"Cuanta más pez tengan el mono y el sombrero, mejor, más emocionante es para nosotros". Roberto Escudero necesita la ayuda de su hermano Abel para mudarse la ropa tradicional que los mayorganos visten en una noche emblemática e histórica para ellos, negra en color, como si se hubieran bañado en una piscina de petróleo. Es la misma que el año pasado, y que el anterior. Solo se cambia si ya está para ir a la basura.
En el patio de su casa, donde poco a poco van llegando sus amigos, ya ataviados con la vestimenta típica y los varales que portarán los pellejos, se afanan por vestirse y bajar a la ermita de Santo Toribio para llegar a tiempo a la hoguera que ya ve la luz. Se cumple el 270 aniversario de la fiesta. Esa que caracteriza a Mayorga (Valladolid). Nadie que haya visitado alguna vez en su vida esta localidad puede decir que no sabe qué es el Vítor.
De eso conoce bien Timoteo Escudero, mente viva de esta tradición, en la que ha salido 54 años a procesionar, desde los 16, aunque su padre, nacido en 1911, ya lo hizo desde los 14. "Hoy en día ya salen también los niños", explica en declaraciones a Ical, mientras muestra su pequeño altar en su casa con todos los utensilios que usó durante todos los años que salió, desde un sombrero hasta un pellejo. "Y es de los antiguos", exclama. Lo dice tras remover la localidad los cimientos de la Península por buscar piel de cabra en los años 90, cuando se dejó de fabricar el que se utilizaba para las botas de vino y la escasez protagonizó este tipo de producto. Se llegó a una solución de consenso y a partir de 1999 se utiliza un material similar que, casi de forma artesana, elaboran los mayorganos con la contribución de su Ayuntamiento y por el que pagan en total unos 40 euros. Pellejo lleno de pez y aplastado por un rodillo que asume su forma actual. Y de ahí a la calle a arder.
Cada mayorgano quema unos siete u ocho pellejos en una noche en la que acompaña la bebida y la comida, vino y queso tradicionalmente, hoy mucho más gracias a las cuadrillas y las peñas de chavales, que son los que aguantan la fiesta. "Yo vine un año de Barcelona solo para este día. Llegué a las seis de la tarde y por la mañana me fui. Para mi es muy importante", relata Roberto Escudero. Su padre, de lejos, matiza que lo hizo con lágrimas en los ojos cuando se subió al coche para regresar a la Ciudad Condal, donde trabaja. "El Vítor es una juerga, pero con mucho respeto", espeta el padre de familia, quien destaca la devoción con la que el pueblo vive "sobre todo este día". Algo que se demuestra, explica, cuando a "las cinco o las seis de la mañana el estandarte, acompañado de las antorchas, llega de nuevo a la ermita y todos callan". "Es un silencio único", relata.
Sin embargo, no esconde que a pesar de ser una "fuerte tradición, con mucho apego", hay "ciertas lagunas" por la falta de documentación anterior al siglo XX: "Siempre ha pasado de generación en generación gracias a la tradición oral, a la gente que se lo contaba a los hijos y nietos". No obstante, ya en los años 70 se hizo muy popular la fiesta gracias, entre otros, a Cristina García Rodero, quien mostró al mundo esta fiesta.
270 años de historia
La tradición del Vítor se remonta en Mayorga al 27 de septiembre de 1752, cuando la población de Tierra de Campos recibió, como pueblo natal, la segunda reliquia de Toribio Alfonso de Mogrovejo y Robledo, fallecido en 1606 y canonizado en 1726 por el Papa Benedicto XIII por su labor de evangelización como Arzobispo de Lima. Debido a que durante el avance de la comitiva cayó la noche, los vecinos salieron con teas y antorchas para poder iluminar el camino. Se trataba de improvisados pellejos de vino en desuso, que se colgaron de varales para iluminar aquella noche. Así nació esta fiesta, declarada de interés turístico nacional.
Desde entonces, cada 27 de septiembre, los mayorganos se reúnen a las 10 de la noche en la Ermita de Santo Toribio ataviados con ropas viejas, guantes y sombreros, para proteger la piel de "la pez" que cae ardiendo de sus pellejos colgados de varales. Y hoy la tradición volvió a salir a la calle, junto al estandarte formado por una tabla policromada con adornos en tela y florales, concedido por la Universidad de Salamanca al Santo como uno de sus Doctorados. Detrás de los portadores, la música y la gente que baila y canta a lo largo de toda la procesión.
Los pellejos
Los antiguos pellejos eran odres de cuero, generalmente de cabra, que, cosido y "empegado por todas las partes menos por la correspondiente al cuello del animal, sirve para contener líquidos para conservar el vino". Timoteo señala que ese "empegado se hace con pez", un producto negro y viscoso que tradicionalmente se obtenía cociendo los tocones de pino, ricos en resina. Actualmente se queman entre 500 y 800 pellejos en la noche de El Vítor de unos dos kilos de peso. Los más jóvenes calcinan entre siete u ocho.
Timoteo Escudero, al contrario que sus hijos, a los que inculcó esta tradición cívica, observa hoy las antorchas desde la distancia. Pero pudo comprobar como su querido Vítor tomó camino de la Plaza de España acompañado por la música y tras el encendido de la hoguera, de la que partieron los pellejos en fuego. El colofón de la noche se produjo con un espectáculo de fuegos artificiales, al que pone colofón el himno a Santo Toribio, cantado a una por los mayorganos. Como recuerdan sus vecinos, mañana, las manchas de pez en el suelo de las calles advertirán que ya queda menos para el próximo 27 de septiembre.