Valladolid y el cine llevan unidos casi toda una vida. La Seminci cumple 69 años y, desde sus inicios, ha conseguido elevar el carácter cultural de la ciudad e identificar a la capital del Pisuerga con un festival, que con sus altibajos, se ha convertido en marca de calidad para todos aquellos amantes del séptimo arte y para quienes disfrutan con el cine y con el vino, la gastronomía, la tertulia y muchas más actividades que completan ocho días sin parar. La Semana Internacional de Cine siempre ha sido un escaparate de buenas películas, sin que hasta ahora haya sucumbido a lo puramente comercial, lo que no quiere decir que muchas de ellas no hayan tenido éxito posteriormente en las salas, y para continuar esta trayectoria es importante contar con una financiación importante y estable.
El dinero no es siempre lo más importante, pero indudablemente permite hacer las cosas mucho mejor si se aprovecha bien. La Seminci cuenta con un presupuesto por encima de los tres millones de euros, lo que puede parecer mucho aunque no lo es, especialmente gracias a las aportaciones del Ayuntamiento y de los patrocinios privados, que responden con generosidad para este evento cultural de todos los vallisoletanos. Sin embargo, se echa de menos algo más de colaboración institucional de la Junta de Castilla y León y, especialmente, del Ministerio de Cultura a través del Instituto de las Ciencias y Artes Audiovisuales (ICAA). Entre ambas administraciones públicas apenas llegan a cubrir el 10 por ciento del presupuesto y eso parece escaso para un festival con decenas de miles de entradas vendidas, con una promoción del cine, de la ciudad y de la Comunidad y con una trayectoria nacional e internacional muy consolidada. El alcalde y todo su equipo están ya en conversaciones con representantes del Gobierno para que Seminci pueda recibir una subvención nominativa, sin tener que acudir a una convocatoria en concurrencia competitiva, en línea con lo que ya tienen San Sebastián o Málaga. La Junta, que hay que reconocer que aporta el doble que el ICAA, también debería hacer un esfuerzo mayor, pues este festival de cine no es solo patrimonio de los vallisoletanos, sino que puede servir para proyectar la imagen de una Comunidad infinitamente rica en cultura, arte, historia, naturaleza, gastronomía y vinos. Es una buena oportunidad y, ahora que va a cumplir 70 años, sería buen momento para darle un fuerte impulso.
El segundo aspecto importante para realzar aún más al festival de cine vallisoletano es la imbricación con la ciudad y sus habitantes. Es importante su proyección hacia el exterior, pero sin olvidar que es imprescindible la comunión con el entorno, con los vecinos de una capital y provincia que tienen que sentir la Seminci como algo propio, como si fuera su catedral, sus bodegas o su equipo de fútbol. Evidentemente durante 69 años se ha ido tejiendo una relación fuerte entre los pucelanos y un festival que está implicando con sus actividades paralelas a muchos colectivos del tejido social y económico de Valladolid. Desde las universidades a la hostelería, los barrios, asociaciones vecinales, centros escolares… hay una gran actividad durante los nueve días del festival, lo que supone toda una ciudad volcada con el cine.
En algunas ocasiones no se sabe apreciar todo lo que nos aporta la Seminci. Yo invitaría a estos escépticos a que comprueben la proyección de otros festivales como San Sebastián o Málaga, máxime teniendo en cuenta que esas dos ciudades están en la costa y cuentan con un turismo muy consolidado. Valladolid no debería aspirar a menos y, aunque para ello es imprescindible la financiación, también lo es la unión y el apoyo de todos, individual y colectivamente, para crecer y llegar al 75 aniversario como una de las grandes citas culturales europeas.
Disfrutemos esta semana larga de la Seminci y comencemos a preparar ya las ediciones del futuro con ilusión y medios humanos y económicos para seguir ampliando su trayectoria y su proyección. Valladolid es una ciudad de cine y el festival tiene buena parte de culpa de ello.