Cuanto más friquis se pongan (Vox), más nos centran». Por fin alguien del PP, cuyo nombre no aparece en la reseña periodística, ha verbalizado lo que uno entiende como obviedad. La única posibilidad de formar gobierno en España, y esto no ha cambiado desde la Transición, la otorga el centro político. Quien se haga con una mayor porción del electorado moderado tendrá la opción de gobernar. Porque en contra de lo que los políticos aparentan y pretenden hacer creer con sus discursos radicales y descalificaciones apocalípticas del contrario, España es un país de gente moderada, transigente, respetuosa con quienes piensan distinto y con afanes solidarios.
La victoria del PP no vendrá mimetizándose en Vox. Desparecidos grupúsculos de extrema derecha que surgieron tras la muerte de Franco, como Fuerza Nueva y otros, Manuel Fraga supo propiciar la reconversión de Alianza Popular para dotar a este partido del marchamo europeísta bajo las siglas de Partido Popular. Ahí estaban los votantes extremos de la derecha, no habían desparecido, pero su voto se daba por descontado sin hacer más ruido que algún guiño que tampoco molestaba al votante moderado. O que pasaba desapercibido. Una realidad que capitalizó José María Aznar inteligentemente. Con la aparición de Vox ese voto se ha decantado, aparece como una opción más de la derecha, y ya se sabe que la división es penalizada por la pérdida de los restos en la aplicación de la Ley D´Hont de nuestro sistema electoral. Pero es que, además, al pretender el PP de ahora competir con Vox por los votos extremos, achica su propio espacio y sus posibilidades de triunfo también se reducen en la misma medida que crece el equivocado empecinamiento por conquistar un territorio que, al menos indirectamente, ya es suyo. Vox no será nunca nada que el PP no quiera.
La estrategia de laminar a Vox para quedarse con su electorado, como ha ocurrido con Ciudadanos, resulta tentadora. Pero es una apuesta condenada al fracaso, arriesgada por dos razones: Porque no cabe el resultado a corto plazo (no existe debacle sin procesos electorales previos) y porque el voto extremo, en cualquier dirección, está más enquistado, difícil de extirpar por su componente fanática, y es más excluyente.