Era 15 de mayo, día grande de Madrid, cuando en 1947 nacía la que se iba a convertir en la feria taurina más importante y decisiva del mundo: San Isidro. Sin embargo, la pandemia ha impedido que Las Ventas -y sus alrededores- se llenen de vida por mayo en los dos últimos años, 2020 y 2021. De esta manera, el serial capitaliano no ha podido celebrar aún su edición número 75, rompiendo la continuidad de un ciclo que supera la cifra acumulada de 1.600 festejos.
La idea de crear una feria taurina en Madrid, al estilo de las de otras ciudades, fue de Livinio Stuyck, entonces gerente de la empresa de Las Ventas y descendiente de la familia holandesa llegada a España a primeros del siglo XVII para dirigir la Real Fábrica de Tapices fundada por Felipe V. En una ciudad donde se celebraban corridas de toros todos los jueves y domingos de la temporada, y donde ya existía el llamado abono de primavera, la intención de Stuyck fue, en principio, concentrar cuatro festejos en torno a la festividad del patrón de la capital, lo que, en origen, no fue bien acogido entre los aficionados. Esa primera edición, en la que no se cortó ni una oreja y en la que no llegó a actuar Manolete, recién aterrizado tras una larga temporada por tierras mexicanas, se compuso de solo cinco festejos, aunque en la década siguiente la cifra de espectáculos ya alcanzó la decena.
La explosión de San Isidro llegó ya en los años 60, gracias a la aportación de la gran generación de toreros que la dominó y que basó todos los carteles: el triunvirato formado por Diego Puerta, Paco Camino y El Viti, con el añadido superior de un arrollador Manuel Benítez, El Cordobés. Las grandes faenas de todos ellos, junto a la de otras figuras consagradas, como Antonio Ordóñez, y a las de muchos otros toreros que intentaban desbancarles de su Olimpo -Antoñete, Curro Romero...- hicieron de los abonos sesenteros los más gloriosos y triunfales de su historia.
En ese son arrancó también la década de los 70 en Las Ventas, cuando la feria alcanzó la veintena de festejos, solo que la crisis del petróleo y la inestabilidad de los primeros años de la transición política sumieron el abono, y a la misma plaza madrileña, en un período gris y de gran tensión en los tendidos.
La Monumental y la feria salieron del profundo bache gracias a la gestión del empresario Manolo Chopera, que aumentó tanto el número de festejos, hasta llegar a los 25, como el de abonados al ciclo, pasando de los apenas 4.000 de 1979 a los 18.000 a los que se llegó en 1985, sin que, por cuestiones legales, se permitiera aumentarlos.
Convertida de esa manera en un rentabilísimo negocio, y de nuevo con brillantes resultados artísticos, San Isidro se consolidó en los 80 como lo que sigue siendo: la gran cita mundial del toreo, con una gran repercusión mediática y económica en la ciudad, y, desde primeros de los 90, con los hermanos Lozano al frente de la plaza, también televisada íntegramente por los canales de pago.
Ya en el siglo XXI, con otras dos empresas y con una nueva crisis económica, la feria entró en otro ligero declive, pero, como siempre, marcando la cotización de toros y toreros en la Bolsa del negocio taurino a lo largo de un largo mes de corridas, hasta que la COVID mandó apagar el sonido de los clarines y los timbales, retrasando dos años la que estos días debía haber sido la celebración redonda de su 75 edición. Otro mayo sin San Isidro en Las Ventas que espera, majestuosa como siempre, que sus tendidos vuelvan a llenarse.