Lleva razón el presidente del PP, Pablo Casado cuando afirma que el estado de alarma está para “hacer algo” y se pregunta dónde está el Gobierno ante la insoportable cifra de fallecidos, más de 80.000 según la proyección realizada por el INE desde que comenzó la pandemia.
Puede llevar razón Casado al pedir una estrategia nacional para luchar contra la pandemia y garantizar una rápida vacunación que permita lograr cuanto antes una inmunidad de rebaño que permitan recuperar cuanto antes la normalidad y se superen todos los baches sociales y económicos que ha provocado el covid-19.
Con los últimos datos de la pandemia son cada vez más los expertos en epidemiología, y algunos presidentes autonómicos de todo signo político, que apuntan a la necesidad de volver a un confinamiento domiciliario estricto, como única forma real de parar el altísimo ritmo de contagios registrados en los últimos días derivados del relajamiento de la prevención durante las fiestas navideñas.
Por ese motivo, de forma kennedyana, podría preguntarse qué es lo que podría hacer él para ayudar al Gobierno. Por ejemplo, animar a los presidentes autonómicos de su partido a dar el paso valiente y solicitárselo al Gobierno, tal y como está previsto en el decreto del estado de alarma. Pero el presidente del PP prefiere nadar y guardar la ropa, insta al Gobierno a que adopte la medida con carácter general para, a continuación, volver a sacar todo el arsenal de reproches y protestas por una decisión que puede tener una incidencia nefasta para la actividad económica, con la coda de la limitación de las libertades personales y las consecuencias sociales que no se han olvidado del anterior confinamiento.
A la descontrolada situación actual se ha llegado porque todas las medidas adoptadas con anterioridad por los gobiernos autonómicos, los mismos que pidieron ejercer sus competencias en materia sanitaria a lo largo del primer confinamiento, no han dado resultado. Y porque en el intento de compatibilizar economía y salud, ni se han recuperado los sectores que han sido señalados como favorecedores de la expansión de la enfermedad porque han visto limitada su actividad, ni han logrado parar los contagios. Salvar las navidades está teniendo consecuencias trágicas con la tercera ola descontrolada en todas las comunidades autónomas –a sumar la incidencia del virus británico-, y las medidas que implantan tienen carácter paliativo y no quirúrgico pese a la incidencia acumulada de contagios y el riesgo de colapso hospitalario.
Países con gobiernos conservadores como Gran Bretaña y Alemania han puesto en marcha planes de confinamientos o de limitación estricta de la movilidad, que comienzan a asemejarse a los de la primera ola, ante unas semanas que se vaticinan muy duras. Entre tanto comunidades autónomas como Madrid insiste en el control por zonas sanitarias que ha resultado ineficaz, a lo que se suma su lentitud en la vacunación, otro proceso que también depende de las comunidades autónomas y en las que se ha demostrado que unas –de todos los colores políticos- han sido más diligentes que otras.
Cada vez resulta más evidente lo que hay que hacer, con menos extensión que en primavera. Si los populares están dispuestos a compartir el coste político de un nuevo confinamiento, al Gobierno no le quedaría más remedio que adoptarlo.