¡Pasajeros al tren! Al tren de la memoria, porque nos vamos a la España de finales del XIX, y tenemos billete en El tren de los locos (Harper Collins), título del libro que Patxi Irurzun acaba de publicar.
Esa es, dice el navarro, una época fascinante, de cambios y contrastes: la frívola belle époque convive con la emergencia de movimientos obreros, del anarquismo; estalla la hoy llamada crisis del 98; hay usos y costumbres que hoy nos chocan, como la fotografía de muertos, el uso recreativo (era un signo de distinción) de la morfina; asistimos a los albores de la pornografía... Una época en la que Antonio Cánovas del Castillo, presidente del Gobierno y uno de los artífices de la Restauración, acostumbra a tomar aguas en el balneario de Santa Águeda, en Guipúzcoa, donde se relajaba y recibía tratamiento para el exceso de glucosa en la orina que padecía.
Era, en principio, un lugar tranquilo. No obstante, ya en su visita de 1895 había sufrido un sobresalto: un paparazzi le robó una foto mientras estaba en una bañera, exclusiva que logró gracias a dos trabajadores que mantenían una relación amorosa y a los cuales convenció cediéndoles su habitación. «Me basé en esta anécdota para crear a los dos personajes principales de la novela, Maurizia y Xalbador», confiesa el autor.
Pero el desagradable episodio no debió dejarle huella, porque allí regresó en el verano de 1897 tras despachar en San Sebastián con la reina regente María Cristina. «Solía decir que ese lugar le daba la vida. Una paradoja, pues sería precisamente donde acabaría por perderla». El anarquista italiano Michele Angiolillo le descerrajó tres tiros.
El asesinato sentenció al balneario, que pasó a convertirse en un psiquiátrico. «Me llamaba la atención cómo un lugar tan distinguido pasaba en menos de un año a convertirse en todo lo contrario, un manicomio», asegura el autor, que confiesa su irremediable atracción por las historias de auge y caída, de hecho, en sus dos novelas anteriores (Tratado de hortografía y Chucherías Herodes) hablan de ello. Si acaso, El tren de los locos parte más que de una trama, de un escenario, ese balneario/manicomio de Santa Águeda, que de algún modo se encarna en la figura de Maurizia, que siempre ha vivido en él.
Santa Águeda fue el primer manicomio que existió en el País Vasco. Hasta entonces, los enfermos mentales eran trasladados a ciudades como Valladolid o Zaragoza. «He descubierto algunas curiosidades, por ejemplo, los pacientes de Valladolid seguramente fueron trasladados desde el manicomio provincial que se encontraba en la casa del Cordón, en lo que hoy es la calle Alonso Pesquera, que sufrió un aparatoso incendio el 6 de julio de 1898. Los internos habían sido trasladados apenas un mes antes, con lo cual ese tren de los locos pudo salvarles también la vida».
Además del interés histórico, Irurzun admite un factor personal: hasta los 30 años vivió junto a un manicomio y veía a los enfermos deambulando por allí.
La trama se teje con hilos de novela negra, de novela histórica, de novela erótica… incluso de novela deportiva, porque Xalbador es un pelotari de cesta punta en un tiempo en el que «todavía no existía el fútbol y la pelota era un espectáculo de masas».