Las abejas mueren, los apicultores se arruinan

Óscar Fraile
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El sector ha registrado en la provincia caídas de hasta el 40 por ciento en la producción de miel por la alta mortandad de los insectos, cuyo origen no tienen muy claro los expertos

Apicultor- - Foto: PATRICIA

El sector de la apicultura en Valladolid no pasa por buenos momentos. Y no es por la crisis económica, que también, sino por un fenómeno que desde hace años atormenta a los artesanos de la miel. La alta mortandad de las abejas ha hecho que las personas que se dedican a esta actividad hayan tenido un descenso en la producción que en ocasiones llega hasta el 40 por ciento.

Y lo peor es que los expertos no se ponen de acuerdo sobre el origen del problema, que podría tener múltiples factores. El consultor apícola Antonio Gómez Pajuelo apunta tres causas fundamentales. La primera es el cambio climático. Una abeja suele volar unos 800 kilómetros durante su vida, que dura un mes y medio si nace en primavera y el doble si lo hace en invierno. Si no se produce la habitual floración en otoño y esta estación es más seca de lo habitual, estos ciclos vitales varían y merman el número de unidades de las colmenas.

El segundo de los motivos es el uso de fungicidas, que provocan «la intoxicación del néctar», generalmente en los girasoles y el maíz. Es un producto neurotóxico que ataca al sistema nervioso de los insectos, de modo que se desorientan, se pierden y acaban muriendo. El problema es tal que, según Gómez, la Unión Europea ha prohibido su uso hasta diciembre de 2015, aunque todavía sigue  afectando porque quedan restos en el suelo.Y el tercero de los motivos es la varroa, un ácaro que entró en España en 1985 y que debilita las colmenas hasta matar a muchas de las abejas.

«Hace 25 años teníamos en invierno un diez por ciento de bajas en las colmenas, y se recuperaba en la primavera siguiente, pero ahora el porcentaje de pérdidas puede llegar hasta el 50 por ciento», señala este especialista. Esta circunstancia obliga a los apicultores a emplear parte de su esfuerzo en la repoblación, en lugar de la producción. Aunque la situación «es diferente por zonas», el problema es generalizado en todo el mundo. «De hecho, Obama ha destinado 50 millones de dólares a intentar revertir esta situación», asegura Gómez, quien también señala que la apicultura «ha dejado de ser una industria estratégica».  Según él, la producción media de miel se ha reducido de 22 a 12 kilos en los últimos años.

Y todo ello en mitad de una contradicción, porque en apenas 25 años el número de cultivos de colmenas ha aumentado en España de 1,5 a cerca de 2,5 millones. Más cultivos, pero menos miel. Otra muestra del radical descenso de producción.

La respuesta a este aumento de colmenas la da la vicepresidenta de la Asociación Vallisoletana de Apicultores, Elena Calvo, quien asegura que hay pocas personas que vivan de ello en la provincia, pero cada vez hay más hobbistas, que es como denominan a los aficionados. «En los últimos años ha habido mucha gente que no encontraba trabajo y se han hecho apicultores», explica Calvo, quien opina que el tema de los fungicidas es el más «sensato» para explicar la alta mortandad de las abejas.

San pedro de Latarce.

Uno de los profesionales afectados por este fenómeno en Valladolid es José Mario Domínguez, de San Pedro de Latarce, que atesora dos décadas de experiencia en el sector. Reconoce que en los últimos diez años el problema ha ido tornándose cada vez más grave hasta llegar al punto de registrar «bajadas de producción del 40 por ciento».

Nada que ver con épocas pasadas. «A mi abuela se le criaba casi espontáneamente la colmena, si yo prestara la misma atención que necesitaba prestar ella a las abejas, se me morían todas», señala. Domínguez tiene actualmente unas 200 colmenas que producen unos 3.000 kilos de miel al año, aunque esta temporada, excepcionalmente, ha sido buena, puesto que el apicultor ha ido con sus colmenas de campo en campo de girasoles para llegar a los 6.000 kilos. «Pero eso también conlleva más gasto en gasolina y mantenimiento del vehículo», que tiene que circular por caminos angostos.

Pese a este buen año, cada temporada resulta más complicado ganarse la vida como artesano de la miel. Domínguez no trabaja con distribuidores, sino que se encarga de producir, envasar y vender la miel directamente a particulares en ferias especializadas. También tiene acuerdos con algunas tiendas en las que se vende su miel.

Y eso que es consciente de que esta actividad nunca le hará rico. «La tecnología punta está en la naturaleza, pero la industria ataca ferozmente a los artesanos», dice este vallisoletano, que también se queja de la infinita avaricia del ser humano, que ahora amenaza a las abejas como antes lo ha hecho con muchas otras especies. «No se respeta nada, aquí de lo único que se trata es de hacer caja», lamenta.

La desaparición de uno de los agentes polinizadores más importantes sería una auténtico desastre medioambiental. El campo necesita las abejas, como demuestra el hecho de que cada año hay más agricultores, sobre todo de girasol, que piden a Domínguez que lleve las abejas a sus campos.

Y lo hace, pero cada vez menos, porque la carga y descarga de las colmenas es una actividad muy dura físicamente. Además, tiene tantas solicitudes que no es capaz de satisfacer a todos sus compañeros.

Pero Domínguez seguirá luchando porque, afortunadamente para él, «todavía no hay avances tecnológicos que puedan sustituir la labor del apicultor». Eso sí, recuerda que sin abejas, no hay miel, ni cera... ni trabajo.