El asesino del palo

A. G. Mozo
-

Jesús mató a su mujer en Pedrajas, en octubre de 2007, para evitar que se divorciase de él. Le dio 20 golpes con un palo y la remató de una cuchillada en el pecho para «disminuir su dolor»

Jesús G.R. cumple a la perfección con el arquetipo del criminal de género, esos capaces de acabar con la vida de otra persona -de su pareja durante décadas, de la madre de sus hijos...- porque sí, por ese incomprensible afán de posesión... por esa justificación infame de «la maté porque era mía». Jesús, un sexagenario de Pedrajas de San Esteban, es uno de esos hombres que prefirió matar a su esposa que admitir que pudiese rehacer su vida. El crimen ocurrió a finales es de octubre de  2007.

 

Este hombre, un señor «con reacciones primitivas» -tal y como explicó su abogado en el juicio que se celebró en noviembre del año 2008 en la Audiencia Provincial de Valladolid-, planeó acabar con la vida de la madre de sus dos hijas casi en el mismo momento en el que se enteró de que había dado el paso de hablar con un abogado para saber cuáles eran los trámites para oficializar una separación que, de facto, ya era una realidad. Ella quería poner fin a 11 años de vidas independientes bajo el techo de su pequeño piso. ¿Divorciarse? ¿Él? Por su mente primitiva sólo pasaron dos opciones: abandonar el pueblo para siempre o matarla. «Me puse a pensar que a dónde iba a ir yo y ya pensé en hacer lo que iba a hacer. Ya fui con la idea fija», reconoció durante su declaración en el juicio. Ese 29 de octubre, ese lunes, cuando volvía de Valladolid, Jesús G.R. decidió convertirse en un asesino.
 

De veinte golpes. El asesino del palo, el asesino de Pedrajas de San Esteban... un uxoricida de manual que ni siquiera tuvo que echar mano de una escopeta o una pistola. Su arma homicida fue un palo y su rabia contenida. Jesús no tuvo compasión de Lidia ni cuando ella huía por el pasillo, ni cuando se tropezó y, aún viva, quedó tendida sobre el suelo de la cocina. Golpe a golpe, él continuó con su furibundo ataque. Golpe a golpe hasta sumar más de veinte. Sin compasión. Aparentemente, sin remordimiento alguno. Porque aunque este hombre no llegó a planear el modo en que mataría a su esposa, sí que tenía claro desde que entró por casa aquella tarde de octubre que acabaría con ella en cuanto tuviese ocasión.
Y a Jesús esa oportunidad se le presentó ese mismo día, cuando regresó a su domicilio de ese viaje a Valladolid con el que él pensaba escapar de la humillación de verse divorciado y solo. Todo nació en ese trayecto en coche a la capital. Ahí masculló el crimen.

 

Ella estaba secándose el pelo en la habitación y Jesús se acerco a ella por detrás, armado con su palo. Declaró que la atacó cuando se giró, que no fue por la espalda, pero en realidad eso solo lo sabe él. Tampoco importa. Jesús y su palo comenzaron a atacar a Lidia con inquina. Palazo a palazo, con una brutalidad que sorprendió hasta a los forenses de este caso cuando analizaron el cadáver de la mujer de 58 años, ya que varios de esos múltiples golpes llegaron a alcanzar la zona del cráneo de la mujer.

 

Después, con la mujer tendida en el suelo de la cocina, la remató en el suelo clavándole un cuchillo de cocina en el pecho para , según detalló en el juicio el propio Jesús, «disminuir su dolor».
 

Confesó todo a las hijas. Jesús ponía fin a su macabro plan confesando el crimen a la mayor de sus hijas -acudió en persona a la empresa en la que trabajaba- y a la Guardia Civil de Íscar. Él, que había llegado a dejar su empleo porque no soportaba el hecho de que sus compañeros le llamasen «buey» y se burlasen de él a cuenta de las amistades que tenía Lidia S.C., actuó ese día con temple y frialdad: «Lo único que pensaba es que me tendría que ir de casa y que metería a otro hombre», confesó durante su declaración.

 

El asesino había acabado con una relación que se deterioró muy pronto y que nunca funcionó. En la vista, las hijas -ambas declararon tras un biombo para no verle- le calificaron como una persona «antisociable y agresivo». Las dos describieron algún episodio de fuertes discusiones en las que él no dudaba en insultar a Lidia S.C. y llamarla «puta» y «zorra» delante de sus hijas.

 

El juicio acabó con el jurado popular declarándole culpable de un delito de asesinato y fijando una condena de 17 años de cárcel para Jesús, así como la prohibición de acercarse o comunicarse con sus hijas hasta cinco años después de salir de la cárcel. Él, duro como el palo con el que mató a Lidia, acató la sentencia sin cambiar el gesto. Agachó la cabeza y se fue.