Red Íncola reparte solidaridad a tazas

Xurxo G.G. (Ical)
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Este colectivo atiende en Valladolid a más de 250 personas 'sin hogar' en 2013 con su iniciativa 'Café Solidario'

Este programa ofrece a las personas sin hogar una de las pocas oportunidades que tienen de llevarse algo caliente a la boca. - Foto: El Día

Malviven en cajeros automáticos, bancos de parques, debajo de puentes o en el espacio que les permiten en la estación de autobuses. A menudo les vemos en la Ronda de Valladolid, a la puerta de iglesias y de supermercados o de rodillas en una calle peatonal. Es la vida de las personas 'sin hogar'.

Durante el día recorren kilómetros con sus pertenencias a cuestas. Buscan algo que comer y refugiarse. Por la noche, los que pueden y tienen derecho acuden en masa al albergue de la Cruz Roja, el único lugar de la capital que les ofrece un alojamiento caliente y limpio para dormir.

Por suerte, este colectivo, desamparado muchas veces por las administraciones, recibe el apoyo de varias asociaciones, como la Red Íncola en Valladolid, cuyos voluntarios ofrecen compañía y conversación a los 'sin techo' con la excusa de un café, un zumo, un chocolate o unas galletas. La iniciativa se denomina 'Café solidario'.

Algunas personas viven en la calle durante estas fechas, a pesar de las bajas temperaturas.Algunas personas viven en la calle durante estas fechas, a pesar de las bajas temperaturas. - Foto: El Día La mayor parte de los que 'viven' en la calle conocen a este cuerpo de una treintena de personas, que se reparte entre lunes y miércoles de cada semana y realizan varias rutas por la ciudad con paradas en varios puntos fijos. Uno de ellos es la estación de autobuses. A pesar de su dramática situación, es importante la compañía. Por eso, los rasgos faciales de felicidad de las personas 'sin hogar' se exhiben cuando los voluntarios se acercan con bolsas llenas de termos, zumos y galletas.

Poco a poco, los 'sin techo' se acercan con timidez. Arranca una conversación individualizada. Algunos apenas intercambian palabra y se acercan simplemente para ingerir alguno de los modestos alimentos. Sin embargo, la gran mayoría acepta a los voluntarios como amigos y les narran cómo ha ido la semana.

Muchos de ellos ofrecen una conversación tan amplia que los trabajadores no abren la boca. La causa es muy clara. Uno de ellos, que prefiere no dar su identidad, admite que hace semanas que no habla con otra persona que no esté en riesgo de exclusión. Las conversaciones abordan varios temas, todo muy normal, lo que demuestra que, pese a lo prejuicios, este colectivo es tan humano como cualquier otro.

La multitud de pequeños grupos 'sin techo' obliga a Red Íncola a dividir la atención a través de tres rutas de la ciudad, habitualmente de tres o cuatro personas. En lo que va de año han atendido a 250 personas y prevén superar las casi 300 de 2012. El coordinador de voluntarios, Eduardo Menchaca, destaca que más de la mitad son extranjeros, entre los que destacan sobremanera los búlgaros, y aprovecha la oportunidad para romper un tópico, el que vincula a los 'sin techo' con mendicidad, pues sólo una de cada diez personas que duermen en la calle la ejerce.

Al lado de otro andén y cuando uno de los últimos autobuses se pierde por el portón de salida de la estación, se encuentra María, una mujer de algo más de 40 años. Comenta que acaba de recibir el alta hospitalaria después de haberse recuperado de una anemia que le provocaba desmayos. Con una moral inquebrantable explica que ya está mejor de salud y que sólo desea encontrar cuanto antes un trabajo. «He trabajado limpiando y como ayudante de cocina toda mi vida. Me ofende que me pregunten si soy capaz de hacer labores de casa. No vengo de la jungla», exclama. Sudamericana y con dos hijos la mujer no se rinde y se muestra confiada de que trabajará «sí o sí, en lo que sea». «De eso estoy segura», recalca.

Una quincena de personas se agrupa en los bancos de la estación. Una de ellas se acerca y tras una corta charla y con las trabas del idioma pregunta a los voluntarios a qué hora puede acudir al día siguiente al Centro de Día 'Calor y Café' para utilizar los ordenadores con internet. Éste le facilita el horario, pero le recuerda que tiene que buscar con urgencia un nuevo lugar para dormir, ya que el plazo de estancia en el albergue está a punto de caducar.

Ante la interesante conversación, otro de los presentes, de nacionalidad búlgara, cuenta que en su país era gerente de una inmobiliaria y que ahora en España busca trabajo. El hombre, que no se separa de su guitarra, afirma estar dando clases de español, posiblemente cierto a la vista de cómo se defiende para llevar sólo un mes en territorio nacional. Conocedor de cuatro idiomas más, demuestra sus progresos enseñando a los voluntarios una libreta con apuntes, ilustrados con dibujos de partes del cuerpo, colores, o medios de transporte.

Tras algo más de media hora, los voluntarios acuden a una salida de emergencia de un hotel cercano, donde dos hombres y una mujer se cubren bajo mantas para pasar la noche. Posiblemente dos de los tres no superen los 50 años, pero la vida en la calle suma edad y demacra los rasgos corporales. La ingesta de medicamentos es otro denominador común en este colectivo. Los tres aceptan de buena gana el chocolate caliente, mientras dos de ellos discuten sin maldad, como si fueran niños.

Los cajeros automáticos son también lugar de interés para las personas 'sin hogar'. En uno de ellos un hombre cena un bocadillo. Apenas levanta la cabeza del suelo, pero agradece la compañía y charla distendidamente con los voluntarios. Tiene un callo en un pie que le impide andar y admite, como si no hubiera hecho los deberes, que todavía no ha podido leer el libro que le prestaron unos días atrás en 'Calor y Café'.

No muy lejos, en otra entrada a una sucursal bancaria, un hombre vestido con camisa, pantalón y zapatos rompe a contar la historia de su vida. «Estoy cansado de todos y quiero estar sólo», declara. Los trabajadores de Íncola le instan a buscarse una humilde habitación con el dinero que recibe de su pensión y el hombre promete hacerlo esa misma semana.

Le gusta vestirse «bien» y recuerda que cuando acude a ducharse a alguno de los centros de acogida le insultan y le llaman «maricón». «He pensado quitarme la vida en varias ocasiones, pero he decidido que no voy a dar esa satisfacción a los que así lo quieren», manifiesta, antes de recibir el aliento de Red Íncola.

Cerca, una pareja de europeos del este preparan manualmente cigarrillos con tabaco de liar. Tras aceptar agradecidos un vaso de zumo, conversan sobre las dificultades que tienen para encontrar un trabajo como jornaleros, incluso en época de vendimia. El diálogo discurre hasta un punto en el que tratan de conocer el nombre en español de un animal que han visto en un pueblo cercano y que es una mezcla entre buey, burro y vaca.

Actualmente, casi todas las personas 'sin hogar' conocen a los voluntarios de 'Café Solidario', aunque los comienzos no fueron fáciles. El proyecto surgió en 2008 cuando el Centro de Día 'Calor y Café' comenzó a recibir a personas sin empleo y que estaban en la calle. Fue entonces cuando un par de personas tomaron la decisión de recorrer la ciudad en bici para ofrecer a la cada vez más amplia población 'sin hogar' una bebida y un aperitivo como excusa para charlar con ellos y conocer sus necesidades.

«Además de hacerles compañía, les ofrecemos ayuda. En ocasiones, les acompañamos al centro médico si lo necesitan y si se quedan ingresados, nos turnamos para hacerles visitas», declara el Menchaca. Uno de los logros más emotivos de este año se produjo cuando convencieron a las hijas de una persona con cáncer terminal de que recuperaran la relación, por lo que este 'sin techo' pasó su último mes de vida en compañía de sus seres queridos.

Los grupos recorren los itinerarios en coche, bicicleta o a pie. Mezclan siempre hombres y mujeres, porque como señala el coordinador de grupos, «las mujeres dan más cercanía y los hombres aportan seguridad». Al fin y al cabo, los colaboradores de Red Íncola van a sus casas, donde tienen sus cosas y su intimidad, por lo que «hay que ir con mucho respeto para ser aceptado».

Red Íncola parte de la base de que nadie está en la calle porque quiere. De hecho, las personas 'sin hogar' suelen acabar en esa situación porque sufren varios sucesos traumáticos encadenados en poco tiempo que destrozan sus vínculos familiares. Luego, las dificultades económicas, las adicciones y los prejuicios sociales impiden dejar fácilmente de la calle.

Este duro estilo de vida provoca enfermedades de todo tipo. Entre ellas destacan las mentales, que acaban por mermar la salud de estas personas. Eduardo Menchaca declara que aproximadamente una de cada tres personas del colectivo sufre algún tipo de enfermedad mental y para ellos es imposible dirigirse hacia un centro médico, más cuando la libertad acaba convirtiéndose en un valor demasiado preciado.