Decía Marcos de Quinto, exvicepresidente mundial de Coca Cola, en su libro 'Notas desde la trinchera', que los reveses en forma de cicatriz que uno sufre en la vida se convierten en medallas y que hay que lucirlas con orgullo. Así, en ese sentido, el vallisoletano Aitor Martínez Herrero, que recibió el pasado 24 de octubre la medalla de Oro 2023 a la Educación Vial, otorgado en el marco de los VIII Premios Nacionales de Seguridad y Educación Vial para Policías Locales, la obtuvo realmente antes, el 25 de febrero de 2016, cuando un camionero que estaba mirando el teléfono móvil le dejó gravemente herido mientras iba en bicicleta. Su compañero de rutas, Jesús Negro, murió en el acto.
Muy emocionado, el agente vallisoletano recuerda lo que fue su calvario desde aquel día. Porque resulta sencillo decir aquello de 'volver a nacer', pero ¿y las secuelas?, ¿y el sufrimiento de los seres queridos, y más concretamente de los padres? A ellos precisamente cita varias veces en esta entrevista porque es muy posible que el dolor físico y moral -necesitó ayuda psicológica y psiquiátrica- que padeció fuese grande, pero el de un padre, y, sobre todo, el de una madre…
Así, recalca que "Marypaz González -coordinadora de Aesleme- y yo hacemos este trabajo para que haya menos víctimas viales y que no pase nadie por donde hemos pasado ella y yo. Y que no sufran sus familias lo que han sufrido las nuestras".
"Tuve que reinventarme"
Pero hoy toca sonreír y acordarse de ese galardón que le llena de orgullo y que no es más que un reconocimiento a algo que le ha dado sentido a su vida: dar charlas en las escuelas a adolescentes sobre educación vial (aunque también en el Ejército de Tierra y en todas las asociaciones que les llama). Ni por asomo se podía imaginar hace años que el destino le tenía reservado ese camino, pero la vida es así de caprichosa y de maravillosa. Otro se hubiese hundido, pero él no. "Tuve que reinventarme", asegura con el tono de voz de un veterano de guerra, de un superviviente que estuvo en el infierno y escapó de él.
Por eso mismo, porque pudo contarlo, se ha dedicado a explicar a los adolescentes en los colegios que deben tener mucho cuidado cuando salen a la calle, que no deben distraerse al cruzar un paso de peatones, que han de respetar los semáforos y extremar la precaución con las bicis, las motocicletas o los patinetes. Y lo que es más importante: se empiezan a concienciar de que cuando sean adultos y tengan un coche o una moto de gran cilindrada pueden acabar como Aitor o pueden destrozar la vida a personas como él con sus irresponsabilidades. "La verdad es que te emocionas cuando te aplauden al terminar de hablar, o se esperan a que te vayas para darte un abrazo, o incluso te paran por la calle y te dan las gracias por tu testimonio y tus consejos", confiesa con emoción.
Conductores noveles
¿Y no cree que quizás habría que darle clase a los adultos teniendo en cuenta que se cometen tantas atrocidades en carretera o incluso en la ciudad? Tras comentar que también cuenta su experiencia a los conductores en cursos de la DGT que quieren recuperar sus puntos, asegura que no estaría nada mal que las multas por infracciones graves, de esas que cuestan cuatro puntos y 200 euros por ejemplo, lleven aparejadas una buena charla, que no haya que esperar a tener el contador a cero, pues puede que el precio sea mucho mayor. Y añade este hombre lleno de ideas y de ganas: "¿Por qué no a los que se acaban de sacar el carné de conducir?".
Otro punto, quizás polémico, es hablar de los 'abuelos canguros', de si debería haber una edad máxima al volante, con independencia de que se vayan pasando los exámenes psicotécnicos. Lo tiene clarísimo: "80 años salvo excepciones". "Los reflejos ya no son los mismos y pueden ser un peligro, el coche se convierten en un arma de matar. Yo creo que habría que incentivar que viajaran en transporte público, un 50 por ciento de descuento estaría bien", sugiere.
No recomienda ir en bicicleta por carretera
Este agente no recomienda a nadie ir en bicicleta por carretera, aunque, lógicamente, respeta que lo hagan. Entiende que el peligro es grande, ya que la seguridad del ciclista depende de él y también de los conductores que le van a ir adelantando. "Fíjate, que yo me hacía entre 80 y 100 kilómetros, han sido miles de coches, millones", señala.
Después de los aplausos, las medallas o los abrazos, llega el silencio y Aitor vuelve a la cruda realidad cada día. No puede correr ni saltar apenas, y lo que es peor, hay noches en las que los recuerdos le persiguen -fue consciente de lo que pasó tras ser arrollado- y se despierta gritando en esa carretera convertida en cama. Pero aun así, no deja de sentir gratitud porque "la vida me ha dado una segunda oportunidad y la estoy aprovechando".