Años en Valladolid: Siete
Profesión: Administrativa
Comida y bebida favorita: Cocido y cerveza con limón
Rincón favorito: Plaza del viejo coso
Camboya, privilegiada por su impresionante paisaje y enorme atractivo turístico, lleva más de 20 años recuperándose de las heridas que le dejó el belicoso siglo XX, pero todavía ocupa el puesto 146 de 191 países en calidad de vida, por detrás de Timor, Laos o Namibia, según Naciones Unidas. Escaso de infraestructuras sanitarias, una población mayor dependiente de hijos y nietos por falta de pensiones o ayudas públicas, altos niveles de pobreza… Y sin embargo sus habitantes son famosos por su amabilidad y hospitalidad. Bien vale de ejemplo la única camboyana empadronada en Valladolid, Sonai Soeun Sim (Kompung Thom, 1979), quien, tras el susto de los primeros segundos, encaja con una sonrisa abrumadora y confianza extrema el asalto a pie de calle por el que este periodista le propone compartir su historia.
Sonai pisó España por primera vez en 2011, con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud que se celebró aquel año en Madrid. Trabajaba en una ONG y, antes de regresar, estuvo unos días en Valladolid para participar en unas actividades derivadas de aquel encuentro en las que conoció al que hoy es su marido, vallisoletano. «La verdad es que no me gustaba Europa para vivir, la veía demasiado diferente», reconoce, y ahí empezó un pulso de casi seis años por ver quién cambiaba de país; con llamadas o videollamadas a diario pero sólo un par de citas en persona (una en Camboya y otra en Italia), hasta que ella se vino tres meses en 2017 y acabaron casándose ese mismo año. Apenas uno después nació su hijo.
«Valladolid es una ciudad muy bonita, tranquila, bien de tamaño… me gusta casi todo», destaca; incluido su barrio, Puente Jardín. Pero le sorprendió para mal «que aquí se fuma mucho y se tiran los cigarros en cualquier parte», y admite que desearía que los vallisoletanos «sonrieran más». También le «gustan», sí, pero «critican todo y la gente parece más feliz en Camboya aunque sea más pobre», piensa.
Ella misma echa de menos «pisar» y «respirar» Camboya, la familia que dejó allí y el «buen trabajo» que tenía, entonces como directora del proyecto de creación de un colegio de jesuitas en Sisophon, cerca de la frontera con Tailandia. Aquí estuvo el primer año como «ayudante de profesor de inglés» en un colegio y dos como transcriptora de camboyano a distancia para una empresa de Madrid, y ahora que no tiene empleo, según cree «por no hablar bien español», está aprovechando para mejorarlo en la Escuela de Idiomas. Porque su futuro apunta a estar en Valladolid, «feliz» con su marido y su hijo, aunque un buen trozo de su corazón siempre seguirá en Camboya.