pasar de doce trabajadores en 2011 al cierre en 2013. Lo mismo que tuvo que hacer con una pequeña tienda y un lavadero de coches. Pero al menos seguía vivo dentro de un país que ya se había acostumbrado a convivir con la muerte a diario. «Ya no podías salir de casa para comprar alimentos o medicamentos porque a lo mejor no volvías», recuerda. Además, el acceso a la comida era muy limitado porque la escasez hizo que se dispararan los precios.

En 2015 ya se había acostumbrado a no dormir por la noche. Demasiado peligroso para él, su mujer y su hijo recién nacido. «Tenía mucho miedo porque había visto muchos casos de edificios bombardeados que se caían encima de la gente», dice. Y porque, a esas horas, en cualquier momento, podían intentar entrar en casa.

Precisamente fue tras el derrumbe de uno esos edificios, en un bombardeo, cuando todo cambió. Después del impacto, Ibrahim se acercó a ayudar para intentar sacar a gente de debajo de los escombros. Y tuvo la buena, o mala, suerte de rescatar a un niño de la edad de su hijo. Aquello le impactó tanto que, al llegar a casa, lo primero que dijo a su mujer fue: «Se acabó, nos vamos de aquí, porque acabo de sacar a un niño y no sé si el siguiente va a ser el nuestro».

Comienza el peregrinaje

Finalmente consiguieron llegar a Turquía. Él, su hijo y su mujer, que estaba embarazada. Y, de ahí, a Grecia, donde estuvieron «atrapados» un año y medio y donde nació su segundo hijo. Recuerda esos 18 meses como un verdadero infierno, al tener que subsistir en un campo de refugiados y dormir en una tienda que estaba encima de las piedras. Aparte de las condiciones infrahumanas, tuvo que hacer frente a un sentimiento de culpa del que no se podía desprender. «Al llegar allí me pasó algo que no olvidaré nunca: mi hijo, de un año y ocho meses, me tiró una piedra a la cabeza al entrar en la tienda. Recuerdo que mi mujer se puso a gritarle y yo le dije que no lo hiciera, porque el niño tenía razón, yo les había llevado hasta allí y él tenía derecho a dormir en una cama», asegura.

Pasado ese tiempo, y gracias a los acuerdos de acogida de los países europeos, surgió la posibilidad de venir a España. Un país del que no sabía prácticamente nada. Mucho menos su idioma. Pero era eso o quedarse en Grecia, así que no se lo pensó dos veces. Comenzó a aprender un poco de castellano antes de empezar en 2017 el viaje de inicio a su segunda vida. «España me recibió muy bien, me ha dado todo lo que necesitaba», dice. Pero no fue fácil adaptarse a una cultura nueva y a una país «donde poca gente habla inglés». En Valladolid siguió con sus clases de castellano gracias a la asociación Accem, que se convirtió en una familia para él. Durante el primer año aquí seguía sin poder dormir por la noche. Pura inercia de lo vivido. Estudiaba el idioma hasta las cinco o las seis de la mañana o hasta que no podía más y acababa dormido.

Cuando más o menos lo dominaba, al año de estar aquí, tuvo la oportunidad de empezar a trabajar en una empresa de la construcción, aprovechando los conocimientos que tenía de su país. Era una forma de devolver a España todo lo que España le estaba dando. Y en ese mismo puesto de trabajo sigue seis años después. 

Ahora está plenamente integrado en Valladolid, aunque no olvida lo que más le impactó al llegar: la libertad. «Es algo que no había visto desde que nací, eso de que puedas hablar de lo que quieras y vivir como quieras, en paz, porque en mi país no puedes hablar, aunque estés dentro de la ley», asevera.

La reciente caída del régimen en Siria abre un pequeño hilo de esperanza para él, aunque, de momento, con toda la incertidumbre sobre lo que esté por venir. «El nuevo Gobierno dice que va a construir un país para todos, no como el anterior dictador, y yo tengo esperanza en que lo haga bien», señala. Porque, pese a todo, sigue echando de menos su país. «Sobre todo, a la gente, pero también tengo sitios en la memoria que no voy a olvidar nunca, como el castillo de Alepo, donde hacía fiestas con mis amigos cuando era joven, o las playas», finaliza Ibrahim, que se deshace en elogios hacia Accem.

Esta asociación ha atendido en los últimos cuatro años en Castilla y León a 38 personas procedentes de Siria a las que se les ha proporcionado 392 prestaciones, como asesoramiento legal, atención psicológica, interpretación y traducción, orientación laboral y aprendizaje del idioma, entre otras.