Con la llegada de José Ignacio Munilla a la diócesis de San Sebastián parece que los tiempos más oscuros del clero vasco se han cerrado de forma definitiva. El prelado guipuzcoano ha devuelto a las víctimas de ETA a un lugar esencial de la vida diaria del País Vasco y no ha dudado en afirmar que «la Iglesia tiene la obligación de arropar con solicitud cristiana a los damnificados por la violencia terrorista». De esta forma, el obispo tuitero, que mantiene una intensa actividad en su cuenta en esta red social, se ha desmarcado por completo de sus antecesores en el cargo.
Sin embargo, el vasco tiene al enemigo en casa. Y es que, a pesar de su retiro, el obispo emérito de Donosti, Juan María Uriarte, demostró hace apenas unas semanas que no está dispuesto a perder su cota de protagonismo, como ya hiciera en su época otro dirigente clerical de infausto recuerdo: José María Setién. El ya jubilado prelado volvió a mostrar entonces esa extraña simpatía por ETA que caracterizó sus años al frente de la Iglesia de San Sebastián al instar al Estado a «pedir perdón» a los terroristas «por haberse sobrepasado» en su respuesta a la violencia.
«A ningún Estado se le caen los anillos por hablar con una organización violenta», señaló Uriarte en noviembre del año pasado en una entrevista en la que no dudó en arremeter contra las víctimas del terrorismo: «Algunos colectivos de damnificados intentan condicionar injustificadamente la acción del Gobierno y de los jueces».
AÑOS DE PLOMO. Aún más directo y polémico fue el predecesor de Uriarte en el cargo, monseñor Setién, un prelado que prohibió colocar la bandera de España en los ataúdes de los agentes de la Guardia Civil asesinados por ETA, y que siempre defendió que consideraba a los terroristas «unos revolucionarios».
Setién se hizo cargo de la diócesis de San Sebastián en 1979 y permaneció en el puesto hasta 2000, por lo que vivió los momentos más duros del terrorismo. Unos años de plomo con asesinatos casi diarios. Sin embargo, se negó por sistema a presidir los actos fúnebres de las víctimas de ETA. Incluso aconsejaba a sus párrocos que no celebraran esas misas porque constituían «actos políticos»
Más de 80 personas murieron a manos de los pistoleros de la banda antes de que Setién decidiera alzar su voz. Fue en el entierro del popular Gregorio Ordóñez. Sin embargo, las palabras del obispo fueron criticadas por víctimas, políticos e, incluso, representantes de la Iglesia de otras partes de España. «Pone al mismo nivel el reproche intelectual, humano y cristiano hacia los terroristas y hacia quienes han sido asesinados por la banda», apuntó el ahora ministro de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón.
Setién y Uriarte, desde su retiro, siguen mostrando su simpatía por ETA. Pese a sus alzacuellos.