El impacto de la actividad humana sobre el medio ambiente es innegable. Desde hace miles de años, desde que el hombre es hombre, lo que hemos hecho para ser capaces de sobrevivir ha ido modificando el entorno en el que vivimos. Hasta hace apenas un par de siglos (hasta la llegada de la industria a gran escala) fueron tres las principales actividades que contribuyeron a esas modificaciones: la caza primero, y luego la agricultura y la ganadería. Sobre todo las dos últimas provocaron cambios brutales en el paisaje y los ecosistemas que albergaban, beneficiando a unas especies (entre ellas el ser humano) y perjudicando a otras.
A día de hoy, esas tres actividades tienen la capacidad de solucionar muchos de los problemas que aquejan al mundo rural español, siempre que estén bien enfocadas y se pongan en práctica con una visión global, de manera que se entrelacen unas con otras. En otras palabras: el laboreo de la tierra, el manejo del ganado y la actividad cinegética han de complementarse y tenerse en cuenta de manera recíproca.
Cultum ha visitado una finca palentina en la que este modelo se lleva a cabo a las mil maravillas. Se trata de un terreno con absoluto dominio de la agricultura de secano entreverada con manchas de monte, que cuenta con un rebaño de oveja churra (típica de la zona) y una actividad venatoria centrada en la perdiz roja, especie estrella de la caza menor española y de la cual aún existen en esta zona poblaciones sanas absolutamente silvestres. Esta descripción podría referirse a otras muchas zonas de España (en las dos castillas, Andalucía, La Rioja, Aragón...), en las que esta manera de actuar brindaría los mismos beneficios.
Agricultura, ganadería y caza son el presente y el futuroPero este modelo también puede ser válido si se cambian las ovejas churras por vacas de carne, el cereal por viñas o cultivos de regadío y las perdices por conejos, ciervos o jabalíes. La clave no está en lo que hay, sino en manejarlo bien; la clave está en que quienes se encargan de poner en práctica estos tres usos tradicionales del territorio lo hagan coordinados y con ganas de obtener buenos resultados. Barrer para casa puede parecer beneficioso en un principio, pero contar con el apoyo de aquellos con quienes se comparte el terruño y ofrecer el propio va a ser, a la larga, mucho más rentable en todos los sentidos.
En el caso que ocupa estas líneas, la finca tiene, por supuesto, un propietario. El beneficio que obtiene proviene de tres fuentes: la agricultura, el arrendamiento de los pastos para las ovejas y el alquiler de los derechos sobre la caza. En el primer caso no es él mismo quien se encarga de las labores agrícolas, sino que tiene contratada a una persona del pueblo que se ocupa de ese trabajo. Esto significa un sueldo y un habitante más (o al menos no un habitante menos) en esta zona, no precisamente sobrada de población. Comenzar en la agricultura si no se heredan tierras es cada día más complicado y ésta es una vía que ofrece una magnífica oportunidad a jóvenes (o no tan jóvenes) que se quieran dedicar a esta actividad y no tengan otro tipo de oportunidades. Esta persona, además, sin quererlo, hace labor de guarda de caza, puesto que pasa mucho tiempo en el campo y la presencia de terceros es la mejor disuasión para los furtivos.
En cuanto a las ovejas, su dueño es Jesús, otro vecino de un pueblo cercano. Cuenta que en la finca siempre hubo ganado más o menos hasta que nació él, que aún no ha alcanzado la treintena. El pastor de entonces abandonó la actividad y nadie quiso coger el relevo (en esa época sobraba trabajo, y bien pagado, en la construcción). Desde entonces las casi 900 hectáreas de terreno no se habían pastado, con lo que las zonas de monte se estaban cerrando y llenando de maleza. Esto estaba ocasionando dos problemas: un creciente peligro de incendio por la abundancia de combustible y la excesiva proliferación de animales de caza mayor, sobre todo el jabalí, con las consecuencias que ello conlleva para otras especies, para los cultivos y para el tráfico rodado por la carretera que parte la finca en dos.
Agricultura, ganadería y caza son el presente y el futuroAnte esta situación, hace más o menos un lustro el propietario del terreno le propuso a Jesús meter un rebaño y optaron por la oveja churra. Actualmente cuenta con unas 800 cabezas que dedica exclusivamente a la producción de corderos churros con Indicación Geográfica Protegida (IGP). Según Jesús, con menos de 500 ovejas no sale rentable una explotación de este tipo. Para su manejo (Jesús también es agricultor y no tiene tiempo suficiente para dedicarse a ello a tiempo completo) hay contratado un pastor que vive en la propia finca junto a su mujer y sus tres hijos, que lógicamente van a la escuela del pueblo más cercano. Tres niños más en zonas demográficamente deprimidas no son ninguna tontería y pueden llegar a suponer la diferencia entre mantener el colegio o que éste cierre.
Los efectos del pastoreo empezaron a notarse inmediatamente. Con el monte más limpio, los jabalíes, aunque siguen viéndose de vez en cuando, dejaron de ser tan abundantes. Como consecuencia, todas las especies esteparias que anidan en el suelo se vieron favorecidas, entre ellas la perdiz, además de mamíferos como la liebre o el conejo, cuyas crías son habitualmente depredadas por estos cerdos salvajes; los girasoles y el trigo dejaron se sufrir los estragos que causan las piaras de este animal; y circular por la noche ya no es una actividad de alto riesgo. En resumen: se beneficia la zona porque hay una familia más viviendo y llevando a sus chavales al colegio, el ganadero por la rentabilidad que saca al rebaño, el dueño de la tierra por el alquiler de los pastos, la agricultura por la ausencia de daños y los cazadores por el aumento en la densidad de caza menor. Todo esto sin ningún efecto adverso.
Por lo que se refiere a la actividad cinegética, es Jesús también el que tiene arrendados los derechos. Organiza dos batidas de jabalí al año para mantener a raya a la población que sigue habitando el monte. Y cuenta con socios para la caza menor que no extraen de la finca más perdices que las que dicta el sentido común (y el plan cinegético) para garantizar el mantenimiento de la especie en años posteriores. Además hacen buena labor con los conejos, relativamente abundantes, que podrían llegar a ser un serio problema para la agricultura si se multiplicaran demasiado, como ya ocurre en muchas otras zonas de España.
Agricultura, ganadería y caza son el presente y el futuroPara que la caza se mantenga, aparte de los beneficios que aporta la ganadería Jesús está muy atento a los cultivos. Se alterna el cereal con la veza y el girasol, de manera que hay alimento y refugio durante todo el año. Además mantiene bebederos que benefician a las especies cinegéticas, pero también a las que no son objeto de aprovechamiento, en los meses de calor.
De nuevo, el propietario del terreno obtiene rédito. En este caso es un solo propietario, pero en la mayor parte de España este dinero va a los ayuntamientos, que en multitud de ocasiones tienen en la caza una de sus fuentes de ingresos más importantes, cuando no la única. Además, se controlan especies potencialmente conflictivas (conejo, jabalí), se beneficia a otras y se mantienen a raya los daños a la agricultura. Y los cazadores que visitan la finca de octubre a febrero visitan la hostelería de la zona, las panaderías, los comercios...
Se trata, en definitiva, de un claro ejemplo de cómo los usos tradicionales del territorio son los que deben sacar a la España rural de la situación en la que está. Sin quitarle peso a otras actividades como el turismo, la solución la tienen los pueblos en su mano, en las cosas que se han hecho siempre y que hoy en día deben enfocarse de una manera más global, más coordinada. Se generará actividad económica y además el medio ambiente saldrá beneficiado. En un paseo por esta finca o en un rato junto a un bebedero un día de calor se pueden ver desde carboneros y herrerillos hasta águilas reales, calzadas o culebreras sobrevolando el terreno, pasando por liebres, oropéndolas, abubillas, alcaudones, corzos e incluso lobos. Ante un hábitat cuidado, la naturaleza responde de manera generosa.
Las ayudas por la pandemia.
Jesús, como otros muchos ganaderos, sufrió las consecuencias de la pandemia en sus carnes. El cordero lechal es un producto destinado principalmente a la hostelería y lo poco que va a los hogares se consume en reuniones familiares, con lo cual en primavera del año pasado se encontró sin posibilidad de dar salida a sus lechazos. La Junta de Castilla y León habilitó ayudas para paliar esta situación, pero Jesús se queja de que «daban ayudas para un máximo de cien ovejas. Así estaban haciendo ganar dinero a quienes tienen unas cuantas como pasatiempo y a los que de verdad nos dedicamos a esto nos dejaron tirados».
Energías verdes.
Jesús comentaba que van a instalar un parque eólico en la zona, algunos de cuyos aerogeneradores quedarán dentro del terreno de la finca. A pesar de que las empresas que los gestionan hablan de fijar población, Jesús no está convencido en absoluto. Menciona un parque fotovoltaico recién construido en un pueblo cercano y comenta que ninguno de los trabajadores contratados para el mantenimiento vive en la localidad, pero a cambio han ocupado 200 hectáreas que ya no son útiles par la caza, la agricultura o la ganadería, por no hablar del tremendo impacto visual de estas instalaciones. La empresa obtiene beneficios, está claro, pero según Jesús para los pueblos de la zona solo hay perjuicios. Algo similar teme que pase con los molinos y las placas solares que brotarán en breve en esta y en muchas otras áreas de España.