Los pueblos de la Cañada

Ernesto Escapa
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Los pueblos de la Cañada

La cañada merinera de las Mostrencas se bifurca de la Real Soriana una vez pasado el puente sobre el río Gamo, en la dehesa abulense de Revilla de la Cañada. Desde allí, se dirige por Mancera de Abajo, Rágama y Horcajo de las Torres a Bobadilla del Campo, su primera parada en tierras de Valladolid. Este corredor ecológico jalonado de lavajos entra en Medina bordeando los pinares, junto a la plaza de toros. Bobadilla del Campo fue el primer lugar de la Tierra de Medina entregado al señorío secular. Lo donó en 1347 Alfonso XI a su camarero Diego Fernández. Un siglo más tarde ya se menciona su fortaleza, cuyas torres se abatieron a comienzos del veinte.

La iglesia de San Matías cabalga sobre una loma, que resalta aún más su estatura sobre el caserío apaisado que la arropa. De su traza primitiva, conserva el tambor absidal, mudéjar de fines del trece. Cinco siglos después padeció el mordisco de una torre oronda y poco vistosa. El ábside se resuelve en tres hileras de arcadas con un cuerpo poligonal encima. La cenefa de esquinillas marca el escalón temporal entre los cuerpos inferiores y los añadidos, hechos con menos gracia. En el interior, es magnífica la tribuna de los pies, obra de fines del dieciséis.

EL ECO DE LOS REBAÑOS. También la iglesia de Brahojos de Medina preside el pueblo desde el cerro de las bodegas. En la primera mitad del dieciocho se adosó al ábside mudéjar una torre de cuatro cuerpos, cuyo muro se usó hasta no hace mucho como trinquete para el juego de pelota. Lo que resta de los ábsides laterales y del presbiterio, visible en la fachada norte, muestra un esquema decorativo de arcos doblados y ciegos, que en el paso del tambor absidal al muro sustituyen la hilera superior por dos impostas de esquinillas. El cuerpo de la iglesia corresponde a la segunda mitad del dieciséis. En el testero de la epístola preside el altar del Cristo un crucificado de Gregorio Fernández, traído de Valladolid con una campana a comienzos del siglo diecinueve.

Para evitar equívocos con el apellido de la Tierra que acompaña a tantos pueblos, ya en época moderna la aldea de El Campo cambió su nombre por el diminutivo de El Campillo. Aunque la iglesia lleva la advocación mariana del Castillo, es obra tardía del dieciséis, de la que emerge una torre pesada con casquete. En los muros del crucero un par de arcos cobijan frescos del dieciocho con tema pasional. Una urna de cristal muestra un Cristo que estuvo atado a la columna antes de ver cercenados sus brazos para hacerlo yacente. También Nueva Villa de las Torres mudó su nombre a comienzos del veinte, aunque sin mucho esfuerzo. Hasta entonces se llamaba Villanueva de las Torres. La iglesia está dedicada a Santa María del Castillo, aunque su hechura es moderna, de fines del dieciséis. Hacia Villaverde se encuentra el despoblado de Romaguitardo con los muñones descarnados de su torreón de calicanto.  

EL ARTE DE LOS YESOS. Villaverde de Medina se encuentra en la carretera de Medina a Nava del Rey y a mitad de camino de los despoblados de Carrioncillo, Dueñas y Romaguitardo. Aunque mantuvo el apellido, en 1626 se liberó de la jurisdicción de Medina. La iglesia de Santa María del Castillo no pregona al exterior las maravillas que guarda dentro. Apenas la cabecera se permite el alarde de cuatro pináculos y unas cuantas gárgolas de granito. Tiene planta rectangular de una nave, con capillas laterales entre los contrafuertes, y torre a los pies. Parece una reedificación en la segunda mitad del dieciséis de un templo anterior, del que conserva la advocación del Castillo. El esplendor se concentra en la capilla mayor, que preside un magnífico retablo barroco de comienzos del diecisiete, ensamblado por Juan de Muniátegui con labor escultórica de Gregorio Fernández y policromía de Diego Valentín Díaz. Este retablo monumental sustituyó a otro de pincel, cuyos cuadros visten ahora las paredes de la sacristía. Sobre él se derrama la decoración en yeso de los hermanos Corral de Villalpando, que cubre la amplitud de la bóveda estrellada con la riqueza desbordante de un repertorio iconográfico en el que combina personajes bíblicos y de la mitología clásica, profetas y evangelistas. Las paredes del testero las ilustra una secuencia con las escenas de la Pasión pintadas al fresco. El conjunto de retablos y bienes muebles que guarda esta iglesia es de una riqueza impresionante, a pesar de las mermas en pintura, escultura y ajuar litúrgico que se detectan respecto al Inventario de 1970.

OCIOS DE POSTÍN. En el camino de Bobadilla a Medina, Velascálvaro contrae el nombre de su repoblador medieval Velasco Álvaro, aunque no sería aquella su única fundación, porque se quedó sin habitantes durante un siglo, entre 1631 y el dieciocho corrido. Una leyenda atribuye la desbandada de los vilacheros a que el pueblo fue vendido por unos sacos de harina. De su primitiva habitación apenas restan las piedras que sostienen la cruz situada junto a la iglesia, procedentes quizá del templo desaparecido de Santa Cruz. La parroquia de San Juan Evangelista corresponde a la segunda repoblación de principios del dieciocho. Hacia Medina, los pinares protegen las surgencias que a fines del diecinueve dieron vida al primer balneario de las Salinas. El edificio del Gran Hotel cumplió el siglo en 2012 y traslada a estos parajes el aroma de la arquitectura victoriana. Después de su esplendor balneario, la guerra lo convirtió en hospital marroquí y la inmediata posguerra en albergue de Auxilio Social. Luego fue Colegio Salesiano hasta el incendio de 1976. Su rehabilitación finisecular rescató los detalles ornamentales y los pliegues decorativos de aquella arquitectura postinera. La capilla es obra del arquitecto Federico Martín Escalera, de 1918. En sus muros plasmó Gabarrón un encargo de la Unesco, desplegando la alegoría de los valores soñados para el nuevo milenio.