Hace cinco años que la vida dio un vuelco. Muchos pasaron a vivir algo hasta hace poco impensable: la covid irrumpió en nuestras casas y trabajos, se llevó muchas vidas, condicionó muchas otras y nos marcó un camino muy diferente al que la sociedad castellana y leonesa y española estaba acostumbrado. Momentos en el que únicamente los trabajadores esenciales estaban autorizados a moverse, cuando la economía se detuvo de golpe, llegaron los Ertes, las UCI se saturaron, y todo quedó en suspenso mientras las cifras de muertes se amontonaban a diario. Costó doblegar la curva y convencieron a la población de que saldríamos mejores. Hoy todo el mundo se sorprende de lo rápido que casi todo se ha olvidado.
El catedrático de Sociología de la Universidad de Salamanca (USAL) Jesús Rivera, experto en sociología de la salud, matiza ese 'casi todo', pues muchos hábitos y rutinas han sido asumidos por la sociedad tras la pandemia, otros en cambio, se ven desde un punto de vista negativo.
Entre estos segundos se encuentra la salud mental. «¿Qué ha sucedido para que se haya producido un repunte fuerte, sobre todo en población joven?», cuestiona Rivera, quien apunta que la pandemia «ha sido un gran factor de influencia. Mucha gente se vio cortada en una fase muy controvertida y delicada de su vida, lo que potenció y estimuló los problemas de salud mental, que ahora desbordan muchas veces los colegios, institutos y universidades», señala el sociólogo. «Antes recibíamos un caso cada año y cada profesor; ahora, más de diez. Es muy significativo», abunda.
Jesús Rivera, catedrático de Sociología de la Universidad de Salamanca. - Foto: IcalRivera expone también que los menores entre 8 y 11 años son la «generación que más se ha medicado desde la II Guerra Mundial, aunque hay que decir que en parte ya estaba sucediendo con anterioridad a la pandemia», con casos de déficit de atención o hiperactividad. Incide en que la pandemia «ha acentuado este tipo de trastornos y los estimula».
Relacionado con la salud mental, continúa Jesús Rivera, se encuentra el «cambio enfatizado» en la Atención Primaria, un sistema que hasta la pandemia «funcionaba relativamente bien, pero que no se ha recuperado del todo», para cuyo argumento menciona las largas listas de espera, la atención «con cierta solvencia, la detección temprana del diagnóstico», cuestiones que «se han asumido».
Hábitos laborales.
Si hay un hábito que ha cambiado es la forma de organización en el trabajo. A partir de la pandemia, señala Rivera, se ha incrementado una mayor utilización de internet y las nuevas tecnologías, lo que ha posibilitado, por ejemplo, más reuniones virtuales. «Antes se hacían poco, incluso esgaban prohibidas en instituciones públicas, como la lectura de una tesis o una oposición, pero ahora se puede hacer virtualmente. Eso ha cambiado radicalmente», defiende.
Otra forma ha sido y es el teletrabajo, que «antes no se contemplaba y ahora hay trabajadores en algunos sectores que acuden dos veces al mes y trabajan en su casa. Es un cambio muy notable», justifica. Sin embargo, extrapoló este escenario al nivel social y se preguntó si esto «es bueno para las personas, principalmente para los de origen mediterráneo y latino, que "ven en el trabajo una manera de relacionarse».
Rivera pone el foco en el medio rural, donde «algo ya estaba pasando con el cierre de oficinas bancarias, una situación que se ha aprovechado con la pandemia, igual que los consultorios rurales. La pandemia lo ha acelerado. Desde el punto de vista médico puede estar justificado, pero no desde la confianza y la cohesión social».
Ocio y mayores.
El sociólogo asevera que en el ocio ha producido un «efecto rebote», pues al sufrir una «situación tan extrema y delicada, con confinamiento durante meses y movimientos restringidos, eso ha producido un aumento del turismo y de eventos sociales masificados».
Para ello, Rivera descarta referirse a un solo factor, pero «se ha visto potenciado de nuevo por la pandemia, porque hay necesidad de estar los unos con los otros, aunque luego no se traduzca en un comportamiento colectivo que influya más en políticas públicas o sociales».
También se detiene en las personas mayores, con un «fenómeno curioso que no se conocía antes, y sobre el que ahora hay más concienciación social». Rivera apunta al edadismo, una discriminación que «era desconocida para la población, pero que a partir de la muerte de muchos de ellos y de no poderse despedir, se empezó a tener en cuenta que el colectivo tenía serios problemas de discriminación».
Por otro lado, Rivera cree que hay mayor sensibilidad ante la transmisión de enfermedades y las formas de defenderse de ellas. «Todavía se ven mascarillas en el transporte público, sobre todo en gente con gripe. En Japón ya se hacía, pero se ha incorporado aquí. Ahora ya es algo cotidiano y no nos extraña verlo y es relativamente positivo», comenta.
Esta situación también se aprecia en los hospitales, aunque no es obligatorio llevar la mascarilla.