Madrugada del 3 de marzo de 1988. Estación de trenes de Valladolid. A las 3.00 horas el expreso número 861 procedente de Madrid y con destino a Santander se encuentra parado en el andén 1. Por detrás, en la misma vía, se acerca otro expreso, el Costa Vasca, que también partió de la capital, pero con destino a Bilbao. Faltan apenas unos segundos para que un fallo en el sistema de frenado derive en el mayor accidente ferroviario de Valladolid de la historia moderna, del que ayer se cumplieron 25 años.
Todo sucedió muy rápido, el Costa Vasca embistió a 45 kilómetros por hora al convoy estacionado y provocó una tragedia que acabó con ocho personas muertas y 30 heridas. Y pudo ser peor, porque el vagón de cola del expreso cántabro, que estaba cargado con automóviles, amortiguó el golpe antes de que el tren llegara al siguiente vagón, un coche cama en el que viajaban diez personas. Ocho murieron, otra resultó ilesa y a otra hubo que rescatarla después de que se quedara atrapada por el brazo.
Entre los fallecidos se encontraba el consejero de Obras Públicas del Gobierno Cántabro, Félix Ducasse. Además, la persona que quedó atrapada era Juan Tarín, director general de Agricultura del mismo ejecutivo.
El motivo principal del accidente fue un fallo en los frenos. Según cuentan las crónicas, el maquinista se dio cuenta de que algo no iba bien cuando circulaba a 75 kilómetros por hora e intentó reducir, sin éxito, la velocidad. A poco más de un kilómetro para entrar en la estación tomó la drástica decisión de desconectar el fluido eléctrico y dejar sin potencia la locomotora. Pero no fue suficiente. El maquinista tuvo que saltar literalmente del tren y el impacto arrugó como un acordeón el vagón cargado de coches y llegó a incrustarse en el que viajaban pasajeros.
Las tareas de rescate fueron muy complicadas. Al no poder utilizarse sistemas eléctricos, por el peligro que entrañaban para los posibles supervivientes, los Bomberos tuvieron que valerse de una grúa y desguazar poco a poco el tren. Así, hasta pasadas cuatro horas no pudieron sacar el primer cuerpo sin vida. Una chica de 19 años.
Entretanto, un equipo de psicólogos hablaba con algunas de las personas que estaban conscientes en el interior, entre ellos Juan Tarín, que estuvo atrapado por el brazo desde las 3.00 hasta que lograron sacarle a las 8.15 horas. A las 9.30 los servicios de emergencia lograron sacar por el techo a otro fallecido y en las tres horas siguientes se rescató a todos los demás.
El accidente provocó un gran impacto en la sociedad vallisoletana. A primera hora de la mañana estaban allí casi todas las autoridades. El por entonces alcalde de la ciudad, Tomás Rodríguez Bolaños, se encontraba en Madrid, pero no faltaron el presidente de la Junta de Castilla yLeón, José María Aznar; el portavoz del Gobierno, el vallisoletano Miguel Ángel Rodríguez; y el presidente de Renfe, Julián García Valverde.
Hasta tal punto tuvo impacto esta tragedia en Valladolid que al funeral de las ocho víctimas, que se celebró al día siguiente, acudieron unas dos mil personas. El acto funerario tuvo lugar en la Catedral de Valladolid, aunque todos los fallecidos fueron trasladados a su lugar de origen, Cantabria, donde se les enterró.
El maquinista no activó los frenos de emergencia
Aunque la causa principal del accidente fue un fallo en los frenos, el maquinista del tren que se dirigía a Bilbao no activó el sistema de emergencia. El Boletín Oficial del Senado del 24 de mayo de 1988 recoge varias preguntas del senador almeriense Manuel Arqueros Orozco sobre las causas de este siniestro que van dirigidas al ministro de Fomento, que por entonces era Abel Caballero.
En una de las respuestas recogidas en este documento se asegura que una de las causas del accidente fue «el no accionamiento de las válvulas de urgencia (maquinista) ni de socorro (ayudante) en ninguna de las dos locomotoras». Desde el Gobierno explican que es una conclusión que se deduce de las pruebas y «tras una profunda y exhaustiva investigación». Cabe recordar que este trabajador de Renfe fue sometido a la prueba de alcoholemia tras el accidente y el resultado fue negativo.
Algunos meses después el Juzgado de lo Penal número dos de Valladolid condenó al maquinista y a su ayudante a diez días de arresto menor y al pago de una multa de 75.000 pesetas por una falta de imprudencia.
Además, el juez dictaminó que deberían indemnizar con casi dos millones de pesetas a a Concepción Acedo y con 300.000 a Antuisa Rodríguez, las dos únicas lesionadas que llevaron el caso a los tribunales, según cuenta el diario El País en su edición del 28 de julio de 1990.
Desde el Gobiero se dieron algunas explicaciones más sobre las causas del accidente. Eso sí, de carácter muy técnico. Por ejemplo, «tener la locomotora 269-032 en su relé principal el cuerpo móvil de la válvula de corte agarrotado».
Otro accidente en junio
Cuando la ciudad todavía no se había recuperado del susto, Valladolid volvió a vivir un nuevo accidente ferroviario. Eso sí, no fue tan grave en lo que a daños personales se refiere, pero sí que fue muy aparatoso. Sucedió el 24 de junio de 1988 en el Costa Verde, que cubría el trayecto entre Madrid y Gijón.
El tren tenía doce vagones. Cuando los siete primeros habían superado el cambio de agujas que hay a la entrada a la estación de Valdestillas, esta estructura se rompió e hizo descarrilar a los cinco últimos (un coche de segunda clase, tres coches cama y un furgón de equipajes).
En el tren viajaban 198 personas, pero solo cuatro resultaron heridas, y de carácter leve. Sin embargo, la imagen que dejó el accidente fue dantesca, con cinco vagones atravesados en la vía. Curiosamente, este percance sucedió casi a la misma hora que el de la estación de Valladolid, a las tres menos cuarto de la madrugada.
La mayoría de los pasajeros estaban durmiendo cuando se produjo el descarrilamiento y mucho salieron despedidos de sus camas. Tres de los cuatro heridos, dos madrileños y una ovetense, fueron dados de alta casi al instante al tener solo contusiones leves. Por su parte, según cuenta la edición de ABC del 25 de junio de 1988, otra mujer de Avilés tuvo que ser ingresada porque presentaba un traumatismo craneoencefálico de pronóstico reservado.
«El vagón se fue comprimiendo y paró justo cuando llegó a mí»
Juan Tarín vive en Santander. A sus 70 años se dedica a disfrutar de su jubilación después de haber trabajado como director general de Agricultura en el Gobierno cántabro, pero nunca olvidará la madrugada de ese fatídico 3 de marzo. «Casi no me enteré del golpe porque iba completamente dormido, pero recuerdo un gran estruendo y encontrarme poco después debajo de la cama». Allí fue a parar después del impacto.
Reconoce que está vivo de milagro porque cuando un tren chocó contra la parte trasera del que estaba estacionado, el vagón en el que él estaba «se fue comprimiendo» hasta llegar justo delante de él. En ese momento se frenó para salvar su vida.
Tan cerca estuvo de alcanzarle que un brazo le quedó atrapado en el amasijo de hierros. «No podía salir y estuve así unas cinco horas», explica. Recuerda que algunas enfermeras y psicólogos que estaban fuera hablaban con él para tranquilizarle. Pero tranquilizarse en unas circunstancias como esas es muy complicado.
El desconcierto le llevó a pensar en un principio que se habían caído por un barranco, pero al oír el sonido de la estación de Valladolid sus esperanzas crecieron al entender que sería más fácil que le sacaran allí. Pero de fácil, nada de nada. «Yo me enfadaba porque no entendía que tardaran tanto, pero después del accidente me di cuenta de lo complicado de las labores de rescate». Él, como otros tantos, salió por uno de los agujeros que se crearon en el desmontaje ‘trozo a trozo’ del tren.
Recuerda sus gritos... y los de los demás. Poco a poco se iban apagando y él pensaba que era porque «los iban sacando», pero nada más lejos de la realidad. De las diez personas que viajaban en el vagón ocho murieron allí mismo.
Las secuelas del accidente fueron mucho más allá de los daños en el brazo. Eso sí, logró salvar su extremidad aunque estuvo con molestias durante algún tiempo. Lo peor fue enfrentarse de nuevo a un tren. «Dejé de utilizarlos, pero por mi trabajo era necesario y un día me decidí a subir otra vez».
Todavía se acuerda del pánico que pasaba cada vez que ese Talgo hacía un movimiento brusco.
Fue muy duro, sí, aunque Tarín dice que su familia lo pasó peor que él. «Mi mujer se llevó un susto terrible porque la llamaron muy pronto y en el viaje a Valladolid no hacía más que escuchar noticias sobre los muertos en la radio».
25 años después de todo, Juan Tarín está completamente recuperado, pero con la espina clavada de haber tenido que pasar ese trago y, además, perder a un compañero de trabajo en el accidente.