José Blanco White

Antonio Pérez Henares
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El español, descendiente de católicos irlandeses, que se nos hizo inglés y anglicano (I)

El escritor leería sus primeras obras en la Sociedad Económica de Amigos del País.

Entramos ya en el tiempo de los viajeros modernos, los que venían a eso, a viajar y a contarlo. O sea, que tenían de inicio la idea de escribir un libro sobre sus andanzas y relatarles a la vuelta a sus compatriotas cómo eran España y los españoles y qué les había parecido la cosa. Aunque este, José María Blanco White, el primero en hacerlo, en realidad no tuvo que venir a visitarnos porque ya nos había vivido mucho. Tuvo, eso sí, gran éxito contándonos a los ingleses, que luego vendrían mucho a examinarnos y, por lo general, a ponernos suspensos, aunque para ello tuvo que hacerse de ellos.

 Fue un escritor, poeta, polemista y autor de potentes ensayos filosóficos, políticos y sociales, pero también de muy leídas obras costumbristas pues, aunque afincado en las Islas Británicas, era nacido en Sevilla y antes de convertirse en cura anglicano, había sido un sacerdote católico y patriota nacional.

 Provenía de una estirpe de católicos irlandeses que se habían refugiado y establecido en España, huyendo de las persecuciones religiosas. Su abuelo, William White, era un hombre con posibles y de rancio abolengo y aún más su abuela, Ana Andrea Morrogh, sevillana de nacimiento, pero de la ascendencia de los reyes de Irlanda. A España se vinieron tres hermanos que se dedicaron al comercio y, cuando les convenía, castellanizaban el apellido, que lo tenían fácil, pues White en español es Blanco. Willian, Guillermo y el abuelo consiguieron incluso carta de hidalguía, otorgada por Felipe V. Su padre, del mismo nombre y apellido en español y en inglés, se casó ya con una española de pura cepa, María Gertrudis Crespo y a él, el primogénito, nacido en Sevilla en 1775, le pusieron José María. Eran fervientes católicos y este acabó por ordenarse sacerdote en 1799, influenciado por su madre y para escapar del oficio de comerciante, el cual aborrecía. 

Según su propio relato, las dudas sobre la fe le atormentaron desde muy joven y de por vida, y los ritos sacerdotales le provocaban un fuerte hastío. Sin embargo, la pasión por las letras, adquirida desde niño, la mantendría intacta. Recordaba siempre que, muy joven, había disfrutado con la lectura del Quijote y Las mil y una noches. Durante su juventud y estudios eclesiásticos afloró ya su pasión literaria, siendo muy activo en tales círculos, como la Academía de las Letras Humanas y la Sociedad Económica de Amigos del País de Sevilla, leyendo en ellos sus primeras obras y logrando publicar sus primeros poemas. Además del español y el inglés, aprendió a leer en francés y, aunque no llegó a hablarlo nunca, lo escribía bien. También era capaz de defenderse en italiano.

 Sus dudas religiosas le acompañaron siempre y estuvo a punto de no profesar como cura, pues el año antes de hacerlo se enamoró de una joven viuda sevillana. Sus padres, sabedores del asunto, tomaron medidas y lo enviaron a Cádiz durante seis meses, hasta que se le pasó el sofoco y acabó por profesar. La familia sufrió por entonces un percance, pues un comerciante francés denunció al padre, que era consul de Inglaterra. Como los galos tenían mucha influencia, logró que lo desterraran de Sevilla. Pero hubo un poco de mentirijilla, pues se instalaron en Alcalá de Guadaira y ya está. José María, ya ordenado sacerdote, ascendió muy pronto y en 1800 era ya Rector de la Escuela de Cristo de la Natividad. Sevilla sufrió aquel año un desbordamiento del Guadalquivir y una epidemia de fiebre amarilla que pudo acabar con él, pues se contagió. Todos los sirvientes del colegio, excepto uno y él, murieron. 

Intentó ser escogido como canónigo de la catedral de Cádiz, pero no lo logró, aunque sí consiguió al poco ser capellán magistral de la capilla Real de la de Sevilla. Ese mismo año de 1801 fue nombrado académico de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, donde leyó sus Reflexiones sobre la belleza universal.

 Sus vaivenes con la fe seguían siendo una constante. A un sermón suyo, muy aplaudido, contra el escepticismo religioso le sucedió la amistad con un clérigo rebotado y profundamente anticristiano, que puso a su disposición toda su biblioteca de libros galos prohibidos por la Inquisición. Era el tiempo de la Ilustración y el influjo de las ideas de la Revolución Francesa cabalgaba por todos los lados y llegaba a las iglesias también. Encontró tierra fértil en Blanco y, durante los años siguientes mantuvo una gran actividad en los foros intelectuales. Su inquietud fue creciendo hasta planear emigrar a los recientemente independizados Estados Unidos de América. No llegó a hacerlo pero sí se marchó a Madrid y, tras una primera visita prospectiva, se trasladó a vivir definitivamente allí, entrando a formar parte de las tertulias literarias y liberales de la época y en relación con el poderoso ministro Godoy. Sin embargo, sus esperanzas de mejora se truncaron con el Motín de Aranjuez que lo hizo caer.

 En Madrid vivió los trágicos días de mayo de 1808, el levantamiento contra los invasores franceses y la brutal represión. Los relató en una de sus cartas, donde menciona especialmente al capitán de artillería Luis Daoiz como «paisano y amigo mío», y condena los fusilamientos como «el hecho más negro que ha manchado el nombre francés» . En aquel convulso período mantuvo relaciones con una mujer, Magdalena Escuaya, a la que acabó embarazando y con la que tuvo un hijo, Fernando, aunque no sería hasta tiempo después que supo de él.

 Sus dudas continuas en religión también se trasladaban a la política. Tras la llegada a la capital de José Bonaparte como rey, (llegó a pensar en afrancesarse como la mayor parte de los partidarios de Godoy) pero a la postre optó por volver a Sevilla y unirse a la Junta Patriótica contra Napoleón. Allí se encontró con su hermano pequeño Fernando, que era militar y que marchó al combate, acabando por ser hecho prisionero en la Batalla de Somosierra y enviado a Francia, hasta que logró fugarse cinco años después.

 Blanco se transformó en un escritor patriótico, hasta revolucionario glosando con fervor la batalla de Bailén, y se convirtió en uno de los puntales del Semanario Patriótico de la mano de su amigo de siempre, el poeta Quintana, auspiciado por la Junta Nacional, donde hizo también amistad con Jovellanos y el influyente inglés Richard Vassal Fox, Lord Holland. Este último preconizaba un sistema político en España similar al británico. Pero José Blanco comenzó a mostrarse cada vez mas crítico con la Junta y a combatir por conservadoras y mantenedoras de privilegios arcaicos, sus propuestas constitucionales, entrando en explícita confrontación con ellos y despreciando la propuesta de Jovellanos de participar en sus trabajos. 

Tras la derrota española en 1809 en la Batalla de Ocaña y el avance francés por el valle del Guadalquivir, los miembros de la Junta Central se trasladaron a la isla de León, en la bahía de Cádiz. Sus amigos también marcharon hacía allí, donde acabarían por convertirse en líderes de la resistencia contra los franceses y diputados señeros en la redacción de la primera Constitución Española de 1812, la famosa Pepa. Pero él decidió abandonar España y partir hacia Inglaterra, a pesar de sus raíces irlandesas, pues su padre lo prefería antes de que acabara por hacerse un afrancesado. Aunque eso ya se lo cuento en otra entrega.