Vivimos tiempos en que casi todo tiende a adelantarse: el calor, las cigüeñas -las de verdad, las otras están entre perezosas o de huelga indefinida-, las rebajas, los exámenes de septiembre, la mentira a la verdad, el insulto a la razón, la certeza a la duda -con lo saludable que resulta dudar-, la incomprensión a la tolerancia, la cobardía al valor, la corrupción a la honestidad, la prisa al temple, el perdón al delito, la amnistía al juicio… Aunque si hay algo que cada año se anticipa más, es la Navidad.
En mis recuerdos infantiles, las navidades comenzaban a ser deseadas, de nuevo, el siete de enero tras comprobar que la Noche de Reyes, después de aquel tedioso ritual (agua para los camellos, zapatos limpios y una copa para sus majestades), me habían dejado regalos y, sobre todo, alguna frustración. Eran éstas las que bullían en mi cerebro y hacían que empezase a pensar en las siguientes navidades y, sobre todo, en la nueva carta a los Magos para cicatrizar aquel chasco. Siempre pensé que los señores que venían de Oriente no llegaban a leer la primera petición de la larga lista que les enviaba. Llegué a sospechar que los míos eran más vagos que magos.
En aquella época no eran las navidades las que se adelantaban, era mi cabeza infantil la que daba la vuelta al reloj de arena, le ponía en marcha y deseaba que volviesen pronto las próximas navidades, con lo alargado que es el tiempo subjetivo a esas edades. Hablando de mi cabeza infantil, nunca entendí por qué después de celebrar alegremente el nacimiento de Jesús, a los tres meses celebrábamos su tormentosa pasión y crucifixión. Creo que me estoy desviando del objeto del artículo. Este camino solo lleva a que el director me reduzca el espacio. En ocasiones, parece que me entreno para conseguirlo. Espero que me indulte, ahora esta moda.
Vamos al lío. Hasta mi ingreso en la Universidad, las navidades comenzaban el 22 de diciembre con el soniquete mañanero de los niños de San Ildefonso cantando los premios de la Lotería. Cuando comencé la carrera de medicina, en el tardo franquismo, las vacaciones, que no las navidades, se adelantaban, por alguna huelga, al 8 de diciembre. El 6 no era fiesta, no había Constitución, ahora, a pesar del festivo, se la respeta entre nada y muy poco. Especialmente se piensa en ella para hacer macro puentes.
Desde hace veinte o treinta años, las navidades empiezan a estar en nuestras vidas desde verano. Los supermercados, cuando finaliza el estío, colocan los dulces navideños, los polvorones y el turrón en la misma estantería que los gazpachos. Las teles, desde octubre, ponen los fines de semana películas, un tanto empalagosas, de ambiente navideño y comienzan los anuncios para esta época. Hemos llenado el mes de noviembre de días 'raros', sobre todo para los que estudiamos francés en el bachillerato, con el Black Friday y el Cyber Monday, para ir calentando el ambiente consumista navideño. Este año la mejor compra es la amnistía, no se crean lo del perdón.
Durante los paseos playeros en bañador compramos los primeros décimos de la Lotería de Navidad, luego, cuando llega el día del sorteo, no los encontramos. Al verano siguiente aparecen en la bolsa playera, llenos de arena y pasados de fecha. Normalmente nos toca la pedrea, lo que nos amarga las primeras horas vacacionales. Hay otros que los compran en Doña Manolita (Madrid), haciendo cola desde Semana Santa para conseguirlo. Los que veranean en la Costa Brava suelen hacerlo en La Bruja de Oro, en Sort (Lérida) y de paso adquieren un caganer, el cual algunos olvidan ponerlo en el nacimiento y otros los van añadiendo todos los años hasta superar el número de pastorcillos. Aquello termina pareciendo unas letrinas de un campamento militar.
Mención especial merecen las comidas o cenas navideñas de empresa. Algunos las realizan en el chiringuito de la playa y otros las dejan para carnaval, en navidades hay overbooking en la mayoría de los restaurantes. En ellas lo importante son los gestos y miradas. El gesto es el mensaje, que le pregunten al Rey en sus últimos actos oficiales. Si las mismas se acompañan de 'amigo invisible', siempre te toca con el que menos hablas durante el año en la empresa. Los que deberían jugar, este año, son los de la mesa política con verificador donde se van a negociar las facturas de la investidura que son invisibles para el resto de los ciudadanos.
En cuanto a las cenas y comidas familiares, en las que todos estamos dispuestos a soportar la felicidad y suelen durar más que la serie Cuéntame. Para canalizar las conversaciones y sus contenidos, ponga uno o dos mediadores en su mesa. Es moda y el próximo año volverán a juntarse, o no. El ambiente será igual de chungo. El tema, entre almejas y gambas, será la amnistía y cómo esquivar todos los filtros legales para conseguir que Puigdemont alcance la categoría de hombre libre sin antecedentes penales. Es la magia de la Navidad. Si consigues salir mentalmente de la conversación y observas desde arriba, quizás comprendas mejor la diversidad de la política de nuestro país. Aunque el silencio en estos asuntos es cómplice.
La música ahora la pone Mariah Carey y las luces, los adornos y el árbol más alto, en una competición cada año más hortera, los ponen los alcaldes, que suelen olvidar que hay zonas muy deprimidas de la ciudad sin electricidad (más de 8 millones de españoles sufren pobreza energética y, por ejemplo, La Cañada Real de Madrid, este será el cuarto invierno sin luz).
Este año no habrá Navidad en Kiev ni en Belén, la ciudad palestina donde nació Jesús, la guerra, entre otras muchas cosas, ha vaciado de turistas y peregrinos los lugares históricos. Tampoco estarán para grandes celebraciones las familias que, según el INE, llevan cuatro años perdiendo calidad de vida en España, los tres millones de hogares que, según Caritas, quedan por debajo del nivel de pobreza severa una vez pagada la vivienda y los suministros básicos ( 1,2 millones más que hace cinco años), los más de 2,7 millones de afectados por el paro ( el 11,8% de la población en edad de trabajar, la mitad de larga duración), los 1,9 millones de parados que no reciben prestación por desempleo, las familias de las más de 55 mujeres que han muerto este año víctimas de la violencia machista (la peor en 12 años) y los 56 niños que, como consecuencia, han quedado huérfanos (según Save the Children, en España, uno de cada cinco niños españoles presencian episodios de violencia entre sus padres). Somos el quinto país, de la UE, con más pobreza severa y según Unicef uno de cada tres menores españoles vive en situación de pobreza infantil y, por último, 7.000 personas duermen en la calle en España. Para estos ciudadanos y sus serios problemas no habrá Navidad ni amnistía. Para ellos la política del olvido consiste en eso, olvidarles, no verles y convertirles en trasparentes. Solo hay una palabra que describe estas situaciones, DOLOR (con mayúsculas).
Donde sí habrá Navidad será en la Casa Blanca. La decoración de este año tiene 34.000 adornos, 98 árboles, 72 coronas y 142.000 bombillas, parece que a ellos les afectan entre poco y nada las guerras, aunque están en todas.
Feliz Navidad y, como dijo Carlos Alsina hace pocos días al recibir el premio 'Francisco Cerecedo', «que Dios nos bendiga a todos dándonos criterio propio».