La arterioesclerosis es una enfermedad que se inicia pronto en la vida, hacia los 20 o 30 años, y que permanece oculta durante dos o tres décadas sin dar síntomas. Es a partir de los 50 cuando comienzan las complicaciones, debido a la acumulación progresiva de placas en las arterias y a su obstrucción. Aunque la dolencia no tiene cura, una vez detectada, un estilo de vida cardiosaludable puede detener su avance.
Según explicó hace unos días Leandro Plaza, presidente de la Fundación Española del Corazón, casi la mitad de los infartos acaban en muerte súbita y el resto puede dar síntomas en los días anteriores con dolor fuerte en el centro del pecho tras realizar alguna actividad intensa, una comida copiosa o algún esfuerzo excesivo. Esas manifestaciones se inician con una dolencia aguda que se irradia a los brazos y al cuello y que puede dar lugar al diagnóstico de una obstrucción coronaria.
En los casos en los que el fallecimiento es inevitable, el trombo se forma de forma muy rápida y el taponamiento de la arteria provoca un fenómeno eléctrico que casi detiene el corazón, por lo que se denomina fibrilación ventricular, y que impide el bombeo de sangre al resto del cuerpo.
Según señaló Plaza, en estos casos solo el choque puede impedir la muerte al reactivar el circuito cardiaco. De ahí la importancia de la existencia en localizaciones públicas y accesibles de desfibriladores, un dispositivo sanitario que en sus versiones más avanzadas al situarlo sobre el pecho detecta si la persona está sufriendo la parada y proporciona de forma automática un choque eléctrico que reactiva el latido cardíaco.
En un grupo más afortunado de pacientes de arteriosclerosis el infarto pasa desapercibido aunque deja secuelas en el corazón, que en las pruebas clínicas muestra una zona de cicatrización derivada del infarto. Estas personas que no han sido conscientes de sufrir un ataque cardiaco suelen tener un buen pronóstico, ya que el seguimiento médico y el cambio a un estilo de vida más cardiosaludable aumenta, en gran medida, suesperanza de vida.
«En la mayoría de los casos no se han dado síntomas, de ahí que pasen desapercibidos, muchos se detectan en un preoperatorio y, al ser de pequeña magnitud, el paciente no se ve afectado», aseveró Plaza, quien apuntó que la prevención es clave para combatir una enfermedad silente y progresiva como la arterioesclerosis. «A partir de los 50 años es recomendable pasar por una prueba de esfuerzo que permita identificar a estas personas en las que no existen síntomas. Al forzar al corazón a trabajar más se detecta la aparición de desequilibrios, ya sea porque aparece una angina de pecho o se altera la fibrilación cardíaca».
Además, mantuvo que estos ataques cardiacos silenciosos son más comunes en la población diabética. «Aunque se desconocen las causas, se sospecha que los nervios asociados al corazón son menos sensibles como consecuencia de la diabetes», apuntó. Si bien el ataque cardíaco afecta a ambos sexos de forma similar, las consecuencias suelen ser más graves entre las mujeres.
Según afirmó este experto, «es mejor pasarse por precaución y si existe dolor nuevo, brusco y súbito en la parte anterior del pecho, hay que acudir al médico para que pueda hacer un electrocardiograma». Estos infartos silenciosos revisten de gravedad, precisamente, por su falta de síntomas y porque pueden ser la antesala de un mal mayor.
Angioplastia. Cuando se detecta la existencia de un ataque cardiaco que no ha presentado síntomas, el pronóstico en los pacientes suele ser bueno. «Estos enfermos pasan por pruebas más específicas como el cateterismo y la coronariografía que detectan el grado, intensidad y las posibles obstrucciones derivadas de la enfermedad. Después, se puede realizar una angioplastia en la que se suele colocar un pequeño tubo para reparar la arteria lesionada», aclaró Plaza.
En Europa, la mortalidad por causas cardiovasculares alcanza el 47 por ciento, es decir, que de cada dos fallecimientos, uno se debe a la arterioesclerosis. En los países mediterráneos, la alimentación y un estilo de vida más activo parecen resultar protectores y, en España, esta cifra desciende hasta el 30 por ciento. «Es una enfermedad que no se cura, de ahí la importancia del control de la hipertensión, el colesterol y de dejar el tabaquismo, los principales factores de riesgo que hacen que la placa aterosclerótica crezca más rápido», sentenció Plaza.