El pasado domingo hizo 32 kilómetros a lomos de su bici de montaña. A sus 69 años se mantiene en forma y, aunque se jubilará del hospital este mes (cumple 70 en agosto), seguirá trabajando en la Universidad y en el IOBA (Instituto Universitario de Oftalmobiología Aplicada), que fundó en 1994. Será nombrado profesor emérito de la UVa y en septiembre dará la lección inaugural del curso académico 2021-22. En el currículo de este doctor en Medicina y Cirugía, especializado en Oftalmología, destaca su medio millar de artículos (la mitad indexados) o sus premios nacionales e internacionales... aunque quizá sea recordado por idear lo que hoy es un instituto de ojos referencial a nivel mundial.
¿Un médico se llega a jubilar alguna vez? ¿Existe esa palabra?
Existe si la vida te proporciona alguna enfermedad que no te deje continuar. Nuestro trabajo es básicamente intelectual, diga lo que diga la gente, y si no estás en condiciones de poder funcionar, creo que sería lógico que la gente se jubilara. Si te encuentras bien e intelectualmente estás bien, creo es una pérdida importante para la sociedad el jubilar a gente que tiene una capacidad de actuación, de contactos y experiencias brutales. De hecho, la Universidad tiene la figura de emérito y permite de alguna manera mantener todo ese potencial humano, que sería una tontería perderlo.
¿Y cuál es el paso que dará usted?
La jubilación, porque a los 70 años por ley en España te jubilas. Lo que pasa es que la Universidad tiene esa figura de profesor emérito. Es un proceso complejo, de muchos meses, con votaciones por mayoría absoluta del Consejo de Departamento, la Junta de la Facultad, la Junta de Gobierno, un informe de una Agencia externa que diga que eres una persona razonable dentro de la investigación... Así, durante dos años más formas parte de la Universidad para todos los efectos, aunque no puedas ser algunas cosas, como director de Departamento. Luego, a partir de los dos años, si te mantienes bien te pasan a una condición que se llama emérito honorífico/perpetuo y ya hasta que quieras o te mueras.
Entonces, ¿seguirá trabajando?
Sí, sí. Espero seguir trabajando y hacer todo lo que me ilusiona los dos próximos años. Eso sí, dejo el hospital, que es importante. Mi vida se ha dividido entre el hospital y la Universidad, pues tengo una plaza vinculada. Para mí ha sido un lujo estar en el hospital 40 años, pero llega un momento en el que se necesita una persona con otra energía, por decirlo de alguna manera. Y yo creo que estoy más para gestionar, para inventar y ayudar institucionalmente a la Universidad, aunque seguiré viendo pacientes en el IOBA. Me concentraré en la Universidad, que es mi motor principal.
¿Se imaginaba en 1974, recién licenciado, llegar a donde se encuentra ahora y lo vivido estos años?
En el 74 no, en el 76, seguro, porque fui por primera vez a Estados Unidos. La Oftalmología era para mí un motivo de orgullo, con nombres como Castroviejo, Barraquer, Arruga... que eran grandes figuras de la Oftalmología. Ser compatriota de ellos me hacía sentir encantado. Pero fui a EEUU y allí me di cuenta de que la historia de la oftalmología española, bien, pero nos miraban como a los egipcios, es decir hicisteis unas pirámides pero hace 5.000 años y ahora El Cairo es otra cosa. Fui al Bascom Palmer, que es el Instituto de Oftalmología de la Universidad de Miami, donde había un edificio en el que se hacía investigación, donde se estaban haciendo cosas para mí importantes. Veías vitrinas de metacrilato con los prototipos de los aparatos con los que yo soñaba y conocí a un físico que trabajaba allí, Jean Marie Parel, que ha sido mi héroe. Me quedó claro que lo que no podíamos seguir era siendo los que mejor operábamos no sé qué cosa, no conduce a nada. Me di cuenta de que o apostábamos por la investigación o el nivel de la oftalmología española no subiría en la vida.
Por cierto, ¿por qué Oftalmología?
Eso tiene una razón, que mi padre era oftalmólogo. En realidad nunca ejerció mucho porque era inspector de la Seguridad Social y estaba dedicado a tareas administrativas; pero mi padre me trasmitió el amor hacia ella y me dediqué a ella.
Eso sí, en aquella época era una especialidad como para tontos. Por ejemplo, la primera mujer que estudia Medicina en esta Universidad es Trinidad Arroyo Villaverde. Al preguntarle por la especialidad, le recomendaron que una delicada y femenina, Oftalmología.
Es de Madrid, pero vivió en Asturias, Toledo, Huelva, Pamplona, Santiago de Compostela y Valladolid, ¿por qué Valladolid?
Antes había una figura, copiada de los alemanes, que se llamaba agregado. Eras prácticamente un catedrático sin llegar a serlo. Los alemanes pensaban que era bueno que una persona joven estuviera pegada a un catedrático unos años para coger experiencia en mando y cuando saliera una Cátedra, aplicarlo. Fui agregado muy joven y me fui a Santiago de Compostela. Salieron 5 Cátedras para elegir en el 81: Valladolid, Murcia, Málaga, La Laguna y Córdoba. Hablé con el catedrático de Santiago, Manuel Sánchez Salorio, y me dijo que de todas fuese a Valladolid, que era la más clásica y la que más solera tenía; además de que está cerca de Madrid, ya que todos pensaban que me iría allí, aunque nunca he tenido intención.
Hablemos del IOBA, ¿es su ‘niña bonita’?
No, no, para nada. Las cosas que perduran en el tiempo, y espero y deseo que toda la sociedad vallisoletana cuide el IOBA, se hacen con ayuda de mucha gente, esto es un equipo humano. Tuve la idea y el impulso inicial, pero esto no se hace solo. Las cosas importantes, y más las universitarias, se hacen a base de equipos humanos. No puede ser mi ‘niña bonita’, sino la de mucha gente.
¿Cómo, de dónde y por qué se crea el IOBA en 1994?
Tenía la idea de aquella primera visita a Estados Unidos. Sobre el 84, el que era rector en aquella época, Fernando Tejerina, me propuso ser vicerrector de Investigación. En aquel momento se está desarrollando la LOU (Ley Orgánica de la Universidad) y se cambia la Universidad: se divide en centros, departamentos e institutos. Nadie tenía muy claro lo que eran institutos pero nos abría la puerta a hacer algo parecido a esto. A partir de ese momento es cuando empezamos a batallar. En el 89, proponemos a la Universidad esto; se manda a Madrid, porque en aquel momento la Comunidad no tenía las competencias universitarias. Se aprueba en diciembre del 94 pero llevábamos ya tiempo con la idea y trabajando. Y no solo yo...
¿Fue el primer instituto a nivel nacional dedicado a la Oftalmología?
Sí. La palabra instituto no está reconocida o protegida legalmente. Pero institutos universitarios como tales fue el primero. Y el primero de Castilla y León de todo.
¿Cuántos puede haber ahora?
¿De ojos? Como el nuestro, ninguno. Algunos, que han visto la ventaja, se han pegado a Universidades, como por ejemplo la Clínica Barraquer, de la Universidad Autónoma de Barcelona; la de los Fernández-Vega, de la Universidad de Oviedo; y puede que haya dos o tres más.
¿O sea que el IOBA sigue siendo una referencia a nivel nacional?
Yo diría que sí. Nos hubiese gustado que se hubiese defendido la capacidad o propiedad de los nombres, porque marcan la diferencia. Porque uno puede poner ahora Instituto Oftalmológico Europeo y parecerá más que el de Valladolid.
¿Y a nivel mundial?
La respuesta es sí, pero no es el IOBA, es Valladolid. He tenido siempre mucho cuidado de que el nombre esté ligado siempre a Valladolid. ¿El IOBA es una referencia? Sí, seguro. ¿A nivel mundial? Sí, sin ninguna duda. Pero es Valladolid, es la ciudad, Castilla, la Universidad, sus gentes... falta un poco de sentimiento de autoestima.
Si alguien no les conoce, explíquele en pocas palabras qué es el IOBA.
Es una estructura universitaria. Y por lo tanto es algo que pertenece a la Universidad de Valladolid. Combina las tres cosas que todo el mundo dice que son fundamentales para que una medicina sea de altísima calidad: ver pacientes, hacer formación y hacer investigación. Y eso es el IOBA. En otros lugares, como en hospitales públicos, cuesta porque se está más preocupado por otras cosas, como las listas de espera, y a lo mejor no se cuida tanto la formación y la investigación. Aquí intentamos que las tres patas estén equilibradas.
Ahora que el papel de la investigación está tan en boga y siempre ha sido muy reivindicativo con el poco apoyo a los investigadores, ¿cómo está ahora el tema?
En un punto raro. El español tradicionalmente ha despreciado la investigación. De hecho se les consideraban raros, pobres y excéntricos; y eso motivaba poco a la gente. La sociedad ha pivotado y se ha dado cuenta de que si estamos saliendo de la pandemia es gracias a la investigación, creo que eso nadie lo duda. Pero nos faltan dos cosas: que los políticos se lo crean y que no nos den buenas palabras sino que hagan que la gente no se tenga que ir de España (no se puede tener a una persona de 50 años de interino o con contratos renovados un año tras otro por no ofrecerle una plaza) y falta un poco de sentido común. La universidad y organismos financiadores tienen que decidir qué se quiere apoyar; no se puede dar sopa para todos. Faltan decretos, leyes... y andamos con promesas de dinero de Europa...
¿Qué fue más complicado, los inicios del IOBA o este año y medio de pandemia?
Lo más difícil de la historia del IOBA ha sido soportar las envidias de la gente. Hemos recibido ataques permanentes y hoy hay todavía gente que no acaba de... ha llegado a ser denominado como el chiringuito de Pastor. La primera vez que tuvimos la oportunidad de hablar con un periodista fue porque logramos crear, hace ya años, una línea de células inmortales. La llamamos IOBA-NHC y se hizo un registro de propiedad intelectual. Se ve que al rector de turno le debió llamar la atención y nos mandó unos periodistas. Les gustó... Mi sorpresa es que un día en una Junta de Facultad, un compañero me dijo que estaba prostituyendo la Universidad. ¿Por qué? Porque me dedicaba a hablar con periodistas y había hecho un registro.
Lo que más nos está costando es el cambio cultural. La gente sigue pensando que esto es un centro privado. ¿De qué están hablando? Es un centro público de la Universidad Pública de Valladolid. ¿Que la gente paga? Como cuando van a otro sitio. ¿Cómo va a ser el IOBA privado? ¿Quién manda? El rector y el Consejo de Gobierno de la Universidad.
Ahora las cosas se han hecho más grandes, complejas y se ha profesionalizado todo, afortunadamente. Aunque a veces se echa de menos el entorno familiar que teníamos: éramos cinco, nos conocíamos y hacíamos de todo. Pero si 40 años después siguiéramos los mismos...
En 2016 le llegó el relevo y cogió su testigo Miguel Maldonado…
Los cargos académicos son de 4 años y se pueden repetir otros 4. La Universidad entró en dos procesos de cambios de estatutos y, por eso, digamos, se ponía el cronómetro a cero, pero desde el primer momento sabía que eran 4+4 años, como un rector. Cuando dejé la Dirección del Instituto la gente pensó ‘éste se muere’, porque la gente no lo concebía. Lo importante es que esto funciona si no estás.
¿Cuánta gente trabaja en el IOBA? ¿Ha llegado a su tope o culmen?
Más o menos un centenar... y no, en absoluto ha llegado a su techo. Tenemos un problema grave, que lo tiene que abordar la Universidad, la gestión. Nosotros estamos encardinados en la Fundación General de la Universidad, que hace lo que puede. Y una Fundación General no llega darnos la gestión que necesitamos. Nos administran razonablemente bien pero no nos gestionan. Creo que el IOBA tiene que tener o una Fundación propia o una parte propia... lo que busque la Universidad. Esto es una maquinaria, cerca ya del paciente 80.000, con un movimiento de dinero de unos 1,2 millones al año en investigación.
¿Y se está trabajando en esa Fundación o en esa gestión propia?
Lo hemos hablado con el rector. Si esto fuese algo privado, ya lo tendríamos; pero como es de la Universidad, tiene que ser ella la que entienda esta necesidad. No pedimos más que poder crecer para que aumente el prestigio de la Universidad. Sé que dentro del equipo rectoral hay gente que empieza a valorarlo.
Una de actualidad. La OMS ya ha avisado de la otra pandemia, la miopía, por las condiciones de trabajo y en las que están estudiando los niños con muchas pantallas producto de la pandemia…
Ya se está viendo. La miopía está aumentando y llevamos tiempo dándole vueltas. Parece que está relacionada con el trabajo de cerca y, sobre todo, la falta de luz natural. En algunos países ya se han ocupado de que las aulas de los alumnos tengan la mayor iluminación natural posible. La pandemia nos ha tenido recluidos y es bastante probable que aumenten los casos de miopía.
¿La retina es para usted como un partido de fútbol para un periodista deportivo?
Quizá sea mal ejemplo porque me parece recordar que nunca he visto un partido de fútbol. Soy 3º DAN de karate, hago unos 6.000 kilómetros al año en bicicleta de montaña y he corrido maratones... me gusta hacer deporte, incluso sé jugar a béisbol, pero no me gusta verlo. Si el sentido es que saca de mí emociones profundas, conocimientos, sí, para mí lo es. Es capaz de sacar una serie de emociones que las tengo almacenadas y que son vivencias anteriores.
Cuando oye que usted es un referente en los ojos, ¿a qué le suena?
No me considero referente de nada. He intentado, de alguna manera, y en eso me ha ayudado la Universidad, ser un referente de un sistema de hacer la medicina. No es un problema de ojos. Lo de combinar la investigación, la docencia y la asistencia en España aún es una asignatura pendiente y hay muchos lugares donde no se está haciendo todavía bien y donde los políticos se les llena la boca diciendo que lo van a hacer, pero no lo hacen o priorizan otras cosas. En eso puedo ser un referente, he cambiado la mentalidad de la oftalmología española.
Cuando empecé, la investigación no era nada, solo había clínicas que operaban, muy bien, pero solo operaban; y ahora la investigación española en oftalmología ocupa un lugar normal, ni somos los primeros ni estamos en la cola.
Y a partir de ahora, ¿la bici y kilómetros o quirófano e investigación?
Es difícil. Es una pregunta complicada de contestar. Mi cabeza necesita el deporte, lo ha necesitado toda la vida. Es un momento en el que intento superarme a mí mismo, mi propio reto soy yo, como subir con 70 años una cuesta en Ciguñuela, con un 16%. Mi reto es poder seguir haciéndolo. Ese rato que salgo me libero la cabeza, me centra, me da una perspectiva para ver los problemas de otra manera.