La clave de un país avanzado no está en la extensión de su territorio, ni en los millones de habitantes con los que cuenta, ni tampoco en sus riquezas minerales, sino en el valor añadido que aportan sus empresas y sus mercancías en un mercado totalmente globalizado como el actual. Si se observa, por ejemplo, a una potencia como Rusia, se comprueba que, con una superficie de 17,1 millones de kilómetros cuadrados y 144 millones de habitantes, se sitúa como la décimo tercera economía mayor del mundo con respecto a su Producto Interior Bruto (PIB) de 1,2 billones de dólares, por detrás de naciones más pequeñas como Japón (4,7 billones de dólares de PIB), Alemania (3,4 billones), el Reino Unido (2,6), Francia (2,4) e Italia (1,8 billones). Estados Unidos, que tiene la mitad de superficie (9,2 millones de kilómetros cuadrados), registra un PIB de 18,5 billones de dólares, China con 9,6 millones de kilómetros cuadrados tiene 11,3 billones. En el caso de España, con 505.000 kilómetros cuadrados, ocupa la décimo cuarta posición mundial con un PIB de 1,2 billones de dólares.
En este contexto, en las últimas semanas se ha hablado también mucho de lo que representa la subida del salario mínimo (SMI) en España a 950 euros y la comparación retributiva que existe entre países como Luxemburgo que tiene 2.142 euros de SMI, el Reino Unido con 1.760 euros o Irlanda con 1.707. Unas cifras que han provocado un interesante debate para explicar las grandes desigualdades entre Estados. La respuesta está en la renta per capita que, por ejemplo, en Luxemburgo es de 98.640 euros por habitante, en Gran Bretaña de 36.410, en Irlanda de 66.670 euros y, en España, de 25.780.
La explicación más simple de estas cifras está en el nivel de industrialización y en la capacidad de generar valor añadido en cada producto que se fabrica en un país. Los economistas aseguran que la industria es el motor de desarrollo más sólido y estable que existe, y la llave del cambio una economía.
En 2014, la Comisión Europea se fijó como objetivo que, para 2020, el peso de la industria en el PIB de todos los Estados miembros de la zona euro estuviera por encima del 20%, lo que indica la relevancia como motor de expansión y la columna vertebral que conlleva para la economía comunitaria.
España se aleja aún del objetivo del 20% del PIB que marcó la Unión Europea para 2020, el llamado 20-20, ya que 2019 cerró en el 16,2%.
Las únicas regiones del país que, a día de hoy, cumplen con la norma europea son Madrid, País Vasco, Navarra y Cataluña que, además, lideran la inversión en I+D+I.
En esta línea, la industria es el sector que mayores cantidades económicas invierte en I+D+I, y, además, genera actualmente el 90% de las exportaciones de bienes por valor de 250.000 millones de euros. Asimismo, es el segmento que confiere mayor robustez a un país en términos de generación de empleo, riqueza y bienestar.
A día de hoy, genera de forma directa 2,3 millones de puestos de trabajo, lo que equivale al 12% del total de ocupados en España y 5,6 millones de empleos considerando los contratos indirectos e inducidos, lo que representa en términos absolutos casi el 30% de la masa laboral nacional y, sobre todo, los mejor remunerados del mercado en salarios y en cotizaciones.
Los economistas sostienen que se trata, además, de un empleo de calidad en términos de salarios y de estabilidad, con un 80% de contratos indefinidos, ya que la industria es la actividad que mejor remunera a sus operarios con un 25% más sobre la media nacional y, en consecuencia, la que mayores partidas aporta a la Seguridad Social y respecto también de IRPF.
Un aspecto muy importante es que se trata de la actividad con mayores inversiones en formación y cualificación de su personal y la que registra la mayor cifra en niveles de productividad con 80.000 euros de media de valor añadido por empleado, lo que supone un 40% superior a la media nacional y muy cerca de países como Luxemburgo (98.640 euros).
Se trata, también, de un sector estratégico y su nivel de especialización reporta a los países una posición de ventaja con respecto a sus competidores. Asimismo, constituye un motor intensivo en innovación, lo que añade una mayor estabilidad a la economía nacional por su capacidad de adaptarse al entorno de cada momento y a los ciclos económicos más adversos.
retos. En definitiva, es el momento de hacer realidad y potenciar los grandes desafíos de la nueva era de transformación digital que figura en todas las agendas comprometidas con el desarrollo de la industria.
España tiene por delante una tarea muy importante en la definición de su modelo de desarrollo y productivo, así como en mejorar el tamaño de sus compañías y, especialmente, la fortaleza en su economía. La Industria 4.0 está en plena expansión y es el momento de aplicar la irrupción de las tecnologías del futuro como el big data, la robótica y la inteligencia artificial que están transformando los procesos productivos más exigentes. Por su parte, el Gobierno debe culminar un Plan Estratégico en el que se den soluciones a las carencias actuales más importantes como, por ejemplo, los costes energéticos, las deficiencias logísticas, la escasez de vocaciones técnicas y la sostenibilidad del sector bajo las premisas medioambientales más exigentes y eficientes.