Un lustro de esperanzas tras la sombra de una pandemia

SPC
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Los usuarios y trabajadores de la Residencia Santa Eugenia en Cevico de la Torre (Palencia) conmemoran como fue hace cinco años su encierro para prevenir la expansión del covid y cómo cambió todo con la llegada de las vacunas

La gerente y la directora de la residencia Santa Eugenia de Cevico de la Torre (Palencia), junto a varios residentes. - Foto: Brágimo (Ical)

"No tuvimos ningún contagio porque no le abrimos la puerta a nadie", explica tajante Mari Bilbao, gerente de la Residencia Santa Eugenia en Cevico de la Torre (Palencia) que durante estos días recuerda, junto a los usuarios del centro las vicisitudes que tuvieron que pasar desde el 14 de marzo de 2020, día en el que se decretó el estado de alarma hasta un, también lejano, 27 de diciembre de aquel año, cuando llegaron las primeras dosis de las vacunas de toda la comunidad autónoma.

Entre medias, miedo, inquietud o desasosiego que se instalaron no solo en la sociedad, también dentro de residencias como esta ante un virus del que poco o nada se sabía entre la población. "No podíamos ir a ningún lado, nos quedamos aquí metidos porque teníamos mucho miedo", asegura con el recuerdo amargo de aquellos días Rafaela Diezhandino, más conocida en la residencia como Rafa, una de las usuarias que padeció aquellos meses insufribles hasta la llegada de las vacunas.

"Tuvimos mucha suerte porque aquí no entró el covid", señala Andrea Simón, directora del centro, que puede relatar con orgullo ser una de las pocas residencias que no tuvo caso alguno de la enfermedad en aquellos días gracias a un exhaustivo control dentro de la residencia, como con el acceso a ella. "Estuvimos controlando que no hubiera mucha gente en los espacios comunes como las salas y restringíamos mucho las aglomeraciones".

La directora recuerda, en declaraciones a Ical, que durante los primeros días se encontraban realmente "perdidos" y sin "saber cómo actuar" ante la falta de previsión en todo el mundo de un fenómeno de estas características que la humanidad había vivido casi un siglo antes en la mal llamada gripe española. "Todos los días desinfectábamos con lejía hasta que llegaron el gel hidroalcohólico y las mascarillas", apunta.

En aquellos días de marzo de hace un lustro, la residencia se encontraba completamente llena, 82 usuarios y una cuarentena de trabajadores que cumplían unos estrictos protocolos de limpieza y desinfección a la hora de entrar a las instalaciones y un cierre hermético de la residencia. La única manera de comunicarse con el exterior era a través de dispositivos móviles. "Nuestras familias tenían mucho miedo. Era todo una incertidumbre", señala Rafa. "Tengo el recuerdo de que las familias siempre les decían que estaban muy bien aquí, sin salir", recuerda Andrea Simón.

Su compañera Mari Bilbao, en un alarde de valentía decidió recluirse durante tres meses con los usuarios de la residencia por temor a contagiarse e introducir el virus en la residencia. "Cuando nos enteramos de la noticia del primer caso en la provincia decidimos cerrar y eso seguramente nos salvó". Sus compañeras apenas vieron a sus familias y emplearon una rutina que les llevó de casa al trabajo y viceversa. "Para nosotros Mari ha sido como una madre", asegura Rafa.

La gerente recuerda que en aquel momento contaban con material para la gripe A, lo que ayudó un poco más a paliar el material escaso de los primeros días. El paso de los días se tornaba realmente duro para todos, incluida la propia Mari que no los olvidará jamás. "Fallecieron tres residentes debido a sus patologías, pero tuvieron que despedirse de sus familias por videollamada. Es algo horrible que te deja marcada de por vida. Fue como una guerra silenciosa, sin tiros", recuerda. 

La llegada de las vacunas 

Pero todo cambiaría el 27 de diciembre de aquel año. A las 11.07 llegaban a la residencia, en un taxi escoltado por la Guardia Civil y procedente de la capital provincial, Eloy, Andrea y Beatriz, los tres sanitarios encargados del dispositivo. Portaban una nevera que guardaba la esperanza, no solo de los residentes y trabajadores del centro, sino de toda una Comunidad Autónoma. Fue entonces cuando la angustia vivida durante tantos meses se esfumaba y daba paso a la esperanza. "Las vacunas nos dieron la seguridad que antes no teníamos", reconoce Rafa. "Creo que estábamos más ilusionados los trabajadores porque se supone que éramos los primeros y eso supuso una esperanza", le replica Andrea. "Fue como ver la luz, una alegría", recuerda con una sonrisa Mari. "Ese día todos pusimos el brazo porque queríamos salir ya, ver a la gente y poder comer con nuestros familiares sin tener ningún miedo".

Áureo López, que por aquel entonces tenía 88 años, se convirtió en el primer vacunado en Castilla y León. "Entendía perfectamente todo lo que estaba pasando, aunque me dijo que, si él se vacunaba el primero, yo tenia que ser la segunda", recuerda entre risas Mari.

Expectación, aplausos, alegría e invitación a toda la sociedad a vacunarse protagonizaron la mañana dominical en una localidad poco acostumbrada a ver a tantos medios de comunicación y el gran despliegue de la benemérita. Tal fue el caso que, hasta el alcalde, José María Rodríguez Calzada, invitó a café a todos los presentes, que esperaban noticias a las puertas del centro a temperaturas típicas del diciembre castellano, por debajo de cero grados.

"¡A ver si ganamos la batalla!", exclamó, arropado con un abrigo y con los micros de las televisiones delante. "Esto es la leche", expuso aquel día Áureo, que falleció el 9 de junio de 2023.

Tras Áureo y Mari, Luis Merino, de 98 años fue el tercero en vacunarse en Castilla y León, que dice no recordar la fecha con exactitud, aunque sí aquel momento puntual.

La "nueva normalidad"

En aquel momento estaba en boca de todos la frase: "Saldremos mejores", aunque Mari Bilbao considera que de aquellos días poco hemos mejorado. "Creo que no hemos aprendido nada del virus porque en el momento en el que se abrieron las puertas todos volvimos a hacer lo mismo con reuniones y fiestas y se nos olvidó que el covid no había desaparecido", reconoce, aunque si cree que esta situación ha ayudado a valorar la vida "de otra manera" para ayudarnos a entender "con quien queremos estar".

Por su parte, Rafaela tampoco saca nada positivo pasado el tiempo porque cree que "ahora estamos tan ricamente". En ese sentido, Mari recalca que, pese a que las vacunas ayudaron, si volviera una pandemia" la mayoría no se vacuna por temor a los efectos secundarios", explica la gerente que saca una lección de vida: "no dejar para mañana lo que pueda hacer hoy", que, aunque suene a tópico, es algo que Mari lleva a rajatabla desde aquellos días.

La denominada "nueva normalidad" ha cambiado también el comportamiento de alguno de los usuarios que antes de la llegada del covid deseaban salir a pasear, acercarse al bar a tomar un café o mantener en la calle una simple conversación con un vecino. Todo ha cambiado desde entonces, como relata Alejandro Sastre que reconoce no salir tanto como antes, aunque "más que por miedo por precaución al salir", asegura. 

Atrás quedan aquellos días grises, con el recuerdo de lo que pasó en lugares como en una residencia de Cevico de Torre, donde la esperanza de toda una comunidad estaba puesta en una residencia que por aquel entonces contaba con 82 usuarios y 40 trabajadores.